Poemas
en el sueño
I
Como la rosa se vierte
en el espasmo del viento
y sus pétalos deshoja
en el prodigio de un vuelo
de miles de mariposas,
así apareciste tú,
mientras las ropas caían
de tu cuerpo nube blanca
descubriendo los misterios
de tu carne inmaculada.
Al desnudarte creciste
en un milagroso ascenso,
y de forma hiciste vuelo
al volar para caer
en el nido de mi lecho.
Al fin yo pude apresarte
entre la cárcel sin puertas
de las redes de mi tacto,
y sujetar tu presencia
con los grillos de mis manos.
IV
En mi lecho respiraba
el milagro vegetal
del paisaje de tu cuerpo
y en las corolas volaban
mis mariposas de ensueño.
A mi tacto respondieron
las pestañas de las rosas,
los rumores de los ríos
y las nubes enredadas
en las copas de los pinos.
Todas las frutas había
en el jugo de tus labios:
la sangre de la granada,
el tramonto del mamey
y la piña acrisolada.
Cuerpo, fruto, rama y rosa,
todo vino cuando tú
como la lluvia de mayo,
extendiste tu presencia
sobre la sed de mis manos.
¡Olor a esencia de roble,
a recuerdos de nogal,
a verde aliento de fresno!
¡Horizontes y paisajes
que recorrí con el beso! |
II
Era sed de muchos años
retenida por mi cuerpo,
palabras encadenadas
que nunca pude decir
sino en los labios del sueño.
Era el hambre de mis besos
mis besos aprisionados
que esperaban la sorpresa
de volverse mariposas
en el cáliz de tus labios.
Era yo vuelto hacia ti
que nunca te conocía,
porque fuiste de mil modos,
en mis sueños, en mis ansias
y en los ojos de la vida.
Y de pronto junto a mí,
al alcance de mi mano,
como bosque de ternura
que pudiera aprisionar
en la fuerza de mi abrazo.
¡Todo tu cuerpo en mi cuerpo,
por el goce maniatados,
y tan cerca de la muerte,
tan muertos y enamorados,
que la vida apenas pudo
de aquel sueño despertarnos...!
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III
Pradera de tus encantos,
olor de encino y de cedro,
árbol de todos colores
que acercó la primavera
a la roca de mi pecho.
Mis manos, como raíces,
penetraron en tu cuerpo
y me fui clavando todo
con el afán de llegar
a sentir tu pensamiento.
Con el tacto del deseo
ascendí por la vereda
que me llevaba a tus labios
y en ellos puse a libar
mis ilusiones sedientas.
Llegué a la entraña del
cielo
al desnudar tus secretos
y en tu cáliz vegetal
pude gozar los instantes
del azúcar de tus sueños.
Y corrimos y corrimos
por la selva interminable
del amor y las caricias,
hasta caer desplomados
en deliciosa fatiga...
V
Sobre tus ojos dormidos
dejo mis ojos cerrados
para dormir con tu sueño,
y salir de ti, contigo,
por los remansos del aire
por los espacios sin tiempo.
En el valle del silencio
los dos volando, sin cuerpos,
iremos iluminados
con el astro del amor
y la luz del pensamiento.
Desde los ojos cerrados
y las miradas abiertas,
veremos cerca las nubes,
y también, veremos lejos
los infiernos de la tierra...
Allá, en el lecho, dormidos
se quedarán nuestros cuerpos,
como niños enlazados
en un acceso de miedo...
Río
de sombra (1935), en Poesía
(tomo
I), 1947
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