Adolfo Gilly
El mítico pacto de la clase política
Las grandes maniobras de verano que en torno a un mítico pacto están realizando los grupos dirigentes de los tres partidos grandes, esta especie de contradanza en que hacen pasos y giros, se toman de la mano, se miran a los ojos, se hacen reverencias y se separan para volver a reunirse graciosamente en la siguiente figura, este bordado rococó para el cual el Palacio de Covián ofrece digno marco, es en realidad una febril actividad de recomposición de la clase política nacional después de la nueva distribución de los papeles con el PAN en el gobierno federal, el PRI en la oposición y el PRD en los aledaños.
Con indiferencia el pueblo mexicano contempla esta actividad que poco le concierne, y continúa viviendo sus vidas, yendo a sus trabajos o buscándolos, conversando o discutiendo en sus lugares de encuentro cotidiano, tratando de vivir y de gozar los modestos disfrutes que la vida permite a los que no son ricos y hasta a quienes son pobres, es decir, a la inmensa mayoría de todos nosotros en este territorio donde más de 50 millones son pobres, muy pobres, infinitamente pobres.
En principio, no está claro por qué, para qué y contra quién esa elite de la clase política quiere un pacto. Como con sensatez les dice el gobernador Pablo Salazar Mendiguchía, para qué quieren un pacto si la esencia de la política plural de partidos son las divergencias, las discusiones, las negociaciones, los acuerdos ?precisos, claros y a la vista de todos? y después las nuevas divergencias sobre nuevas realidades. "Esta clase política se preocupa de que haya críticas, se pone tensa porque los otros sí son verdaderamente otros y, para qué engañarnos, es una clase política que no sabe negociar", dice el gobernador. (El primer rasgo de quien no sabe negociar, diría yo, es no cumplir los acuerdos, en lo cual se especializan, además de Ernesto Zedillo, políticos como Diego Fernández o Vicente Fox, que no los cumple ni con sus personales convicciones). "Para aprender a tomar acuerdos ?concluye? hay que olvidarnos de más pactos."
El gobernador de Chiapas habla desde el interior de la clase política. Uno, como ciudadano que a esa clase no pertenece, lo que observa mirando desde el lado de acá es un movimiento defensivo de grupos dirigentes, un intento de cerrar filas frente a una realidad que oscuramente perciben y no controlan. Esa realidad muestra un gran repliegue de la población con relación a los políticos y a la política de partidos, un retiro de la marea que los deja encallados o tirados como algas en las playas desiertas, una lejanía del pueblo que anda por ahora en otras cosas y siente que allá arriba nadie en verdad lo representa o entra en sintonía, no ya con sus penurias, sino ni siquiera con sus pensamientos.
Esta clase política no es nueva. Sus dos partidos principales, el PAN y el PRI, vienen uno desde 1939 y el otro desde 1946, año en que los gobiernos de los licenciados-funcionarios sustituyeron a los gobiernos de los militares de la Revolución y de su ejército. Ambos partidos, no sólo el PRI, fueron pilares del sistema político, pues no habría existido estabilidad duradera de los gobiernos del PRI sin la complicidad o el silencio del PAN en cada momento decisivo: las represiones al movimiento obrero en los años 50, la matanza de Tlatelolco en 1968, la represión en los años 70, el gran fraude electoral de 1988, la estafa descomunal del Fobaproa. De modo tal que eso que llaman alternancia es más bien un relevo en el Poder Ejecutivo entre los dos partidos del viejo sistema y una adaptación del poder político al mando actual del capital financiero y a los nuevos espacios democráticos logrados por los movimientos ciudadanos.
La novedad es que la dirección nacional del PRD, partido nacido de la insurgencia cívica de 1988 que tomó como bandera la ideología nacional cardenista, resquebrajó para siempre la legitimidad del PRI en grandes sectores populares y abrió así el principio del fin de la hegemonía electoral del PRI y del PAN, ahora quiere legitimar su ingreso a esa vieja clase política. Como prenda de su lealtad, propone firmar un pacto ?¿por qué? ¿para qué?? con el gobierno panista de los hombres de negocios, como bien lo ha definido el presidente Fox, y con el PRI, todos ellos artífices y cómplices del Fobaproa y de muchos otros desfalcos al pueblo mexicano.
Contra lo que muchos creen, este gobierno de la derecha vieja y nueva tiene planes precisos y los va cumpliendo con cuidado y esmero, porque los hombres de negocios pertenecen a una especie que sabe lo que quiere y hacia dónde quiere llevar a este país que ellos gobiernan. La dirección nacional del PRD se propone ahora colocar a su partido como quinta rueda de esos planes. Abandonaría así no sólo a todos aquellos que serán hundidos aún más en la pobreza, sino además y sobre todo a ese quinto del electorado que rechazó la presión enorme del voto útil en la elección del 2 de julio, llenó plazas y calles de toda la República, votó al PRD y lo volvió a llevar al gobierno de la ciudad de México.
Estos sabían bien (muy bien, diría yo, porque los llamados al voto útil vinieron también desde el interior del PRD) que no sólo estaban votando por Cárdenas, sino votando contra Fox y contra el PAN. Como si no contaran, como si fueran simple masa de maniobra, la dirección nacional del PRD los quiere dejar sin la política y el partido por los cuales votaron.
El PRD existe gracias a ellos. En buena parte fueron los mismos que llenaron las plazas durante la marcha zapatista de marzo pasado, y además muchos otros. Tiene cada uno sus ideas propias, sus historias de resistencias y luchas desde generaciones y familias, sus modos y sus saberes para pensar qué país quieren y cómo hacerle para ponerse de acuerdo y organizarse, con dirección nacional o sin ella. Ellos apoyaron a la UNAM en lucha, cuando la dirección del PRD la abandonó. Ellos sabían que, más allá de sectarismos o intolerancias, las cuotas no tenían que pasar. Y no pasaron, gracias al último movimiento social que hubo en este país, ante la indiferencia o el acoso de las tres altas direcciones partidarias que ahora buscan un pacto. ¿Contra quién?
En una república democrática, quien es oposición porque tiene un programa diferente a los planes del gobierno, organiza las fuerzas de la sociedad para sustentar un programa y un plan alternativos, y en esas fuerzas apoya su actividad parlamentaria o electoral. Es decir, en una democracia el deber de la oposición es ser oposición, aunque tenga que vivir mientras tanto a la intemperie, y desde donde esté puede lograr acuerdos sobre puntos precisos por los cuales su electorado la apoyó: por ejemplo, para votar contra la ley indígena en los congresos de los estados, y no para votarla a favor en el Senado.
Si por el contrario la dirección nacional del PRD confirma su política actual y deja solos a sus partidarios y votantes, éstos tal vez no tengan los medios para oponerse, pero lo harán saber en las urnas y en la vida cotidiana del país. Buscarán otros modos y maneras para cuando nuevas ocasiones se presenten o se impongan; encontrarán, como saben hacerlo, sus formas de organizarse en la política y no sólo en la sociedad, y se llevarán consigo lo que les pertenece: el pensamiento y la experiencia humana de lo que en política vino a llamarse PRD.
Esta dirección nacional, a cambio, tendría para sí tres premios de consuelo: un pacto con la derecha y los hombres de negocios; un lugarcito de recienvenidos en la vieja clase política del sistema, y un partido con los votos que tuvo el PMS y con la política del grupo San Angel.