Ť Pedro miguel
Memoria de los nómadas
La ancestralidad territorial es casi siempre una ficción chovinista y pueblerina, y salvo en una que otra Islandia de excepción, las sociedades contemporáneas están sostenidas en una sedimentación interminable de migraciones y contagios. De no ser por los ires y venires mundiales e incesantes de tribus y de pueblos, Europa seguiría siendo una región de neanderthales y América estaría deshabitada de humanos. Pero ambos continentes son, en cambio, puntos de confluencia para todas las religiones, todas las culturas y todos los idiomas del mundo. Estados Unidos es un ejemplo claro. En el territorio al que hoy damos ese nombre se asentaron los inciertos peatones de Behring, los navegantes escandinavos, los pioneros españoles y los franceses, las víctimas de las persecuciones religiosas europeas, los sajones y los germanos, los negros llevados como esclavos, los italianos y los polacos, los griegos, los chinos, los judíos, los rusos, los armenios y muchos otros. Independientemente de su arribo en calidad de príncipes exiliados o de mercancía humana, los inmigrantes forjaron una nación que hoy guarda tanto parecido con las 13 colonias como el México actual con la Nueva España o la Alemania de nuestros días al Imperio prusiano.
Algunas generaciones después de los éxodos, las causas y las razones de los nómadas pierden toda importancia. El actual secretario de Estado es descendiente de esclavos y su antecesora es hija de judíos centroeuropeos convertidos al cristianismo. La dinastía Kennedy proviene de irlandeses pobres que en la Unión Americana alcanzaron el poder gracias a las actividades mafiosas y a la política. Proyectados a futuro, los genes de algún taxista neoyorquino de origen afgano -nadie más estadunidense- adquieren la configuración de Presidente.
Hoy por hoy, el grupo gobernante en Washington -compuesto por individuos de orígenes genéticos y culturales anglosajones, mexicanos, cubanos, griegos, africanos, apaches, turcos, y Dios sabe cuáles más- actúa como si Estados Unidos fuese una isla de pureza a la que es preciso preservar, y no una olla enriquecida con todos los ingredientes de lo humano, y rodea el país con alambradas, detectores de organismos, lanchas patrulleras, radares y guardias fronterizos. Dicho sea de paso, los gobernantes de la Unión Europea se comportan de manera parecida en su recién nacida confederación de diversidades, como si fuera dable definir lo "europeo" sin turcos, magrebíes, latinoamericanos, vietnamitas, chinos y nigerianos. Por culpa de esas políticas, la semana pasada 14 mexicanos dejaron los huesos y el resto del organismo en el desierto de Arizona. Tragedias como ésa ocurren casi todas las semanas en las regiones fronterizas entre México y Estados Unidos, pero también en las aguas del Mediterráneo y en furgones de carga en las autopistas y las vías ferroviarias europeas y americanas. Cada vez que muere un migrante en esas circunstancias se registra una pérdida inconmensurable para la familia remota, pero también para su entorno social de origen y para el país que habría sido su destino. Tarde o temprano se entenderá que esas muertes son mucho más onerosas que la suma de los gastos por los procedimientos forenses y los sepelios.