Tres poetas |
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Pedro Lastra, chileno en Nueva York, ve a Oscar Hahn corriendo desalado por una calle de Madrid y le advierte, amigo fiel y sensato, que sólo es dueño de su pasado. Marco Antonio Campos, debajo del Palais Chaillot, descubre que puedo engañar mal o bien, pero no engañarme. Por eso siente que el amor que dejé ir me revienta en las manos como una granada. Al lado de dos poetas en plena madurez, Anel Ávila nos da los primeros frutos de una voz personalísima que testimonia una búsqueda de nuevas formas de expresión capaces de contener el prodigioso caudal de la sensualidad. |
Eso
es todo
Pedro Lastra Y vinieron los días
Por
qué corría Oscar Hahn
Veo a Oscar Hahn corriendo desalado
Pedro Lastra nació
en Chile, en 1932. Es autor de Y éramos inmortales (1974),
Cuadernos
de la doble vida (1984), Diario de viaje y otros poemas (1998)
y Noticias del extranjero (1998), entre otros libros de poesía.
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Yo
estuve aquí...
Marco Antonio Campos Yo estuve aquí en el otoño del setenta y dos, a la orilla del Sena, debajo del Palais Chaillot, y supe exactamente lo que sería mi vida. No puedo llamarme a engaño, porque si alguien supo lo que fue él, si alguien lo supo, digo así y lo digo, fui yo. Puedo engañar mal o bien, pero no engañarme. Nadie me ha enseñado mejor a engañarme que yo mismo, pero el engaño no me dura mucho. Este verano, dicen los parisienses, se ha podrido. La lluvia y la niebla lo han podrido. Pero hoy es una tarde de sol y viento, y la tristeza por lo que fui y por lo que hice no se ha ido con el sol ni con el viento. Yo tenía veintitrés años y han pasado veintiocho. Nunca creí que la leña en la hoguera ardiera tanto y no estuvo mal que ardiera tanto. Miro de frente el sol, y me digo, me digo para mi coleto, que veintiocho años no se tocan con los dedos pero aprietan la garganta como con grilletes y agarran el corazón como con un garfio. Era el fin del otoño. Escribía cartas a Carmen y Carmen a veces me contestaba. Cuando regresé en diciembre, Carmen recogía otras hojas y escribía en ellas. Pero ¿podría haber sido para mí de otra forma? ¡Si me hubieran visto a mis veintitrés años! ¡Si me hubieran visto volar ciudades con los pies de viento y con el impulso y la fuerza del corazón roto! Yo tenía la fuerza para conquistar el mundo, yo la tenía. Pero mudaron los castaños, mudó el cine mudo y mudó el cine adonde iba en las tardes y las noches del otoño antes de meditar ya muy noche en este lugar del Sena, este lugar que ahora busco y en nada se parece al que estuve tanto. ¡Pero qué error! Por mirar en el río las imágenes antiguas no me di cuenta que mi sombra y yo caíamos a las aguas del río y ya no veo a nadie para sacarme ni me interesa que me saquen. Y menos cuando no hay ni siquiera cartas.
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Son las tres de la tarde del 10 de agosto del año 2000. El aire sobre los árboles viste de verde a Nuestra Señora. ¿Para qué volver a lugares que nunca serán lo que fueron y sólo lastiman? ¿Quién, sino nadie, ha de llorar la leyenda que no existió y la historia disminuida? ¿Para qué anhelar ser como las golondrinas, sin domicilio ni alma, o como los girasoles que no se ven a sí mismos en el incendio del verano? ¿Para qué extrañar el paso trepidante del búfalo o la furia del jabalí si ya caminamos más directos a la vía del sanatorio o a las puertas del cementerio? ¿Dónde quedan ahora voces como "Me voy lejos" o "Nos vemos pronto"? Las muchachas de vestidos leves traen el sol a las orillas del Sena, pero hoy sólo respiro la respiración del viento que llega desde los álamos que envuelve a lo lejos a Nuestra Señora. Y siento que el amor que dejé ir me revienta en las manos como una granada.
Médanos y abrojos Anel Ávila Amanece mi playa de médanos y abrojos
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