Lunes en la Ciencia, 28 de mayo del 2001
Se trata de una disyuntiva de vida o muerte ƑDesarrollo sustentable o desastre ecológico? Jerjes Pantoja Alor
Hasta ahora, y las evidencias así lo indican, el concepto de desarrollo de México se relaciona con la necesidad de disminuir la pobreza y proteger el medio ambiente, que se deteriora rápidamente. Es importante enfatizar que el deterioro de la naturaleza no es una consecuencia ineludible del progreso humano, sino una característica del tipo de política de crecimiento económico que prevalece en la actualidad, marcadamente insustentable en términos ecológicos e injusto desde el punto de vista social.
Los recursos naturales del mundo (con excepción de la energía solar) son limitados; de continuar su explotación desenfrenada para cumplir con la expansión de los actuales sistemas económicos, se llegará al agotamiento de los recursos vitales del planeta. Debido a que todos somos parte de este mundo y cohabitamos con el resto de sus especies (biota) con las que compartimos nuestros recursos globales comunes (sol, aire, agua y tierra), tenemos la obligación de su protección y conservación. Así, debemos aceptar las consecuencias que acarrea el mal uso de nuestros recursos, que finalmente nos está conduciendo a una catástrofe ecológica. El término global corresponde a una visión de conjunto que abarca dimensiones correspondientes a la humanidad, en general lo que incluye diversidad de aspectos que deben considerarse en sus relaciones, más allá de un análisis particular sobre límites geográficos, políticos o sociales.
Vivir de una manera sustentable es el reto del siglo XXI. Considero que nuestro pueblo en su conjunto, para que sea motivado hacia patrones de comportamiento sustentable, requiere del reconocimiento de que el desastre ecológico es real, y que las metas y aspiraciones a futuro, tanto individuales como de la sociedad, deberán corregirse y moderarse. Nuestro bienestar pende en una balanza que deberá equilibrar recursos naturales finitos (avance de una superficie agrícola creciente a costa de nuestros bosques, suelos fuertemente erosionados, los recursos hídricos en crisis y pérdida de la biota), contra una economía depredadora en expansión.
Para lograr ese equilibrio dentro de la actual democracia, que recientemente estrenamos, deberá ponerse en macha una política de desarrollo sustentable y estar de acuerdo con los cambios tan necesario que amerita. Ello conducirá a una mejor dirección de nuestra vida, dentro de un marco de resolución hacia acciones más desinteresadas y, altruistas y obviamente, nos llevará a rexaminar algunas de nuestras más profundas y enraizadas valoraciones, tales como:
v Asumir que los hombres tenemos el derecho y la licencia para explotar todos los recursos del planeta, sin consideración ética ni moral para con nosotros mismos y hacia otras especies;
v Apreciar considerando el crecimiento económico progresivo como una finalidad innata y el más adecuado índice de bienestar social de la humanidad;
v Pretender la indefinida extensión de la expectativa de vida como una virtud y el control natal como aberración, aún con el deterioro de los problemas de sobrepoblación;
v Continuar el consumo derrochador como norma deseable de comportamiento de nuestra sociedad, en antítesis de una vida sana y frugal;
v Vivir en la premisa de que nuestra sociedad debería conducirse hacia un cambio equilibrado sustentable, en lugar de que nuestra sociedad debe conducirse, de inmediato, a un cambio sustentable;
v Considerar una vida material opulenta como valor intrínseco para la elevación del nivel de vida y como símbolo de status social;
v Asumir que el avance de la ciencia y la tecnología resolverá los problemas depredadores de la acción humana, premisa en la que hemos vivido desde los orígenes de la revolución industrial y cada día nos conduce a una guillotina accionada por nuestros propios actos.
La solución a esta problemática puede ser planteada desde distintos niveles. En un primer plano, parece que el único modo de garantizar la aplicación de medidas racionales y de efectividad probada es mediante el recurso legislativo y la fuerza pública. Es decir, sólo el gobierno legítimamente establecido y con los medios a su disposición pueden garantizar el que una sociedad funcione realmente de modo sustentable. Desafortunadamente, esta solución no es del todo aceptable. En algunas ocasiones, y en situaciones coyunturales, conduce a lo que en ciencia política se llama totalitarismo. Cuando la autoridad superior se arroga el derecho de decidir por las instancias inferiores y hasta por los particulares, entonces estamos hablando de un Estado absolutista o totalitario, en el que, al menos, la libertad de las personas es sacrificada por un bien "superior". Y cuando esto sucede, no es extraño que en nombre del bien "superior" pronto se agredan los derechos humanos y hasta la vida misma.
En un segundo plano, y tal vez de mayor alcance, está la aceptación y el reconocimiento tácito de nuestra política endeble sobre la protección al ambiente, y girar hacia un mayor apoyo al conocimiento y a la investigación, hacia difusión de las causas de los riesgos y peligros, para así, de inmediato, tomar las acciones pertinentes para la mitigación, prevención y remedio de los múltiples desastres que ya nos aquejan.
También, y en definitiva, el cambio de mentalidad ecológica que requiere nuestra sociedad y nuestro mundo, no puede ser un cambio impuesto. Ni siquiera puede tener origen en la voluntad de las mayorías, o en un "consenso social" en el cual ciertos sectores se consideren marginados, o representen un factor de disensión y resistencia. Al contrario, la solución definitiva a este problema estriba de la voluntad personal y de la familia; depende así, de un cambio interno, basado en la adquisición del conocimiento y de la educación y que permita una renovación (e incluso una revolución) en los valores y en las ideas. Los grandes problemas de nuestro país ųcomenzando por la contaminación, la ineficiencia, la corrupción y hasta la escandalosamente injusta distribución del ingreso y la riquezaų no pueden ser solucionados con fórmulas científicas, legislación abigarrada e inoperante o con decretos políticos. Es la transformación interior de las personas, la sensibilidad hacia la situación de los demás, la propia voluntad de renuncia en beneficio de otros, la superación del egoísmo y del hedonismo insaciable, para finalmente adquirir la conciencia de nuestra responsabilidad como autores del destino de nuestro país y de la Tierra. Para ello, se necesita más apoyo a la educación, a la ciencia para que la tecnología y tal vez, así, lleguemos a un aprecio más realista del entorno.
Mientras adquirimos toda esa sapiencia, el meollo se centra en la vieja fórmula de volver a una vida más sabia y sencilla, más humana y solidaria, de respeto al entorno y a toda vida, alejándonos de mitos de consumo que ofrecen una salvación económica que hasta la fecha, no hemos visto, o nos hundirnos en una cínica desesperanza ante la insoportable situación ecológica que padecemos.
No tenemos mucho tiempo para decidirnos...
El autor es investigador titular del Instituto de Geología y profesor de Geología Ambiental de la Facultad de Ingeniería, de la UNAM
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