JUEVES Ť 12 Ť JULIO Ť 2001

Un crimen homofóbico

MARIA RIVERA

A mi hijo ''lo silenciaron por hablar'', dice la madre de fundador de ONG antisida

A los 68 años Alicia Valle Chávez tiene los ojos de aquellos que lo han leído todo en el libro de la vida. Hasta los 52 fue una más de esas heroínas de lo cotidiano que tienen un montón de hijos -11 en este caso-, mantienen su hogar unido y saborean las mieles de una felicidad ignorante. Pero la solidaridad con la orientación sexual de su hijo Francisco Estrada Valle la obligó a romper con su matrimonio y con un pasado de sumisión. Desde entonces acompañó al activista de los derechos humanos y civiles de la comunidad gay en su lucha, hasta su brutal asesinato el 12 de julio de 1992, hecho que cumple hoy nueve años sin esclarecerse.

Arropada de ira y amor, esta menuda mujer guanajuatense ha mantenido durante casi una década un enconado combate no sólo por el esclarecimiento del homicidio, sino por romper la conspiración del silencio que rodea a los crímenes por homofobia.

Mi hijo fue un gran hombre, afirma plena de orgullo doña Alicia. "Lo silenciaron por hablar.'' Recuerda que el fundador de AVE de México -primera organización no gubernamental que se abocó a la lucha contra el sida- siempre tuvo como divisa que el silencio es igual a la muerte. Por eso dedicó sus últimos años no sólo a ofrecer sus conocimientos de medicina a seropositivos, sino a impartir talleres de prevención.

Tampoco hubo foro público al que no acudiera a debatir. Fueron célebres sus polémicas con dirigentes de Provida y funcionarios gubernamentales en el programa de Nino Canún a fines de los 80, y la presentación de la forma correcta de colocar un condón sobre un dildo, en un programa conducido por Marta de la Lama, ante una titubeante cámara que no acertaba a enfocar la imagen. Demasiada perturbación para una sociedad callada.

Hoy en día se habla con frecuencia de la campaña contra el ruido; sin embargo, la campaña contra el silencio es mucho más importante, ha escrito Ryszard Kapuscinsky. En la lucha contra el ruido se habla de la tranquilidad de los nervios; en la lucha contra el silencio, de la vida humana. "El silencio implica que su existencia no sea perturbada por ninguna voz de queja, de protesta o de ira. Donde se deja escuchar una de esas voces el silencio la golpea con toda su violencia y restablece su dominio."

La vida de Alicia Valle, como la de la mayoría de lasvalle_entrevista01 mujeres mexicanas de su época, también estuvo marcada por el mutismo. "La nuestra fue una familia completamente patriarcal", recuerda resignadamente. ''Me casé muy joven, a los 16 años, y a partir de entonces mi marido se convirtió en mi padre, mi maestro, mi vida. Desde antes del matrimonio él me dijo que tenía que cambiar mi forma de ser, tan amiguera, y que tampoco le gustaba cómo me vestía ni que saliera a la calle. Pero yo lo quería tanto que si me hubiera dicho que lo siguiera a la punta de un árbol, lo haría".

A los 27 años ya tenía sus primeros nueve hijos. A comienzos de los 60, después de que los doctores le prescribieran el uso de anticonceptivos, empezó a usarlos. "Sólo hasta entonces empezamos a disfrutar mi marido y yo de nuestra sexualidad, sin temor, sin el šchin! Ƒy si me embarazo? Ahora escucho hablar de la misoginia y tengo que reconocer que muchas de esas cosas me tocó vivirlas, pero lo hice en un contexto de ignorancia porque para mí aquéllas eran demostraciones de amor. Le digo que entre más estudia uno más entra en conflicto..."

La familia tenía un buen ingreso con el salario del patriarca, ingeniero minero que ganaba en dólares. Pudieron darles una buena educación a todos los hijos hombres. Pero sólo a ellos: las mujeres recibieron clases de manualidades, cocina y costura, todo, siempre y cuando no salieran de su casa. En los 70 esta quietud familiar empezó a sufrir embates.

Toma de conciencia familiar

Desde su adolescencia Francisco no podía entender la sumisión femenina que lo ro-deaba. Por qué sus hermanas no estudiaban pese a ser tan inteligentes, preguntaba. "Yo le respondía que porque su padre no quería, que así eran las cosas", reconoce.

