domingo Ť 15 Ť julio Ť 2001

Guillermo Almeyra

La transición cubana

La transición en Cuba empezó, en realidad, a mediados de los ochenta con las dificultades económicas y adoptó un ritmo acelerado después del derrumbe de la Unión Soviética, a cuya estabilidad eterna el gobierno cubano había jugado todas sus cartas, sin preparar a tiempo acciones de repliegue.

Por consiguiente, esa transición lleva ya 15 años y no depende sólo de la salud de Fidel Castro y del remplazo de éste por su hermano Raúl, jefe de las fuerzas armadas y vicepresidente. El problema, por consiguiente, incluye algo más que el cambio en la cumbre del gobierno o, incluso, que el cambio de gobierno mismo (en el caso de que la Vieja Guardia sea sustituida por sectores más jóvenes con métodos y políticas diferentes o, en la peor de las eventualidades para el pueblo cubano, por una especie más o menos disfrazada de gobierno de unidad nacional que incluya una ala moderada de la oposición liberal). La cuestión fundamental es qué rumbo seguirá Cuba.

En lo económico-social sólo existen dos opciones. La primera es la continuación de la línea empírica actual, que combina la integración en el mercado mundial y el desarrollo de las relaciones capitalistas con controles estatales cada vez más laxos y que tienden a preservar algunas de las conquistas solidarias e igualitarias de la revolución. O sea, una línea que en lo esencial preservaría la independencia nacional y las bases de la soberanía popular. La segunda, la homogeneización -anexionista de hecho a Estados Unidos- con los demás países del continente, quizás a la polaca, con un gobierno llamado socialdemócrata con raíces en el viejo Partido Comunista que aplicaría una política neoliberal con algún tinte "social". Esta última perspectiva anularía la anomalía cubana en América y daría un duro golpe moral a la resistencia a la globalización que se extiende y profundiza en nuestro continente.

La discusión en Cuba sobre esta alternativa se da, por supuesto, a todos los niveles y particularmente en el gobierno. Pero la misma no es pública, no se analizan los elementos que militan en pro de una u otra salida, no se busca dar claridad al pueblo cubano ni apelar a su fuerza y decisión pues el gobierno se limita a agitar consignas nacionalistas, desde el caso de Eliancito hasta el de los cubanos acusados de ser espías y rehenes de Estados Unidos, y concentra toda la atención pública en la fortaleza física de Fidel... o sea, gana tiempo, tira la pelota afuera.

Del lado del anexionismo, siempre presente, aunque minoritario, en la historia cubana, pesan la globalización, la cercanía geográfica, la fuerza económica de Miami y del imperio, el poderío militar de éste, la hegemonía cultural capitalista que arrastra a vastos sectores de la juventud urbana cubana y un sector de la burocracia y de la tecnocracia, la corrupción resultante de la apertura a las inversiones y al turismo capitalistas y que deriva también de la existencia misma de las exigencias mercantiles en cada aspecto de la vida social.

Del lado de la resistencia, que combate retrocediendo paso a paso, la fuerza principal no ha sido desplegada y hasta ahora aparece en primer plano esencialmente el aparato político del Estado, su propaganda, sus medidas organizativas o económicas porque el centralismo y el paternalismo ahogan la libre organización y la libre discusión del pueblo cubano construyendo un sólido frente entre los nacionalistas revolucionarios, antimperialistas, que siguen siendo la mayoría, y la minoría socialista.

El gobierno teme la influencia cultural y política de la contrarrevolución -que, por supuesto, es un factor bien real-, sobre todo porque no confía en la capacidad autogestiva y en la lucidez de la mayoría de los sectores populares a los que se limita a movilizar de vez en cuando, dándoles el papel del coro griego en el drama que protagonizan los héroes. Teme además que la libre discusión lleve a poner en cuestión la burocracia, el caudillismo, la corrupción, y abra un proceso incontrolado.

Esos temores impiden recurrir plenamente a la principal fuerza de la revolución en la isla y a su principal atractivo en escala internacional. Por consiguiente, la transición se alarga y el aparato -que sobrestima su capacidad y se niega a recordar o analizar sus errores, pelea en situaciones desventajosas contra fuerzas superiores- no es capaz de dar una idea-fuerza ni una perspectiva de futuro a los cubanos (fuera de la defensa de la independencia) y, al no contar con el protagonismo de los sectores populares, permite que la influencia del capital penetre incluso en sectores gobernantes. Ahora bien, no se puede pelear contra un gigante con el brazo principal atado a la espalda.

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