VIERNES Ť 13 Ť JULIO Ť 2001

Ť Alberto Dallal

Muestra de espacio,tiempo y precisión

En el Teatro de las Artes, la Compañía Nacional de Danza lanzó un programa para mostrar los afilados objetivos de su actual estructura. En cuidadosa reposición de Laura Echevarría, los bien sintonizados bailarines ofrecieron Serenata, una perdurable coreografía de Balanchine porque establece una equilibrada, compacta masa o hilación de tiempo-espacio. En Serenata todo baila: música, cuerpos, sus miembros, vestimentas, noche, colores. El más imperceptible movimiento, el gesto: todo importa, aporta. Porque no hay cuento o historia, trama.

Varios críticos califican a Serenata de obra ''pura", toda vez que las formas se unen y se entrelazan con la estructura musical de Tchaikovsky de una manera fluida, cómoda. Los cuerpos vienen y van, tejen, cargan y descargan una energía azul, nocturna. Sólo un toque, imprescindible, de dramatismo, cuando en la Elegía la bailarina cae al piso; el cuadro se completa: un bailarín aparece y se acerca con los ojos tapados por otra bailarina. Estas formas, casi poses (lo serían si no continuase la obra en pleno, sutil, perfecto movimiento), le dan razón de ser escénica a la obra y justifican un final en el que la muchacha, levantada por otros bailarines, se aleja (Ƒdesaparece?: culminación) sostenida por un cortejo.

La compañía montó esta obra desde 1989 pero ahora su puesta en danza ha sido revisada por la experta Zippora Karz (de la Fundación Balanchine) y el visto bueno (como puede apreciarse en el escenario) quedó garantizado por las bien cuidadas y desenvueltas interpretaciones de, entre otros, Sandra Bárcenas, Raúl Fernández, Carmen Correa y Carolina Capdevila (precisión y gusto por el movimiento).

En la danza clásica las estructuras coreográficas exigen la exactitud en las secciones, momentos y detalles pero asimismo la comprensión, de parte de los bailarines, de las atmósferas, los objetivos de forma que se persiguen, los tonos espaciales, la significación. Con esta Serenata, con el estreno de Tiempo fuera, coreografía de James Kelly, y la inclusión en el programa de la ágil y difícil Fragmentarios de Carlos López, la Compañía Nacional de Danza comprueba que los aplausos de un público cada vez más ''conocedor", los afanes de la efectiva dirección artística de Cuauhtémoc Nájera y los trabajos de tantos bailarines y técnicos disciplinados y profesionales justifican y gratifican presupuestos y apoyos. La versatilidad del repertorio, la operatividad de las presentaciones en variados escenarios, el buen desempeño de cada uno de los integrantes y, lo que resulta altamente plausible, la presencia de una compañía, ahora sí, profesional y calmadamente ''picada", nos hace vislumbrar montajes novedosos (como el de Kelly) y complejos.

Durante este programa, a las líneas netamente geométricas y precisas de Balanchine (el cuerpo humano, ese sí, como forma pura), se agregaron concentrados y contrastados diseños, trazos y evoluciones de López: ejercicios bien delineados en que la capacidad ''da", entrega todo (como Slauka Ladewig, seria, seria), sed de variaciones que surgen, se desarrollan, se cortan, comienzan nuevamente: se aprovecha la actual e inmediata cada del ballet contemporáneo.

Finalmente se exhibió un Tiempo fuera lleno de extraños y a veces irónicos regocijos con el tiempo: un tiempo cerebral, obvio, que ''desgarra", separa, mutila las vestiduras, los tutúes: bailarines obligados a percibir el tiempo mientras exhiben cuerpos ágiles, Ƒangustiados? Porque la obra, medida, acaba por acabarse. El o los asimétricos pas de deux de Laura Morelos y Jaime Varga, con novedosos y difíciles movimientos, son parte medular de la obra, una obra que por ''cerebral", por ''pensada" resulta asimismo interesante y, lo mejor, atractiva visualmente. Estupenda Jacqueline López, segura; hay que ser en el instante. Ay. Hay que verla aquí, metida en un tiempo que se va, se extingue a la vista del público.