El joven no se daba por vencido y seguía con sus cuestionamientos. Terminó la preparatoria y empezó a estudiar medicina en Toluca. Tenía novia y toda la familia pensaba que el muchacho, que siempre era puesto de ejemplo por la madre, formaría un hogar siguiendo la tradición familiar. Durante una de las visitas le avisó a Alicia que la próxima vez que regresara le daría una noticia. La mujer pensó en el posible embarazo de la novia, por el tono de misterio. Llegó el día y la confesión.

-Mira, madre, soy homosexual.

-ƑQué...?

-Soy homosexual, dime algo.

-Tu padre nos va a correr. ƑA qué te refieres con homosexual? ƑSon ésos a los que les gustan los hombres?

Francisco se lo confirmó y le dijo que no le importaba lo que pensara su padre, sino su opinión. "Le respondí, Pillo (sobrenombre familiar de Francisco), para mí tú sigues siendo el mismo. Pero mi marido sí tenía otra postura, los veía como algo sucio, que no tenían cabida en esta sociedad, por eso yo tenía tanto miedo de que supiera", rememora.

El vínculo entre madre e hijo se afianzó a partir de entonces. La mujer supo que en la adolescencia el muchacho, confundido por la atracción que sentía hacia sus compañeros de escuela, había intentado suicidarse en dos ocasiones. El, a su vez, también se convirtió en su confidente. La apoyó cuando llegó el desplome de la situación económica familiar que la mujer trataba de ocultar a todos, incluyendo al marido.

"Eso no quiere decir que Pillo y yo no siguiéramos discutiendo, porque él no paraba de regañarme por la forma en que maleducaba a mis hijos varones: 'Ƒpor qué mis hermanas tienen que servirles la mesa a ellos si vienen de divertirse?', me preguntaba enojado". Pasó el tiempo y Francisco se recibió de médico e hizo su servicio en clínicas de Coplamar del estado de México. Las ineficiencias que detectó -mala construcción y falta de medicamentos- empezó a decirlas a voz en cuello. Las amenazas no se hicieron esperar. El padre, asustado, le pidió que callara.

El joven se especializó en medicina familiar y todo parecía llevarlo a una vida de éxito, comenta la madre, hasta que los temblores de 1985 también lo cimbraron a él. Había empezado a investigar el tema del sida y estaba consternado por la cantidad de sangre que se transfundió sin haber sido analizada. El temor de una pandemia de sida estaba en su mente. Aceptó una beca para estudiar en Estados Unidos con el fin de analizar la nueva enfermedad. Allá detectó que él también era seropositivo. Regresó a México con una idea fija: informar sobre el tema. Fundó AVE de México con ese fin y desde entonces volcó todas sus energías en la organización y en las luchas por los derechos de la comunidad gay.

Al tiempo, empezó a alejarse de la madre, preparándola para lo que consideraba su próxima muerte. Alicia no entendía esa súbita frialdad de su hijo más cercano hasta que sus hijas le dieron la noticia. En 1988, durante una visita a la casa familiar, Francisco habló con su padre. "Encontré a mi marido consternado. Me dijo que su hijo era maricón y sidoso y que quería que no volviera a pisar la casa. Yo le respondí muy enojada que a ver cómo le hacía, pero que mientras yo viviera ahí mi hijo seguiría visitándome. Molesto me dijo que si así estaban las cosas, entonces yo también me largara. Llevábamos 42 años de casados, toda una vida, pero me fui con mis hijas; yo no podía dejar a Francisco en el momento en que más me necesitaba. Mi marido puso candados en la casa y desde ese momento dijo que yo estaba muerta, porque había osado poner un pie fuera de mi casa. Fue el último día que lo vi."

De pronto la vida de la mujer se vino abajo. Sin casa, sin dinero, sin educación, tuvo que rehacerse completamente. Como lo único que sabía hacer era cocinar, empezó un negocio de banquetes a domicilio en Irapuato con el que la iban pasando ella y sus hijas. En 1990 comenzó un curso para convertirse en acompañante de enfermos terminales de sida en AVE de México, impartido por su hijo. Al concluir sus estudios, Francisco le informó sobre su enfermedad. Ambos se sinceraron y la comunicación se estrechó aún más.

