DOMINGO Ť Ť JULIO Ť 2001

Ť Bárbara Jacobs

Ser o no ser

Te puedes disfrazar de lo que quieras y sentirte lo que quieras, pero algo en tu aspecto, o en tu voz, o en tus actitudes te va a delatar. El tú que eres, es ineludible, al menos para alguien perspicaz. Supongo que la expresión "traer la música por dentro" significa algo de esto, que puedes parecer en calma cuando, en realidad, te encuentras estrellado como un vidrio. Bastaría con que el ala de una mariposa rozara tu superficie para que te hicieras añicos, sin que, por otra parte, se notara. Ponerse el sombrero de esto o de lo otro puede hacerte funcionar, sin duda, como esto o lo otro. Sin embargo, algo en tus actitudes, en tu voz o en tu aspecto te delatará y te hará tropezar tarde o temprano.

El funcionamiento de un país, por ejemplo, delata la incongruencia entre un funcionario equis y la tarea que desempeña. A veces juego a encontrar congruencia y suelo alcanzar vez tras vez idénticas conclusiones. Hay algunas sumamente fáciles, por acertadas en su propia definición. Como la de que un judío, no importa de qué nacionalidad, haría marchar las finanzas en cualquier época y lugar del globo, como un libanés el comercio y, si el mundo no fuera éste, el juez Garzón la justicia. Tareas de otro carácter pueden disputar si la ascendencia en su perfeccionamiento la posee esta idiosincrasia o aquélla; pero que un británico acabaría con la contaminación ambiental está fuera de dudas, como lo está que, para la maña, no hay como los eternos aplastados, ubicados, característica, significativa y fatalmente en el hemisferio sur. No se negará que vivir es difícil, de modo que es perdonable, por comprensible, que intentes caminos incongruentes contigo mismo para aprender a vivirla, o por lo menos para arreglártelas en ella lo más entretenidamente que puedas, así algo en tu voz, o en donde quieras, te delate y te haga caer a cada rato.

El mensaje en el hecho de que los pájaros canten cada mañana, en el hemisferio en que estés, y aun cuando la mañana de unos sea a una hora y la de otros a otra, es que todo vuelve a empezar, así que si el canto te encontró estrellado o caído, levántate y anda.

Conocí a un niño estrellado. Según papá, él se arrojó contra la acera; según él, mamá lo empujó al vacío desde un segundo piso, pero se estaba reconstruyendo, podríamos decir, a la medida de sus ilusiones. Escogió manos de mago y hacía aparecer objetos sin que sus espectadores advirtiéramos cómo ni en qué momento se daba la magia. Por lo que hacía al cuerpo, sostenía que ahora el suyo era de gato, de manera que, a la fecha, le quedaban todavía seis vidas por delante. Pero lo que inquietaba más a quienes lo atendían era que asegurara que su vista era de lince. Veía, por supuesto, a través de las paredes; pero era su perspicacia lo que hacía innegable el acierto en su elección de animal para caracterizarla.

Cuando meto un extremo del gancho entre el cuello y el hombro de un saco para colgarlo, me siento torero. De igual modo cuando ladeo un poco la cabeza y, para introducir la almohada en la funda, sostengo un extremo de la almohada entre la barbilla y el cuello, y el otro, con los brazos estirados, en la punta de los dedos al tiempo que la cubro con la funda, me siento violinista. Es que con un chaleco de cuero, soy un Hell's Angel, y con los zapatos negros, de tacón, con agujetas, el dedo gordo y el talón de fuera, paso por mesera vienesa, o esto me siento mientras los traigo puestos. Sin embargo, parezco una persona normal.

La otra noche esperábamos mi esposo y yo que en determinada recepción, y rodeados de altos funcionarios del gobierno, financieros, diplomáticos y el tipo de gente, de señoras y de extranjeros que rodean a unos y otros, pasaríamos inadvertidos. Pero una sajona nos descubrió y, al acercársenos, nos preguntó, con ese tono de interrogación que es más bien una forma atenuada de expresar una observación que, de otro modo, resultaría delatora, aunque sin intención de que lo fuera, "Ustedes son intelectuales, Ƒverdad?" No era cuestión de disculparnos, así que asentimos y, ni modo, bajamos la vista.

Porque una cosa es ser lince y, otra, un lince para el negocio de la vida. Negocio, por cierto, en el que unos y otros solemos fallar; pero cada mañana, mientras unos callan para siempre, otros vuelven a empezar.