miercoles Ť 11 Ť julio Ť 2001
Carlos Martínez García
Las cuentas del INEGI
Un organismo externo como el Banco Mundial (BM) tendrá a su cargo una auditoría sobre las cifras y mediciones producidas por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática; así lo dio a conocer la semana pasada el director de este último, Gilberto Calvillo Vives. De acuerdo con Notimex, la intervención del BM es para darle "mayor credibilidad" a los números que publica el instituto. Ante los cuestionamientos provenientes de varios sectores, Calvillo Vives negó tajantemente que el INEGI "maquille las cifras de los censos, porque es muy difícil hacerlo". Tal vez no modifiquen los datos, pero sí diseñan mal el levantamiento de la información.
La inconformidad con los resultados censales del INEGI se da lo mismo entre las tres administraciones perredistas del Gobierno del Distrito Federal, las cuales han puesto y ponen en duda que la población de la ciudad de México sea la que reporta el instituto (consideran que la subestima), que en organizaciones indígenas reacias a dar por buenos los números del censo del 2000, que reportaron una población india en la nación de 8 millones 381 mil 314 personas. El Congreso Nacional Indígena (CNI) considera que en México la población india rebasa con mucho los 10 millones, incluso hay quienes calculan su número cercano a los 15 millones. A los especialistas en este asunto les corresponde enmendarle las estadísticas al INEGI. Por mi parte, llamo la atención a las cifras que en el apartado de religión publica el mencionado instituto. El cuestionario del censo del año pasado, en la pregunta 19, daba tres grandes opciones de adscripción religiosa: católica, otra (anote la religión) y ninguna. Lo cual llenó de plácemes a la alta jerarquía católica, por ser esa religión la única con derecho a estar con su nombre en el ejercicio censal. Por la gran diversidad religiosa que se ha ido asentando en México durante las últimas cinco décadas, los analistas del INEGI se vieron en problemas a la hora de clasificar la enorme masa de datos que arrojó la respuesta "otra religión".
Al intentar agrupar en familias confesionales a los mexicanos que dijeron tener una religión distinta a la católica, en el INEGI optaron por desagregar las posibilidades de la población no católica en protestante/evangélica, bíblica no evangélica, judaica, otras religiones, sin religión y no especificado. En la primera posibilidad de adscripción religiosa: católica, está el 88 por ciento de los mexicanos; 5.2 se reconocieron como evangélicos, 2.07 respondió que forma parte de una iglesia bíblica no evangélica, y 3.5 por ciento no tiene religión. El resto es judaico, de otra religión o no especificó su respuesta. El problema es que si le hacemos caso a las clasificaciones del INEGI llegamos a conclusiones que serían coherentes en el papel, pero que no tienen base en la realidad religiosa del país.
Desde este espacio solicito al INEGI que haga públicas las razones que le llevaron a clasificar a los adventistas como pertenecientes a iglesias bíblicas no evangélicas (junto con mormones y testigos de Jehová), y no en el renglón al que en realidad pertenecen, al de iglesias protestantes/evangélicas. Los especialistas más reconocidos en la materia consideran que los adventistas son evangélicos, dado que coinciden con los cuatro puntos centrales que distinguen al evangelicalismo, a saber: 1) un enfoque, tanto devocional como teológico, en la persona de Jesucristo, especialmente en el significado salvífico de su muerte en la cruz; 2) la identificación de la Biblia como la autoridad final en materias de espiritualidad, doctrina y ética; 3) un énfasis en la conversión o en un "nuevo nacimiento" como experiencia de fe que produce cambios en la vida, y 4) una preocupación por compartir la fe con otros (fuerte acento en misiones), especialmente por medio del evangelismo.
Pasemos de las definiciones teológico-históricas al terreno de los datos del INEGI. Si ponemos a los adventistas donde deben estar, junto con otras iglesias evangélicas, el porcentaje nacional de éstas se eleva medio punto, de 5.2 a 5.7 por ciento. Aquí no hay mucha diferencia, y hasta el INEGI podría argumentar que la variación no es significativa. Pero si el ejercicio lo hacemos en los estados que tienen los cinco primeros lugares en porcentaje de población evangélica (Chiapas, Tabasco, Campeche, Quintana Roo y Yucatán), tenemos, por ejemplo, que esa variación llega a ser diez veces mayor que la descubierta nacionalmente. Es el caso de Chiapas, donde el INEGI dice que el porcentaje de protestantes es de 13.9 por ciento (dos puntos y medio menos que en el censo de 1990), se eleva a 19.2 cuando los adventistas son adscritos en la familia confesional que en verdad les corresponde. Pero aún hay más, si del terreno estatal pasamos a los diecinueve municipios chiapanecos fronterizos con Guatemala. En varios de ellos el porcentaje mayor de evangélicos son los adventistas, y lo mismo sucede en municipios de los Altos, selva y norte del estado. La variación llega a ser de diez puntos o más. ƑIncurrió el INEGI en la violación de los derechos humanos de los protestantes mexicanos; específicamente, vulneró su derecho a la identidad?
Parece ser que la lógica que guió la pregunta de religión en el censo del 2000 fue que si ya se sabe que la mayoría de los mexicanos se reconocen como católicos, para qué preocuparse de entender y medir adecuadamente a un montón de sectas, cuyos integrantes tienen creencias excéntricas y antinacionales.
ƑHabrá el INEGI actuado con similar descuido en otros rubros del censo?