Ana
García Bergua
LA EXTRAÑA
PIEDAD
no
pudo evitar beber, sentir el golpe violento de la sangre que entraba con
una frialdad viscosa, antinatural, hasta su garganta. Bajo la luz azul
y plateada pensó en lo irreal que era todo aquello antes de cerrar
los ojos y beber tragos muy largos. Ya no era más que un cuerpo
débil, el personaje sediento y extenuado de esa extraña Piedad
inmovilizada bajo el ojo gigantesco de la luna.
Hace muchos años que esperábamos
al vampiro de Adriana Díaz Enciso quienes, como si fuéramos
miembros de una cofradía, sabíamos de su existencia y de
su largo calvario editorial. Adriana Díaz Enciso, una de las mejores
escritoras de mi generación desde mi punto de vista, ha sufrido
de pésima suerte para lograr que sus textos vean la luz: uno de
sus dos libros de poemas yace en la penumbra de las bodegas de la unam,
y de las dos novelas que ha terminado, ¡El amor!, que incluso
obtuvo el premio de La Sonrisa Vertical, no fue jamás publicada
por Tusquets. Tampoco La sed. A pesar de ser una escritora conocida,
famosa por sus artículos sobre literatura y sobre rock, sus cuentos,
sus poemas y las letras de las canciones del grupo Santa Sabina, sus libros
han sufrido la suerte de los vampiros, condenados a la oscuridad: por ello,
el que la Editorial Colibrí que dirige Sandro Cohen se haya animado
a publicar La sed es motivo de gran alegría y celebración.
Como buena novela sobre el vampiro, La
sed indaga en el amor, el erotismo y la muerte, y da a esta meditación
un giro hacia el sentido de la existencia y la belleza del mundo y de la
vida. Su vampiro, Samuel, es un suicida que, como el Orlando de Virginia
Woolf, ve al mundo transformarse a lo largo de varias centurias; sin embargo,
contrariamente a Orlando, Samuel sólo se transforma cuando conoce
el amor en la figura de un joven egipcio Izhar y sufre sus extrañas
paradojas: si lo posee, lo destruye; por su parte, el joven se niega a
pasar por la transformación vampírica pero permanece al lado
de aquel ser infinitamente poderoso, en una especie de castigo mutuo. Para
azuzar el deseo de Izhar, para doblegar su voluntad, Samuel se apropia
de una joven del puerto de Veracruz, insatisfecha con su vida solitaria
al lado de su madre, dependienta de una tienda de vestidos de novia y novia
de un jovencito insignificante, que vive añorando la figura de su
padre, un marino, suicida al igual que Samuel, cuyo cadáver descompuesto
y mutilado vaga por el fondo de los mares. Raptada por Izhar, Sandra será
trasladada al barco de Samuel quien la transformará en vampiro.
Tras este renacimiento a un estado de muerte perpetua, los tres recorren
los mares en un juego de doblegamiento de voluntades. En este recorrido
finalmente infinito, Sandra entenderá el sentido de este destino
frío, tal vez mejor que aquel del que fue arrebatada y entenderá
que la existencia es, siempre una sed: sed de vida, de amor o de sangre
que sólo se colma en la eternidad, en la perfección del cadáver
que ya no necesita nada. La novela, dentro de su crueldad, lanza una mirada
piadosa sobre esta imposibilidad que coloca en el mismo plano a los vampiros
y a sus víctimas.
Novela
trágica, hija de la tradición romántica inglesa del
siglo XIX, La sed aúna a las meditaciones sobre el sentido
de la existencia que curiosamente pasa, en el caso de Sandra, de ser una
conciencia de la futilidad de las cosas cuando es humana, a convertirse
en una reverencia sagrada ante la incomprensible belleza del mundo frente
a los ojos fríos de la vampira, escenas difícilmente tolerables
para el lector por su crueldad más afín a la cinematografía,
o bien descripciones vívidas y bucólicas sobre la vida en
los puertos y las ciudades. Es, en ese sentido, una novela difícil,
intransigente, de escritura minuciosa, compleja y de gran belleza. Justamente
la belleza es uno de sus temas principales. Sandra, que es una morena voluptuosa
lo cual resulta ser una novedad frente a la tradición de los vampiros
pálidos, sajones y de ojo azul, incluso, pues Samuel los tiene amarillos,
asociará la belleza que le confiere el vampiro, la piel lisa, la
perfección, con la imposibilidad de relacionarse con el mundo y
con ella misma. No puede verse en el espejo y trata de verse en vano en
los ojos de Izhar, de que éste la fotografíe; sabe que es
perfecta, pero no sabe quién es. Este pensamiento nos acerca a la
realidad de la belleza que ahora se ha vuelto no sólo obligatoria,
sino accesible a todos: de alguna manera, las cirugías y los tratamientos
de juventud y perfección física tienen, si lo pensamos bien,
algo de vampirismo, de transmutación en muñecos eternos que
no saben bien para qué ser tan bellos. Asimismo, la mezcla autóctona
de la frialdad y la exuberancia indica que la sensualidad ardiente es también
una forma de belleza hija de la creación y susceptible al pasmo
extasiado y místico: he ahí un axioma sobre la aparente calidez
pecadora de la tropicalidad que esta novela rompe sin contemplación
alguna.
