DOMINGO Ť 15 Ť JULIO Ť 2001

Ť Bárbara Jacobs

Escoger el dolor

El único miedo que la mamá de William Faulkner tenía de la muerte era que la haría encontrarse de nuevo con el padre de sus hijos al que (formuló para sus últimas palabras, más a manera de legado que de lapsus) jamás había amado. En cambio, ese papá en vida enfrentó algo todavía peor, y fue que su propio padre, gran empresario, hijo del bisabuelo admirado de Faulkner, nunca creyó en él. El padre de Faulkner fue un fracasado antes de obtener la oportunidad de serlo por sus propios deméritos. Se acomodó, pero para entonces los hijos ya se habían dado cuenta de todo, en especial el mayor, William, Will, Bill, según la biografía de David Minter o la memoria de su hermano John. William jamás perdonó a papá ni olvidó que, fiel a su destino, éste considerara a su hijo un fracaso a su vez. Aislamiento, silencio, quietud. Si vas a ser escritor, le advirtió temprano en la vida, escribe novelas de detectives.

Sólo que William, que había empezado bien, siendo niño y, mejor aún, inquieto y curioso, oía cuentos de negros; de su nana, negra; de la gente de Oxford, Mississippi, en donde creció y murió; agricultores, negros. Región, familia y él mismo, agitados en el vaso de su visión, dieron el torrente deshecho de su lenguaje y el caos especial de su mundo real imaginario. ƑQué es lo más horrendo que puedo imaginar? ƑO lo que más añoro? Pues eso: darle forma, a lo horrible, a lo añorado; elaborada, desbocada como un caballo salvaje, sin freno y disparado. De Platón a Shakespeare a Swinburne a Cervantes; de Flaubert a Joyce a Eliot; de la Biblia a Wilde a Yeats. Faulkner abandonó todo para interiorizarse y leer. Para alcanzar a sus modelos, piloteó aviones, pescó, cabalgó. Pintó paredes; se asqueó de Hollywood; urdió un mito de sí mismo en la Primera Guerra, con papelería falsa y cojera fingida, que tuvo que diluir años después, a la hora de que Malcolm Cowley, en cumplimiento florido de su papel de crítico, quiso incorporar todo eso en el lanzamiento de Faulkner a la plataforma del prestigio. Dirigió la lectura de la obra hacia la forma. Es lo que importa, el estilo, la calidad del tejido del diseño, más que el diseño en sí. Faulkner vistió la historia de su familia con el mundo de los negros.

Perder el conocimiento a causa del alcohol no es nada, una y otra vez sobre el tapete de cuartos del hotel Algonquin, en Nueva York, o de hotelitos de París, o sobre el sillón en la fiesta de un editor o de otro, todos vampiros rapaces, no es nada si la causa habla por sí sola. Sanatorios, electrochoques para atreverse a solicitar dócilmente amor. Perder la infancia es perderlo todo. No el conocimiento tras los escarnios de editores. A medida que la calidad de sus trabajos aumentaba, disminuía el interés de las editoriales por ellos. O rechazarle una novela porque se pasa de buena y no se va a vender. Bien; pero no me rechaces a mí.

El amor había dejado de darse cuando empezó a darse. Las plumas más vistosas extendió Faulkner de su cuerpo adolescente para atraer a una estrella de nombre Stella que optó por brillar para ojos apagados. Cuando ella se propuso reconquistar el amor de Faulkner, para Faulkner el amor ya había tenido lugar. Se renueva, sí; sólo que no más como cuando creyó en él. Sin embargo, se renovó. Y Stella brilló para él, aunque con una luz ya en adelante cada vez más opacada hasta la muerte de Faulkner, padre de una hija muerta al nacer, y de Jill; Faulkner, discípulo de Sherwood Anderson; amigo de Dashiell Hammett.

Faulkner necesitaba escribir para la mujer amada, así que encontró a quién amar a lo largo de su solitaria existencia de llanos, a cielo abierto, la que prefería a la sociedad intelectual bajo cuyo sofisticado saber mediocre era ineludible perder el conocimiento sobre las alfombras. No bebía para escribir; sí para sobrevivir, con el corazón y un par de vértebras hechos pedazos. Sufrió porque no llegó a dar del todo el estirón que otros sí daban. Y porque sus paisanos más próximos lo llamaron vago, bueno para nada, y lo ignoraron. Entre cacerías, él pulió sus casas y escribió.

A escribir, pues; y demostrar que sus emociones existen y son importantes. De su última caída no se levantó pronto, aunque el caballo agachaba la cabeza a su lado para facilitarle asir las riendas e incorporarse. El caballo siguió camino solo en la noche para relinchar ante la casa y avisar a Stella. ''Si llega a haber dolor, piensa que es la lluvia y entonces que sea dolor de plata, por el bien del dolor, y que estos bosques verdes permanezcan soñando aquí, para despertar dentro de mi corazón si volviera yo a levantarme'''. Se levantó, unos días, en obediencia a su designio de preferir el dolor a la nada.