DOMINGO Ť 15 Ť JULIO Ť 2001
MAR DE HISTORIAS
La Conga
CRISTINA PACHECO
A la orilla de la carretera, bajo el anuncio espectacular que finge las bondades del fraccionamiento Vergeles, Galdina y La Gringa montan guardia. Sin proponérselo, han formado equipo: en la madrugada se acompañan a la lechería, salen juntas en busca del camión de la basura o del gas, caminan una al lado de la otra cuando se dirigen a la presidencia municipal, corren al mismo paso siempre que necesitan una patrulla y comparten el tedio de la espera los días en que, como hoy, tienen que acechar a los piperos. La consigna es detener a alguno, llueva o truene.
Galdina es la mayor. Su mejilla derecha está marcada con una cicatriz inmune a la concha nácar, el jugo de sávila y otros remedios caseros que hace tiempo dejó de aplicarse. Las horas del día apenas le alcanzan para atender a su marido y a sus hijos. Benito es chofer. Claudio, Artemisa, Lourdes y Gerardo estudian.
Nancy es conocida como La Gringa. Recibió el sobrenombre desde que llegó a vivir a Vergeles, en el 96, y deslumbró a la comunidad con su cabello rubio, casi blanco. Su tiendita es punto de referencia en la colonia. Los nuevos vecinos que preguntan por la farmacia, el kínder, la pollería o el billar, escuchan siempre la misma información: "Queda por la miscelánea de La Gringa".
II
-Señor, de favorcito, Ƒqué horas tiene? -Galdina se alarma al escuchar la respuesta: -šHíjole!, la una y seguimos aquí.
-ƑEstá esperando a Benito? -La Gringa pregunta y al mismo tiempo responde con una señal obscena a los piropos que le lanzan tres macheteros montados en un camión de carga.
-No creo que venga. Desde el lunes está durmiendo en la base. Allí por lo menos tiene agua y puede bañarse-. Galdina cruza los brazos sobre el vientre abultado que le dejó su último parto.
-ƑNo le da miedo quedarse sola en la noche?
-Pues sí, pero me aguanto. Qué me gano con que Benito venga a la casa si se la va a pasar reclamándome que no hay agua.
-Como si fuera culpa de usted-. La Gringa mueve la cabeza con desaliento. -Cuando oigo estas cosas me alegro de no haberme casado. Con los hijos es distinto: les dice uno "ahí se quedan" o "cállense la boca" y obedecen.
-Ahorita porque sus criaturas están chicas. Nomás espérese a que crezcan tantito y se acuerda de mí si le hacen caso.
-Sus muchachos son buenos-. La Gringa echa un vistazo a la carretera.
-Gracias a Dios-. Galdina saca el escapulario que lleva colgado al cuello y lo besa. -Ojalá no se me echen a perder. Aquí está llegando mucha gente de fuera. Qué sabe uno si son drogadictos o ladrones. Por eso tengo cuidado de ver con quién se juntan mis muchachos.
-Dan ganas de que los hijos no crezcan, así podríamos tenerlos todo el tiempo en la casa -suspira La Gringa.
-Le diré: ahora ni allí están seguros. A la hija de mi prima Librada la violó Román, su padrino, ahora que regresó de Estados Unidos. Se armó un relajo tremendo cuando él se fue y a la chamaquita empezó a crecerle la panza.
-No es justo. Que lo busquen y que los casen, para que al menos el desgraciado pague el alimento de la criatura. Se lo digo yo, que jamás consentí en casarme. Cuando les he pedido a los padres de mis hijos que siquiera me ayuden con lo de la leche, Ƒsaben qué me dicen? "Yo Ƒpor qué? No soy nada tuyo"-. La Gringa escupe. -Si Librada se lo propone, da con el tal Román. Que les pregunte por él a los paisanos. En estas vacaciones regresan muchos. Algunos conocerán al compadre.
-Allí está lo malo. Librada nunca le preguntó a Román dónde estaba trabajando. Le contó varias cosas de Wichita, pero a saber si vive allí-. Al escuchar un claxon Galdina se vuelve hacia la carretera: -Creí que era alguna pipa.
-Ahora sí ya empecé a preocuparme.
-ƑDejó cerrada la miscelánea?
