Ť Carla Bley del Amazonas y la brasileña Tania María cerraron la última noche del evento
La alianza Haynes-Patitucci-Pérez engalanó el festival de jazz del DF
Ť Al di Meola interpretó una serie de suites piazzollianas a toda cuerda
PABLO ESPINOSA
Miles Davis grabó en 1947 la composición Slippin'at bells, con Charlie Parker en el sax tenor. Dos años más tarde, Roy Haynes se convirtió en el baterista de Bird, es decir Charlie Parker. La noche del 26 de mayo de 54 años después, Roy Haynes ejecutó esa pieza fastuosa, acompañado a su derecha por uno de los más grandes contrabajistas de la actualidad, el maestro John Patitucci y por los requiebros montunos en el teclado del panameño Danilo Pérez. Los mortales que ocupaban la mitad del butaquerío del Auditorio Nacional no habrán de olvidar jamás prodigio tal.
A la aparición en escena del Roy Haynes-trío siguió un dúo inusual de guitarra y piano con música de Piazzolla en la glosolalia inconfundible de Al di Meola, y el Festival de Jazz Ciudad de México 2001 habría de culminar con la presentación de Carla Bley del Amazonas y la brasileira Tania María y su cuarteto. Culminó así un maratón sincopado de dos noches consecutivas con seis agrupamientos de primer nivel planetario sobre la escena. No hay duda que el máximo nivel de calidad alcanzado en todas las sesiones fue el desempeño del maestro Patitucci.
Montado en su bataca, el legendario Haynes asemeja Neptuno gobernando desde los tambores. Susurros guturales acrecientan los vuelos subliminales de John Patitucci, quien durante muchos pasajes, rebasara el nivel de lo genial.
Manjar de cardenales
Largas conversaciones, insólitas traducciones desde lenguas muy remotas entre contrabajo y batería se vieron siempre coronadas por la sabrosura armónica de Danilo Pérez desde el piano.
Manjar de cardenales, las disertaciones en trío del septuagenario Haynes, el maduro Patitucci y el jovenazo Pérez.
Entre septiembre y noviembre de 1999, el chaparrito Haynes cobijó la petición del panameño Danilo Pérez desde Boston y Barbados para que le permitiera hacer música con él y con el contrabajista John Patitucci. La confluencia de celebridades y la concentración de talentos dio como resultado un disco formidable: The toy Haynes trio featuring Danilo Pérez & John Patitucci (Verve) en dos partes, seis primeros tracks reunidos como un Studio set y otros cuatro cortes aglutinados como Live set. Estos materiales fueron los que ese trío de maestros escanciaron la noche del sábado en el Auditorio Nacional.
El hard bop del viejo sabio Haynes enderezó composiciones de Bud Powel, Pat Metheny, Thelonious Monk y Chick Corea, entre otros clásicos, y a partir del antiguo principio jazzístico del head arrangement, es decir, la anotación de solamente los primeros compases, marcados en un imaginario consecutivo y sostenido en niveles de prodigio merced a la capacidad de improvisación y triángulo sostenido en atmósferas de escalofrío y tremor alucinante.
Haynes y Patitucci, por separado, han hecho música de maneras elevadas con el maestro Chick Corea, el uno en el formato íntimo de trío, el otro en las orquestas de fusión que suele armar Corea. Junto al panameño Pérez (Deniluo Perrés, lo anunciaban entusiastas al micrófono los maestros Haynes y Patitucci) completaron una serie de progresiones de armonías, armazones melódicas, estructuras nacidas del intercambio de miradas, del gesto humano convertido en sonidos inmediatos.
Depositada en Danilo Pérez la responsabilidad básica de los arreglos el resultado de la alianza de tres generaciones jazzísticas en el trío que engalanó el festival de jazz del Auditorio Nacional fue la suma de todos los prodigios posibles desde que una batería, la de Roy Haynes, se erige como el centro del universo sonoro y alienta, prodiga, cobija el toque colorístico e irresistible del panameño Pérez, cuyo estilo se yergue en la misma tradición trazada por el genial dominicano Michael Camilo, a su vez asentado en las raíces de Rajmaninov y Liszt confundidas con el guayabo, jícamo, el mango y la sabrosura del Caribe entero.
Referente de calidad
Por encima de los prodigios prodigados desde la batería por Roy Haynes, los montunos enlazados de Danilo Pérez, el genio de John Patitucci refulgió como un estallido de rocas bajo profundidades oceánicas. Algo que nadie olvidará. Erguido entonces el referente de calidad jazzística como estaba luego de la salida de este alegre trío de compadres, la presentación de Al di Meola estuvo a la altura, sostuvo el nivel de excelencia y transportó a los escuchas a territorios de placer y donosura extremos, con una serie de lances formidables en su imbatible estilo, inconfundible sonido Di Meola (¿Orinola?).
Una delicia la versión de Oblivion en las cuerdas de magia y encanto de Al di Orinola, digo Di Meola, una fascinación acuosa su Milonga del Angel, una caricia entonada su homenaje Last tango for Piazzolla, un discurrir de clepsidras arrastradas por el viento en plena pampa su serie de suites piazzollianas a toda cuerda. Un prodigio el maestro Di Meola glosando a Piazzolla.
En tales niveles de exquisitez recibió Tania Maria el escenario. El rostro pintado todo en blanco, esponjada melena redonda, hirsuta, naranjada y ensortijada a lo Carla Blay, esta señorísima del jazz repartió sonrisas y alegrías en forma de sambas, rumbas, batucadas, para beneplácito de un público incandescente, fervoroso, loco de contento por haber tenido así fuera por solamente dos noches la felicidad de escuchar en vivo a seis luminarias seis de esta forma de arte superior llamada jazz.
Que lo que siga sea todo menos la abstinenci a