El la preparó para su muerte. Hablaron hasta del kimono con el que deseaba ser incinerado, el sitio donde quería ser velado y que no pensaba llegar a la fase terminal de la enfermedad. Le pidió que así como le había dado la vida, en su momento tendría que ayudarlo a morir. Pero sobre todo le exigió que continuara su lucha. "Yo no tengo hijos, madre, pero AVE es mi creación, me dijo. Yo le respondí: pues entonces es mi nieto y lo voy a cuidar."

Pronto el muchacho la puso a prueba. Le pidió que lo acompañara a la Marcha del orgullo gay de 1991. "Nos reunimos frente a los leones de Chapultepec y yo rezaba: ay Diosito, que llueva, que llueva para que se suspenda esto; la verdad yo no quería marchar con todas esas locas con los senos de fuera que me rodeaban. Pero lloviendo y todo, ahí vamos. Cuando íbamos por Reforma yo decía: Virgen Santa, me van a ver. Para no sufrir más me quité los lentes, por aquello de ojos que no ven corazón que no siente. Al año siguiente yo le pedí acompañarlo, pero esta vez con lentes, quería mirar todo. Eso hizo muy feliz a Francisco, ver que yo encaraba la verdad".

Día del crimen, linchamiento moral

En la madrugada del 12 de julio de 1992, Alicia recuerda que sintió un inmenso dolor. Se levantó muy angustiada. Trató de comunicarse con Francisco, pero Gerardo, otro de sus hijos que vivía con él, le dijo que no se preocupara, que andaba con algunos amigos. En realidad el joven también estaba preocupado por la desaparición de su hermano. Al día siguiente ya no pudo seguir ocultando el secreto y la señora Valle Chávez se vino al DF para colaborar en la búsqueda del muchacho. En el fondo sabía que lo encontraría muerto. "Yo le decía a Dios: nada más te pido una cosa, que no me hagas perdedizo a mi hijo; regrésamelo, quiero saber dónde está". El cuerpo apareció al día siguiente en una casa de Coyoacán, junto al de otros dos hombres.

Como si de una Piedad se tratara, la madre limpió su cuerpo y lo revisó minuciosamente en busca de huellas de maltrato. Lo único evidente era que había sido amordazado y que fue el último en ser asesinado aquella madrugada. Nunca se le ocurrió levantarle el cuello, lamenta; por eso cuando supo que había sido degollado se sintió morir. Eso sí, menciona, le cumplió todas y cada una de sus peticiones. Fue vestido con la ropa elegida y velado en el lugar sugerido. En ese momento no tenía dinero para costear los gastos del funeral, pero ni falta que hizo, sus amigos y sus compañeros de AVE se disputaron el derecho a pagarlos. "Francisco murió como vivió, querido por todos", afirma sonriente la madre.

Ese es su consuelo cuando recuerda el trato que se dio al asesinato en los periódicos sensacionalistas. Lo único que destacaban era la condición homosexual de los muertos. Al tiempo comenzó el linchamiento moral de la familia. A su pueblo de origen llegaron pacas de pasquines que se regodeaban en detalles. Durante muchos años, los Estrada Valle evitaron mirar los puestos de periódicos donde se acumulan ese tipo de publicaciones que llaman a la intolerancia y al odio.

El 6 de mayo de 1998 el dolor de esta madre dio sus frutos. Se formó la Comisión Ciudadana Contra los Crímenes por Homofobia. Distinguidos intelectuales como Carlos Monsiváis, Marta Lamas, Luis Villoro, Arnoldo Kraus, Jesusa Rodríguez, Cristina Pacheco y Alejandro Brito, entre otros, se han dado a la tarea de acompañarla en su lucha por documentar asesinatos como el de su hijo. La homofobia, dice el documento constitutivo, implica una conducta discriminatoria y lacerante que, llevada al extremo, culmina en brutales ejecuciones. Es un problema social que se reproduce a través de instituciones sociales como la familia, el medio laboral, el ámbito constitucional, la escuela y la Iglesia católica. Por ello, la comisión pugna por la defensa de los derechos humanos y sexuales de los ciudadanos y ciudadanas sin importar su orientación sexual.

Al final de su recuento, esta menuda mujer que dejó atrás un matrimonio tradicional y una vida de mentiras se afirma en el rumbo que emprendió hace 16 años. No ha sido fácil, pero sí escogido por ella. "Mi hijo fue un gran hombre, me abrió los ojos a la verdad, no me arrepiento en ningún momento de la elección que hice, de seguirlo y apoyarlo."