MIERCOLES Ť 11 Ť JULIO Ť 2001
Marcos Roitman Rosenmann
El caso Pinochet o el "síndrome de Estocolmo"
En la acción judicial existen dos tipos de sentencias: inocente o culpable. También pueden producirse casos excepcionales donde se decida el sobreseimiento del caso o su nulidad por vicio de formas. En la acción política por analogía podemos tener dos tipos de decisiones, unas éticas y otras corruptas. En las resoluciones judiciales no puede haber triunfos morales. Ello es la justificación para evitar juicios de valor sobre el carácter de las sentencias obtenidas.
Las circunstancias que rodean la sentencia del Tribunal de Apelaciones que deja sin efecto la posibilidad de juzgar al dictador Augusto Pinochet en Chile sólo puede entenderse como muestra de la voluntad política consciente de impedir se produzca una sentencia firme donde el acusado, de haber cometido crímenes contra la humanidad, sea juzgado y cumpla condena. Si algo está claro durante el tiempo que dura la causa abierta en Chile es que nadie discute las responsabilidades imputadas al tirano en la llamada Caravana de la muerte y en los crímenes cometidos durante el periodo de su tiranía. Lo que sé esta discutiendo es algo pueril: Ƒ cómo mantener efectivos los pactos explícitos sobre los cuales se edificaron las bases de la "transición en Chile? La respuesta encontrada ha sido a costa de aducir "demencia o locura" del tirano para sentarse frente a un tribunal.
Lo detestable de esta nueva situación es la complicidad entre el gobierno, la derecha y las fuerzas armadas para proteger hasta el último día de vida a un individuo acusado de cometer crímenes que avergüenzan a la humanidad. Hoy la complicidad se puede entender como una extensión al ámbito político del llamado "síndrome de Estocolmo" donde las víctimas terminan por enamorarse de los torturadores, justificando sus actos hasta sentirse culpables de haber provocado la tortura.
Lamentablemente el fallo que revoca la resolución de 29 de enero de 2001 deja claro la imposibilidad de avanzar o al menos iniciar una transición democrática en Chile. Hoy podemos estar seguros que durante algún tiempo se cierran las grandes alamedas por donde pueda pasar el hombre libre en Chile. No hay por qué extrañarse, los límites del proceso político chileno lo expone claramente Luis Maira, hoy embajador de Chile en México:
"Esto significaba aceptar un sistema con unas fuerzas armadas en posesión de un alto nivel de independencia incompatible con los supuestos democráticos y una tutela institucional sobre el régimen político, a través del Consejo de Seguridad Nacional; donde los partidos de derecha que constituyeron la primera minoría electoral-Renovación Nacional y la Unión Demócrata Independiente disponían de mayoría en el Senado y de un poder de decisión y control incluso sobre las leyes ordinarias, debido al peso decisivo del bloque de Senadores designados (9 frente a 38 senadores elegidos) y del sistema electoral binominal. Un sistema donde el esclarecimiento de las peores violaciones de los derechos humanos carecía de mecanismos de solución que permitieran llegar a una solución judicial."
Tras esta constatación, la impunidad está garantizada y puede ser legislada. La arbitrariedad se configura como la forma de actuar político en caso de una acción tendente a pedir justicia por violaciones a los derechos humanos.
Sin embargo, la acción noble e incorruptible de miles de chilenos que siguen sin perder la dignidad ético-política ni son víctimas del "Síndrome de Estocolmo" hace posible evidenciar lo espúreo de esta decisión arbitraria. Ellos hacen viable recuperar y mantener la memoria histórica de un país cuya elite política, salvo excepciones, prefieren vivir del olvido y la corrupción y no decir verdad.
Es una obviedad, el gobierno de Ricardo Lagos ha concluido un proceso político molesto y nefasto para los constructores de la transición cuyo comienzo fue la detención del tirano en Londres el 15 de octubre de 1998. Hoy se consuma una farsa, en Chile no se podrá juzgar al tirano, las políticas de amarre estaban aseguradas y las garantías de impunidad concedidas. La maniobra es un éxito, gobiernos y elites políticas al borde de un ataque de nervios pueden relajarse sentándose en los divanes de psicoanalistas. Seguramente llamaran a los médicos y psiquiatras que han atendido al tirano en Londres y en Chile. El diagnóstico con toda seguridad sería unánimemente compartido por el equipo médico: cobardía y egoísmo extremado, afincado en los valores del pragmatismo neoliberal. Pero en ningún caso podrá aducirse "demencia o locura temporal." Este diagnóstico se emite para acallar las conciencias y producir victorias morales donde los inculpados siguen gozando de la impunidad y arbitrariedad de un poder político corrupto.