jueves Ť 31 Ť mayo Ť 2001

Sergio Zermeño

Tepoztlán: Ƒproceso o esencia?

Nace seis años se intentó instalar en Tepoztlán un importante asentamiento urbano teniendo como centro un club de golf. El pueblo se levantó defendiendo su autonomía para proteger el equilibrio ecológico, particularmente en una región en donde el agua escasea. El movimiento fue saludado por la opinión pública nacional como un suceso ejemplar: se le ponía un alto a los grandes capitales en su privatización indiscriminada de recursos naturales con plusvalor potencial. Rápidamente se evidenciaron los intereses poderosísimos que estaban detrás del megaproyecto. En primer lugar los del gobierno estatal, que contraatacó con policía judicial, provocaciones y órdenes de aprehensión para los dirigentes. El pueblo se acantonó, cerró con barricadas de piedra su parte céntrica y, como todos sabemos, el acoso no ha terminado.

En ese proceso se fue debilitando la confianza entre todos los actores del drama: los movilizados impidieron el acceso de la policía estatal y, en general, de todas las fuerzas del orden exteriores; el Ministerio Público dejó de operar y las denuncias tuvieron que hacerse desde entonces en Cuernavaca; los doce policías municipales por turno y el presupuesto menguante en este renglón evidenciaron espacios de alta vulnerabilidad, que poco a poco hicieron atractivo el lugar para todo tipo de malhechores (incluidos grupos de narcotraficantes, fuerzas policiacas de otras regiones de un estado de por sí problemático, grupos de hippies que habitan en zonas aledañas y que terminan volviéndose sospechosos, etcétera). Los llamados tepoztizos con pequeñas, pero sobre todo, medianas y grandes propiedades de fin de semana, que en un principio apoyaron a los movilizados, fueron vistos con recelo debido al abismo socioeconómico insalvable en este proceso de acoso tan prolongado, y llegaron al extremo de contratar guardias armadas en el valle rico que terminaron agrediendo a los lugareños; se contrataron también vigilantes de otros lugares para evitar la complicidad, lo que agregó un ingrediente más de desconfianza.

El movimiento en estas condiciones pierde fuerza y aliados y, en lo que ya comienza a ser un síntoma de la acción social de nuestro país, se radicaliza pasando de lo ecológico a lo económico y a lo cultural; se afianza una cultura de la desconfianza total hacia todos los que son diferentes, es decir, casi hacia todos. Desde todos lados se percibe la agresión y el rechazo y se instala el resentimiento, la falta de cooperación, de reciprocidad. En su lugar aparecen muestras de xenofobia, porque es imprescindible un chivo expiatorio al alcance para descargar el malestar y la rabia contenidos por tantos años. Entonces, ante un hecho más de violencia y violaciones contra una familia de franceses, la prensa atiza la desconfianza: "Tepoztlán, una comunidad avasallada por la violencia", y entrega su corolario: "un ejemplo de lo que puede suceder cuando se permite que una comunidad se aísle y se autogobierne bajo usos y costumbres" (Milenio, mayo 21).

šQué simplismo! No hay una esencia que haga que las comunidades en México, al autonomizarse, se descompongan desde dentro, como si el núcleo duro de sus integrantes tendiera a la maldad y atacara a los diferentes. Se trata más bien de procesos que se entretejen con lo externo: la comunidad es atacada, aislada y dividida cuando se defiende del mercantilismo salvaje y global.

Desde hace un tiempo una serie de actores ha decidido revertir el proceso de descomposición, reconstruir los puentes de confianza y de compromiso cívico en esta comunidad plural y pide a gritos que se detenga el amarillismo de los medios "informativos".

Se oponen al estereotipo de tepoztecos vs. tepoztizos, logran aglutinar a originarios y avecindados en proyectos culturales y educativos (han instalado un Conalep, talleres de artes y oficios, campos deportivos), se articulan con el alcalde, con los taxistas, con la policía municipal y con los vecinos, adinerados o no, para llevar adelante programas de prevención de la violencia. Están exigiendo al gobernador panista enviar apoyo para lograr la cohesión y no sólo policías bajo su mando, dejar atrás la ley priísta de castigo y aislamiento a los desobedientes.

Desde esta perspectiva Tepoztlán debe ser ejemplar una vez más para nuestro país: reconstruir la cooperación y la confianza, la cultura cívica, es lo más urgente en prácticamente todas partes ante la precipitación de las megapolíticas y el salvajismo de la apertura indiscriminada.