-No. Ahora se vende mucho el refresco, por lo mismo de que está faltando el agua-. La Gringa evita la mirada de su compañera: -Le encargué al Pitufo que me le echara un ojito.
-Uy, uy, uy -murmura Galdina con malicia.
-ƑQué se anda figurando?
-Nada. Nomás digo que son varias las veces que le encarga su negocio al Pitufo. Se ve que le tiene confianza y además, lo que sea de cada quien, sí está guapo. Como que le da un aire al Pedrito Fernández.
-Ay, sí. Con razón yo decía: Ƒa quién se parece? Es bien lindo, pero de que haya algo, no, šcómo cree!
-ƑQué tendría de malo? No es casado, usté está libre. O qué: Ƒpiensa volver con Celso?
-No. Imagínese que me sacó todo lo que tenía, dizque para ajustar lo de unas placas de taxi.
-ƑCuánto le dio?
-Los cuatro mil pesos de la tanda. Fui la primera que la recibió y ahora voy a tener que seguir pagándola-. La Gringa cruza los dedos: -De hombres no quiero saber nada.
-No todos son iguales. El Pitufo es buena gente.
-Pues sí, pero también es mucho más joven que yo.
-ƑY eso qué?
-Ya viéndolo bien, sería lo de menos-. Aunque nadie las escucha, La Gringa baja la voz: -Lo que me preocupa es que sea tan celoso. Cuando no estoy en la miscelánea me pregunta que dónde andaba y si me ve salir quiere saber adónde voy, como ahorita. Le dije que a buscar a los piperos, con usté. Ya venía a medio camino cuando me alcanzó para aconsejarme que tuviera cuidado con esos tipos, pues son bien abusivos.
-Algunos sí. Cuando llegamos aquí faltaba el agua, igualito que ahora. Supe de varios piperos que iban a la primera sección de la colonia y sólo llenaban los tambos en las casas donde había una muchacha que les gustara. Los de la segunda sección corríamos a suplicarles que nos dieran al menos una cubeta y así íbamos saliendo. Cuando metieron las tuberías pensamos que estaríamos mejor. El gusto nos duró poco. Una vez, me acuerdo que era en julio, llovió muchísimo. Varias casas se cayeron. Hubo heridos y un muerto-. Galdina besa su escapulario. -Para colmo se amolaron las bombas y otra vez nos quedamos sin agua.
-ƑY cuánto tiempo estuvieron así?
-Una eternidad. Como las calles quedaron rotas y llenas de baches, los piperos menos quisieron entrar en la segunda sección para darnos el servicio-. Galdina suspira: -En la casa sufrimos mucho. Mi papá, que siempre fue muy estricto, se volvió peor de enojón con la falta de agua. Por cualquier cosita se nos iba encima. ƑVe esta cicatriz? -Galdina se frota la mejilla: -El me la hizo. Uh, y a mi pobre madre... Con decirle que la agarraba a golpes cuando ella no conseguía que le regalaran agua en la gasolinera o en la terminal. Y para no sufrir más, sin decirle nada a mi papá, se le ocurrió pedirle un favorcito a La Conga.
-ƑQuién era ésa?
-Como las patrullas no entraban en la segunda sección, llegaron muchas mujeres a vivir de los hombres. La más guapa era La Conga. Mi mamá pensó que por el gusto de pasarse un rato con ella, los piperos bajarían a la segunda sección. Y así se lo dijo a La Conga cuando la visitamos, a escondidas de mi papá.
-ƑY qué les respondió?
-Que no negociaba con los aguadores porque antes, en otras colonias, varios se habían largado sin pagarle. Mi mamá estaba tan desesperada y tan miedosa de mi papá que se ofreció a adelantarle el servicio a algún pipero. Y cumplió. ƑSabe cómo? Habló con las vecinas. Las convenció de que los viernes en la mañana le dieran, no me acuerdo si un peso o cincuenta centavos, para entre todas cubrirle su tarifa a La Conga. Santo remedio-. Los ojos de Galdina se humedecen: -Cuando esa mujer se fue lo sentimos mucho: volvimos a quedarnos sin agua. Lo bueno es que para entonces mi papacito ya no estaba con nosotros.