EL TAMAÑO DE LA CORRUPCION
Organismos
y funcionarios entrevistados por este diario advierten sobre las nefastas
consecuencias de la corrupción y sus extendidas prácticas
en el país, y sobre las dimensiones económicas que ha alcanzado
este fenómeno indeseable. Así, Arturo Lomelí Escalante,
presidente de la Asociación Mexicana de Estudios para la Defensa
del Consumidor (Amedec), afirma que las diversas expresiones de la corrupción
provocan daños al sector productivo por cerca de 120 mil millones
de dólares, el equivalente a 20 por ciento del PIB, y más
del doble de la cifra estimada por el secretario de la Contraloría,
Francisco Barrio, quien menciona un monto de 50 mil millones de dólares.
Lomelí Escalante tomó como ejemplos las
mermas ilegales en el gas doméstico y las gasolinas, los cobros
excesivos a los usuarios de energía eléctrica y telefonía,
así como la piratería en ropa, juguetes, videos, música
y programas de cómputo, actividades que causan daños por
casi 37 mil millones de pesos anuales y que, evidentemente, requieren de
la complicidad de autoridades en diversos niveles y ámbitos de la
administración pública.
Desde una lógica menos cualitativa, Eugenio Salinas
Morales, titular del Consejo Mexicano de Comercio Exterior (Comce), advierte
que la corrupción "hace perder el concepto de eficiencia, eficacia
y distorsiona los precios de quien produce y de quien consume"; en síntesis,
impide el desarrollo económico del país.
A estas alturas resulta claro que el combate a la corrupción
ha de ser una prioridad central del gobierno federal, si es que realmente
se aspira a cumplir con las promesas de transparencia, democracia, crecimiento
y justicia empeñadas por Vicente Fox, tanto en su fase de candidato
como en la de presidente constitucional.
La responsabilidad de la tarea no puede, ciertamente,
limitarse al ámbito del Ejecutivo; requiere de la participación
activa de todos los sectores sociales y económicos e implica que
los invididuos mantengan, desde sus atribuciones como ciudadanos, consumidores,
vecinos o trabajadores, una vigilancia permanente sobre funcionarios y
empleados públicos y sobre proveedores de bienes y servicios. Corresponde
a la clase política forjar los consensos para convocar a la población.
Finalmente, esa misma clase política debe erradicar
de sus usos el cinismo que da lugar a ambigüedades indefendibles en
torno a la corrupción; tal es el caso del encubrimiento parlamentario
de las operaciones del Fobaproa, aprobada por panistas y priístas
en la legislatura pasada. Esa maniobra impide considerar legalmente al
rescate bancario del zedillismo como un acto de corrupción, por
más que política y moralmente lo sea.
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