Los vivos y los muertos
En 1975, Lal Bihari necesitó, para no sé qué trámites, un certificado de nacimiento. Lo solicitó en la ciudad de Azamgarh. Recibió, en cambio, un certificado de defunción.
Entonces Lal inició una larga peregrinación, de oficina en oficina. Diecinueve años después, logró que la burocracia hindú lo quitara de la lista de fallecidos. Había conseguido probar, por fin, que él estaba legalmente muerto, pero biológicamente vivo.