DOMINGO Ť 1Ɔ Ť JULIO Ť 2001
MAR DE HISTORIAS
Sólo el silencio
CRISTINA PACHECO
Iluminada por un foco de cuarenta vatios, la vida de la familia Hernández Bravo transcurre carcomida por los olores agrios que llegan del Bordo y el polvo salitroso que entra por la ventana.
Sus siete miembros viven en un solo cuarto. La única ventana está desnuda y hace las veces de puerta una tabla forrada con plástico. Junto a la estufa se encuentra el lecho matrimonial de Renato y Ana. Un tinaco inservible lo aísla del sofá que comparten las gemelas: Merle y Jazmín.
Contra el ropero sin patas se apoya una litera. En la cama alta duerme Isaías. Tiene cuatro años, no camina, su lenguaje se limita a murmullos y gemidos que sólo su madre puede interpretar. En la cama inferior Ezequiel descansa y acumula sus tesoros: revistas, cintas musicales y una guitarra eléctrica que El Chévere, su amigo íntimo, le dejó en custodia antes de fugarse con Rosalba, la hermana de Ezequiel. A los vecinos que la han visto merodeando por el rumbo, Rosalba les ha confesado que espera un hijo y proyecta regresar a casa de su familia.
Carteles del Cruz Azul, Thalía, Luis Miguel y Alejandro Fernández recubren los tramos de pared donde no cuelgan ropas, mochilas, retratos familiares o repisas con santos y viejos trofeos ganados en hazañas llaneras por Renato. Que Ezequiel, su primogénito, no haya heredado su amor por el deporte lo decepciona tanto como el que Rosalba vaya a ser madre a los catorce años.
II
Siete cuarenta y cinco de la noche. Ana mete frituras en las bolsas de plástico que venderá mañana a las puertas de la escuela Héroes Ferrocarrileros. Interrumpe su actividad cuando escucha el gemido largo de Isaías:
-Sinvergüenza, šhasta que despertaste! Has de tener hambre. Nomás acabo y te hago tu atolito con canela-. El niño balbucea. Ana vuelve al trabajo y habla, convencida de que su hijo la comprende: -ƑCómo ves?, van a dar las ocho y de las gemelas ni sus luces. La calle es lo único que le llama la atención. ƑTe imaginas si llega a sucederles algo? Toda la mortificación va a ser para mí porque con Renato no cuento. Desde que Rosalba se largó él nomás piensa en rezar. Si trabajara la mitad del tiempo que se pasa dizque orando no estaríamos tan mal.
Ana guarda silencio al ver que entran corriendo Merle y Jazmín. Maquilladas, visten suéter metálico, minifalda y tenis.
-Niñas, por Dios, me tenían preocupada. ƑPor qué se tardaron tanto? Salieron de la escuela a las seis y ya son las nueve. Ana se acerca a la litera y con esfuerzos logra bajar a Isaías a la cama inferior para asearlo y darle de cenar.
-Estábamos en la escuela -asegura Merle.
-ƑPara qué se quedaron tanto tiempo?
-Es que nos dieron cine -responde Jazmín, mientras se asoma a la olla de lentejas asentada en la estufa.
-ƑY por qué no me avisaron antes?
-Ay, ma, si te lo dijimos en la tarde, nomás que no te acuerdas -contesta Merle, impaciente.
-Nunca oyes lo que te decimos -añade Jazmín.
-ƑY ustedes sí me ponen atención, verdad? En vez de venir a ayudarme con su hermano o a preparar las tostadas, quién sabe dónde se meten. El caso es que nunca están aquí-. Ana descubre el intercambio de miradas entre las gemelas. -ƑYa van a cenar?
-Al ratito, nomás que regresemos -dice Merle.
-Vamos a casa de Arlett -precisa Jazmín.
-No. Es muy tarde y además no me gusta que vayan a esa casa. Hay muchos hombres.
-Danos permiso, no seas mala-. Merle se prende al delantal de su madre, que sigue cambiando a Isaías. -Palabrita que no nos tardamos.
