CATASTROFE EN MATERIA DE SEGURIDAD
En
su comparecencia ante la Comisión de Gobernación y Seguridad
Pública de la Cámara de Diputados, el secretario de Seguridad
Pública del gobierno federal, Alejandro Gertz Manero, formuló
un balance alarmante del Sistema Nacional de Seguridad Pública desde
su creación, hace seis años.
Admitió que los resultados de la tarea gubernamental
en este terreno son inaceptables y realizó una agobiante enumeración
de vacíos legales y vicios policiales y penitenciarios. Lo dicho
por el funcionario podría sintetizarse en que, para efectos de seguridad
pública, el anterior fue un sexenio perdido, errático y dispendioso.
Para la mayoría de los ciudadanos sería
difícil no compartir la percepción de Gertz Manero. El poder
de las organizaciones delictivas, la ineficacia y la corrupción
imperantes en las corporaciones policiales preventivas y judiciales, así
como los escandalosos niveles de impunidad, son variables que se traducen
en un estado de zozobra y acoso permanente para la población, la
cual experimenta una completa y justificada desconfianza ante las instituciones
encargadas de velar por la seguridad y de procurar e impartir justicia.
Ante este panorama, es claro que ningún gobierno,
independientemente de su orientación política, económica
o ideológica, puede desempeñarse con un mínimo grado
de eficiencia y que, por lo tanto, una de las principales prioridades de
la actual administración ha de ser la reorganización profunda
y la moralización y limpieza de las entidades públicas relacionadas
con la seguridad pública, la fiscalización y la procuración
de justicia.
En primer lugar, las secretarías de la Contraloría
y de Seguridad Pública y la Procuraduría General de la República.
Pero esta tarea no puede limitarse al ámbito de
competencia del Ejecutivo, sino que requiere de una estrecha coordinación
con los otros dos poderes, toda vez que se precisa de modificaciones legales
--trabajo del Legislativo-- y de una modernización y depuración
de los tribunales.
Asimismo, la tarea no puede ser exitosa si no se establecen
mecanismos de cooperación con los niveles de gobierno estatales
y municipales, de los cuales dependen instancias policiales corrompidas
que constituyen cotos de impunidad.
Desde esta perspectiva, la reconstrucción nacional
de la seguridad pública bien podría ser un eje articulador
del necesario pacto político del que se habla desde hace unas semanas
y que hasta el momento no parece haber encontrado las perspectivas de su
concreción.
La tarea es impostergable. Cabe esperar que en diciembre
próximo la sociedad no tenga que preguntarse si no se habrá
pasado por otro año perdido en materia de seguridad.
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