Novela de imposibles, pauta novedosísima
en la tradición de la prosa mexicana que con ella se incorpora a
una ría universal a la que le imprime un carácter propio
y enigmático, yo espero de todo corazón que La sed sacie
su muy merecida sed de lectores, y que con ella, los libros de Adriana
Díaz Enciso rompan el oscuro sortilegio que nos había impedido
disfrutarlos.
Naief
Yehya
Juzgar a los poderosos
El imperio de
Gates y la ley de Bush
En abril de 2000, el juez Thomas
Penfield Jackson dio su veredicto en el cual acusaba a la empresa Microsoft
de practicar estrategias predatorias y de ser un monopolio. En ese momento,
el juez dictaminó que Microsoft debía ser dividida en varias
empresas para limitar su poder y eliminar su control del mercado. El pasado
28 de junio, el Tribunal Federal de Apelaciones de Estados Unidos contradijo
la decisión del juez Penfield a pesar de que concluyó, al
igual que él, que Microsoft violaba las leyes antimonopolio. Esto
fue un triunfo para la empresa de Bill Gates y es una clara muestra del
cambio del gobierno de Bush con respecto al de Clinton. Durante el juicio
de Microsoft, Bill Gates sólo aceptó dar su declaración
en video. Gates aparecía evasivo, molesto, agresivo y arrogante,
al grado de que Penfield definió su actitud más tarde como
bonapartiana. En ese momento, el gobierno logró acorralar al gigante
de Redmond; no obstante, el régimen de Clinton dejó este
asunto incompleto. En su afán de parecer progresista, el ex mandatario
estadunidense se aventuró en empresas osadas (como la paz en Medio
Oriente y en Irlanda, o bien el lanzamiento de última hora de iniciativas
de ley para proteger el medio ambiente) con la certeza de que no se resolverían
durante su gobierno. El gobierno de Bush no tiene intención de destruir
ni de hostigar a Microsoft. Por su parte la empresa de software está
determinada a conservar su integridad, por lo que sus donaciones a políticos
están entre las cinco más grandes en Estados Unidos.
El azote de los Balcanes
La imagen de Gates respondiendo de mala
gana al tribunal es un contrapunto para la imagen de otro líder
ante el tribunal internacional de La Haya: Slovodan Milosevic. El ex presidente
serbio no mostró ningún respeto por un organismo al que no
reconoce: un órgano ilegal, un tribunal falso y una acusación
falsa, dijo en inglés. La captura de Milosevic y los procesos legales
a los que han sido sometidos otros poderosos criminales que han abusado
de su poder, como Pinochet, Menem y Montesinos, nos hacen soñar
en un futuro en que otros asesinos, delincuentes y colaboradores de la
cia (como es bien sabido, estos cuatro fueron fieles informantes y cómplices
de la agencia) paguen por sus atrocidades. No obstante, es claro que esta
justicia se ejerce de manera selectiva. Milosevic es acusado por crímenes
en contra de la humanidad, como expulsar a 740 mil kosovares y asesinar
a cientos de ellos en 1999. La fiscal Carla Del Ponte también piensa
acusar a Milosevic por innumerables crímenes cometidos durante la
guerra de Bosnia. No hay duda de la responsabilidad directa e indirecta
del ex comunista convertido en nacionalista en éstos y otros crímenes.