-ƑNo? Ya anduvieron todo el santo día en la calle: Ƒqué más quieren? Pónganse a estudiar o levanten el tiradero que me dejaron.
-Ma, Ƒpor qué no nos dejas ir? -pregunta Jazmín, zalamera.
Antes de que su madre pueda contestar, Merle asume una actitud retadora y toma la palabra:
-Porque ha de pensar que vamos a salirle con lo mismo que Rosalba-. La niña se muerde las uñas pintadas de azul marino. -Por culpa de esa mensa ya nunca podemos salir.
-Cállate, muchacha, y no me hables de Rosalba -grita Ana.
-Cómo serás, deveras: a nosotras nomás quieres tenernos encerradas; en cambio a Ezequiel, que se la pasa con puros mariguanos, lo dejas que se largue cuando le da su gana-. Merle da media vuelta y se arroja sobre el sillón atestado de ropa.
Ana va tras ella, la toma del brazo y la obliga a levantarse:
-Si vas a estar jetona, no te quedes. Y tú también, Jazmín. Nomás que si les pasa algo no me echen la culpa. šEstoy harta de que siempre recalen conmigo! -Ana eleva la voz: -Como Isaías no habla, Renato piensa que es mi culpa, según él algo malo he de tener en la sangre. Si tu hermana salió embarazada, Ezequiel dice que soy la responsable por no haberla cuidado bien. A ustedes les consta: Ƒno fue él quien metió a El Chévere en la casa? Se lo advertí mil veces: "Ezequiel: que no se quede este muchacho aquí, tienes hermanas". No me hizo caso y ahora ustedes tampoco. šLárguense de una vez!
Los gritos destemplados alteran a Isaías. Sus balbuceos se convierten en gemidos amenazantes. Ana se vuelve hacia la litera y las gemelas aprovechan la distracción para huir.
III
Ana continúa inmóvil, cada vez más irritada por los reclamos de Isaías. Se cubre los oídos con las manos y cierra los ojos con fuerza. No obstante, sigue prisionera de los gritos que hoy no le provocan ternura ni el deseo de encontrar en las facciones del niño algo que le permita reconocerse en él y amarlo. Acaba rebelándose:
-ƑYa cállate!- Asustada de su reacción, Ana corre a postrarse ante el altar de la Virgen: -Madre Santa, šayúdame! Dime por qué me sucede todo esto.
Ana confía en que oirá la respuesta de la Virgen por encima del llanto destemplado de su hijo. El silencio divino acaba por vencerla, sin embargo, hace un último esfuerzo. Se apoya en la pared y, de espalda a la puerta, sigue hablando:
-Ay, Virgen mía, has de estar enojada conmigo porque Renato se metió en otra iglesia. No es mi culpa. El lo hizo por su cuenta, sin avisarme, cuando nació mi niño. Pero no creas que mi viejo nada más cambió contigo. Para nada es el mismo: no le importan ni sus hijos ni el trabajo ni mucho menos yo. No me sentiría tan sola si al menos tuviera aquí a mi Rosalba. Tú sabes lo ilusionada que estaba con que siguiera estudiando; pero ya ves: dejó la escuela y ora que nazca su niño menos volverá a estudiar. šMuchacha tonta!
Con el índice, Ana recorre una mancha de salitre en la pared. No se da cuenta de que en su mente el rostro de su madre ha sustituido al de la Virgen:
-Cuando nacieron las gemelas me alegré mucho. Creí que ya no iba a faltarme compañía; špero qué va! A esas niñas no les gusta su casa. A veces a mí tampoco. Te juro que si no fuera porque Isaías me necesita...
-ƑY yo, no cuento para usté, jefa?
Al oír a Ezequiel, Ana se estremece. Cuando se recobra observa con detenimiento a su hijo:
-Otra vez vienes tomado.
-ƑYo? ƑšCuándo!? No se manche, jefa.
-Dime: Ƒquieres morirte o por qué lo haces?
-Pregúnteselo a la Virgen -dice Ezequiel antes de escapar.
Ana se queda escuchando los pasos que se alejan. Después vuelve a oír los gemidos de Isaías y el silencio divino.