Miguel Altieri* y Peter Rosset** *Profesor de la Universidad de Berkeley en California Correo electrónico: [email protected] **Codirector del Institute for Food and Development Policy (Food First) Correo electrónico: [email protected] En la red: http://www.foodfirst.org Las compañías biotecnológicas afirman que los organismos genéticamente modificados (ogm) son descubrimientos indispensables para alimentar al mundo, proteger el ambiente y reducir la pobreza en los países en desarrollo. Esta opinión se apoya en dos suposiciones muy cuestionables. La primera es que el hambre se debe a una brecha entre la producción de alimentos y la densidad de la población. La segunda es que la ingeniería genética es la mejor forma de incrementar la producción agrícola y, por tanto, de satisfacer las necesidades futuras de alimentos. No hay relación entre la existencia de hambre en un país y su población. Por cada nación densamente poblada y hambrienta como Bangladesh o Haití, existe una nación escasamente poblada y hambrienta como Brasil e Indonesia. El mundo produce hoy más alimento por habitante que nunca antes. Existe suficiente comida para suministrar casi dos kilos por persona cada día: poco más de un kilo de granos, frijoles y nueces, cerca de medio kilo de carne, leche y huevos, y otro tanto de frutas y vegetales. Las verdaderas causas del hambre son la pobreza, la desigualdad y la falta de acceso a los mercados. Demasiadas personas son muy pobres para comprar el alimento que está disponible o carecen de la tierra y recursos para cultivarlo ellos mismos. Con respecto a la segunda suposición, observamos que la mayoría de las innovaciones en ingeniería genética han sido dirigidas prioritariamente para aumentar las ganancias de las compañías y no, como se afirma, para aumentar la productividad agrícola. Esto se ilustra al revisar algunos productos que ya son comercializados por multinacionales como Monsanto. Por ejemplo, más del 80 por ciento de los cultivos transgénicos hoy día son resistentes a marcas de herbicidas propiedad de la misma empresa. La meta no es incrementar la producción, sino ganar una mayor participación en el mercado de herbicidas. Alternativas seguras de producción agrícola Estas tecnologías buscan, sobre todo, intensificar la dependencia de los agricultores de las semillas protegidas por el llamado "derecho de propiedad intelectual", que se opone al derecho de los campesinos a reproducir o almacenar sus propias semillas. Las corporaciones tratan de inducir a los agricultores a comprar los suministros de sus marcas y hacerles imposible guardar semillas. La integración de las industrias agroquímicas y de semillas bajo las mismas transnacionales lleva a incrementar los gastos en semillas y productos químicos, lo que resta utilidades a los agricultores. En Illinois, Estados Unidos, la adopción de cultivos resistentes a los herbicidas (semilla de frijol de soya más plaguicida) constituye uno de los más caros sistemas de producción: fluctúa entre 40 y 60 dólares por acre, lo que representa entre el 35 y el 40 por ciento de todos los costos variables de producción. Tres años atrás, el promedio de esos mismos costos era de 26 dólares por acre y representaba el 23 por ciento del total de los costos variables. Pruebas experimentales recientes indican que las semillas transformadas por la ingeniería genética no aumentan el rendimiento de los cultivos. Un estudio del Departamento de Agricultura de Estados Unidos muestra que los rendimientos de cultivos manipulados genéticamente no fueron significativamente diferentes a los rendimientos obtenidos con cultivos convencionales en 12 de las 18 combinaciones de cultivo/región. En promedio, la soya resistente a herbicidas redujo el rendimiento. A la vez, cabe mencionar que pudimos investigar y comprobar que hay otras maneras de producir los alimentos que rinden mucho más que los cultivos transgénicos. De hecho, hay alternativas más seguras en términos de salud humana y ambiental que sobrepasan las proyecciones más optimistas de las compañías biotecnológicas. Muchos científicos argumentan que la ingestión de productos modificados genéticamente no es dañina. Sin embargo, evidencias recientes muestran que existen riesgos potenciales al comerlos, ya que las nuevas proteínas producidas en dichos alimentos pueden: actuar ellas mismas como alergénicos o toxinas; alterar el metabolismo de la planta o el animal que produce el alimento, lo que hace a éste producir nuevos alergénicos o toxinas, o reducir su calidad o valor nutricional. Tal es el caso del frijol de soya resistente a herbicidas pero que contienen menos isoflavones. El isoflavón es un importante fitoestrógeno presente en los frijoles de soya que se considera protege a las mujeres de algunos tipos de cáncer. Las plantas transgénicas que producen sus propios insecticidas siguen el fallido paradigma de los plaguicidas. En lugar del modelo "contra una plaga, un producto químico", la ingeniería genética prefiere: "a una plaga, un gen". El primer esquema ha mostrado su fracaso en pruebas de laboratorio, ya que las plagas se adaptan rápidamente y desarrollan resistencia al insecticida presente en la planta. Por otra parte, la tendencia de las corporaciones transnacionales a crear amplios mercados para productos particulares está simplificando los sistemas de cultivo y creando uniformidad genética en los ambientes rurales. La historia enseña que un área extensa sembrada con una sola variedad es muy vulnerable a nuevas cepas de patógenos o plagas de insectos. Contaminación genética irreversible Además, el uso extendido de organismos genéticamente modificados llevará inevitablemente a la "erosión genética", en la medida en que las variedades utilizadas tradicionalmente sean reemplazadas por las nuevas semillas. El uso de cultivos resistentes a los herbicidas debilita paulatinamente las posibilidades de diversificación de cultivos y reduce así la biodiversidad agrícola. Un peligro potencial poco investigado es el de la contaminación genética de variedades tradicionales a través de la polinización por variedades transgénicas. En México existe el riesgo de que las más de 5 mil variedades de maíz existentes en esta región que dio origen a este cultivo tan importante y que son herencia de toda la humanidad queden irreparablemente contaminadas si se llega a sembrar maíz transgénico dentro del territorio nacional, actividad actualmente prohibida. Existen muchas incógnitas acerca del impacto de los productos manipulados genéticamente. Muchos ecólogos demandan una regulación apropiada que medie entre la experimentación y la autorización de los cultivos transgénicos para asegurar una mejor evaluación de sus consecuencias ambientales. De igual manera muchos expertos en la nutrición humana insisten en que son necesarias más y mejores evaluaciones premercado antes de arriesgar la salud de los consumidores.
Terrazas de cultivo de maíz, en el estado de Puebla |