viernes Ť 13 Ť julio Ť 2001

Silvia Gómez Tagle

Triunfos de minoría

El abstencionismo es un fantasma que ronda a la democracia en todos los países que pretenden tener sistemas consolidados, porque no hay vacunas fáciles para ese mal, si se acepta que el voto es un derecho y no una obligación de los ciudadanos. Pero en nuestro país, donde apenas se empieza a imponer la lógica de democracia, el elevado abstencionismo en las elecciones locales resulta preocupante: en Yucatán, en una elección de gobernador, diputados y ayuntamientos muy competida con un esquema básicamente bipartidista, la abstención se ubicó alrededor de 38 por ciento (27 de mayo). A diferencia de Yucatán, las elecciones del 1 de julio pasado fueron sólo de diputados locales y ayuntamientos, lo que en cierto modo explica la menor concurrencia de los ciudadanos a las urnas, pero ciertamente, la abstención fue muy elevada: Zacatecas, 51 por ciento; Chihuahua, 64 por ciento, y Durango 75 por ciento.

Zacatecas es gobernada por el PRD, con una fuerte presencia del PRI, que sin embargo va en declive, mientras el PAN tiende a incrementar su influencia. Es notable también la diferencia entre las zonas urbanas y las rurales; de los cinco municipios más importantes el PAN ganó uno y los otros cuatro el PRD, lo que en conjunto les da el control de 66 por ciento de la población. En Chihuahua, donde el PRI recuperó la entidad en las últimas elecciones para gobernador, ahora consolidó su mayoría en el Congreso local, en una cerrada competencia con el PAN, en un esquema bipartidista, porque los otros partidos no han logrado arraigarse. El PAN y el PRI se reparten los municipios de la entidad en partes iguales si se atiende a la población que los habita, pero el primero con predominio urbano. En Durango, el PRI ha mantenido un sólido arraigo en la mayor parte de los municipios y en el Congreso local, aun cuando el PAN empieza a despuntar como opositor en ascenso. En Baja California, en las elecciones para gobernador, diputados y municipios del 8 de julio se presentó un porcentaje de abstencionismo alarmante: 78 por ciento. Sobre todo si se recuerda que ésta fue la primera entidad de la República que vivió la alternancia política, ya que desde 1989 ha sido gobernada por el PAN. Como en Chihuahua y Yucatán, sólo tienen presencia importante el PAN y el PRI, pero, a diferencia de Chihuahua, en este caso el PRI no ha podido recuperar la mayoría.

El elevado abstencionismo ciertamente refleja una falta de interés en las ofertas de los partidos y resta legitimidad tanto a los procesos electorales como a los gobiernos o representantes emanados de éstos, pero en el caso de México no podemos remitirnos a experiencias históricas de muchos años atrás para comparar con los resultados actuales, porque las estadísticas padecían distorsiones severas. Por ejemplo, resulta muy extraño que las elecciones presidenciales de 1988, que fueron las más competidas hasta antes de 2000, tuvieran un abstencionismo de 52 por ciento, el más alto desde 1964 hasta la fecha. En cambio, en las elecciones federales intermedias de 1991 la participación electoral subió a 65 por ciento, siendo que el PRI tenía pocos competidores efectivos. La participación electoral expresa una relación entre total de votos y total de ciudadanos empadronados (o lista nominal), de tal suerte que depende de los incrementos o recortes que hacían las autoridades electorales con mucha libertad antes de que el IFE fuera una institución plenamente ciudadanizada y autónoma en los unos o los otros. De ahí que se tuvieran cifras tan contradictorias como que el padrón electoral del Distrito Federal en 1991 fue inferior al de 1979, lo que nos habla de un recorte de ciudadanos muy importante, probablemente destinado a excluir a los simpatizantes del PRD, en una entidad donde la alianza cardenista ganó por mayoría en 1988. Yo me atrevo a proponer, como hipótesis, que un nivel "real" de abstención en nuestro país podría ubicarse entre 50 y 60 por ciento ahora que existe una correlación de fuerzas plural y autoridades electorales más confiables, sin que esto excluya la posibilidad de que los gobiernos (federal o locales) usen sus recursos para apoyar a su partido en las elecciones.

Los mexicanos apenas empiezan a descubrir que el voto puede servir para quitar a los partidos políticos que no les simpatizan. Por eso es tan preocupante que en aquellas entidades como Baja California o Chihuahua, donde se dio la alternancia hace más tiempo, los partidos no capten el interés de los votantes potenciales. Las últimas elecciones locales han puesto en evidencia que la regla de la mayoría, eje fundamental de la democracia política, no siempre se aplica, porque finalmente los ganadores resultan electos con los votos de muy pocos ciudadanos, por eso podemos llamarlos triunfos de minoría. Para consolidar nuestra democracia los partidos necesitan no sólo preocuparse por ganar la mayoría a como dé lugar, sino establecer realmente una relación efectiva con la mayoría de los ciudadanos.