Pero si un crimen llevó a Milosevic a La Haya, no fueron los horrores
cometidos por sus tropas ni la retórica inflamatoria con la que
supuestamente desató la desintegración de Yugoslavia en 1989,
sino el simple hecho de haber querido preservar la unidad de su Estado
y haberse opuesto al Nuevo Orden Mundial, a la lógica colonial del
Banco Mundial y el fmi. Para el Pentágono, la manera de controlar
los asuntos de los Balcanes es dividiéndolos en pequeños
Estados dominados por títeres, endeudados permanentemente, enfrascados
en sanguinarias guerras étnicas y alejados de la influencia rusa.
Los papeles perdidos de
míster Kissinger
El documento que usará el tribunal
para acusar a Milosevic tiene hasta ahora cincuenta y cuatro páginas,
105 menos de las que tiene el nuevo libro de Christopher Hitchens, The
Trial of Henry Kissinger (Verso, 2001), un documento con el que acusa
a Kissinger de una lista de crímenes, con la intención de
que algún juez osado lo arreste, lo juzgue y lo envíe a prisión
por el resto de sus días. No es un panfleto más para complacer
a las nostálgicas izquierdas del mundo, sino que se trata de un
sorprendente ensayo bien documentado que presenta de manera fría
y convincente el caso en contra de un hombre acusado de algunos de los
crímenes más terribles de la historia moderna, los cuales
divide en cuatro zonas: Indochina, en donde violó el orden de la
cadena de mando que dicta la constitución estadunidense, eligió
y ordenó masacres de civiles en Laos y Camboya (países a
los que declaró la guerra sin avisar al Congreso); Bangladesh, donde
dio apoyo al general Yahya Khan quien, con el apoyo de Kissinger, dio
un golpe de Estado al recién electo Mujibur Ahman, lo que propició
una matanza de entre quinientos mil y tres millones de personas; Timor
Este, donde auspició la invasión a Indonesia (dieciséis
horas después de que él y Ford se reunieron con Suharto comenzaron
a entrar las tropas en Dilli) que costó doscientas mil vidas; Chipre,
donde vio con buenos ojos el asesinato del presidente Makarios que provocó
la invasión turca de la isla; Chile, donde fue autor intelectual
del golpe de Estado en contra de Allende. La importancia del libro de Hitchens
es que muestra las huellas que Kissinger dejó a su paso. El periodista
enumera los documentos públicos que el ex secretario de Estado se
apropió e incluyó en sus memorias, resumidos y modificados,
mientras los originales, que son en extremo incriminatorios, han desaparecido
en su archivo personal.
La reescritura del pasado
y el secuestro del futuro
Los abusos de Microsoft no son comparables
a los horrores cometidos por Milosevic y Kissinger. No obstante, no son
menos importantes: Microsoft avanza destruyendo, robando y amenazando a
la competencia para imponer como única opción sus productos
en el manejo de información, así como en la conquista de
la mente de cientos de millones de usuarios de computadoras. Este es un
acto de descomunales consecuencias y una especie de secuestro del futuro,
y en cierta forma es comparable con la estrategia de Kissinger de modificar
el pasado. No hay muchas probabilidades de que veamos a Kissinger o a Gates
responder a un interrogatorio desde el interior de una fría caseta
con vidrios antibalas en un lugar de La Haya.
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Amnesiac:
una amenaza dosificada
Francisco Cuevas
Almazán |
Amnesiac (2001), el nuevo disco
de Radiohead, fue escrito y grabado al mismo tiempo que Kid A (2000),
su anterior producción, durante una serie de conciertos por Estados
Unidos y Europa. En vez de reunirlos en un álbum doble, esta banda
inglesa decidió ofrecer, en dos entregas, los resultados de sus
experimentos más recientes.
Aunque podría atribuirse la medida
a una estrategia mercadotécnica, el espíritu esquivo, huraño,
de esta música, lo hace poco probable. Entonces, ¿para qué
crear dos discos tan breves a partir de un mismo impulso creativo? Para
dosificar su contenido.
Detrás
de la música de Radiohead hay un mundo de influencias. Discos de
Miles Davis, Tom Waits, Pink Floyd, r.e.m., Velvet Underground, Bill Brufford,
Autreche, u.n.k.l.e., dj Shadow, Sigur Ros, o del rock progresivo más
innovador del momento, son algunos de los álbumes que deben escuchar
con frecuencia los miembros de Radiohead. (Para evitar injusticias, hay
que señalar la posibilidad de que, a su vez, muchos de los involucrados
arriba también tengan cds de Radiohead entre sus favoritos.)
La resonancia de estos músicos se
manifestó desde los orígenes de la banda, al principio de
la década de los noventa, a través de un rock alternativo
que, aunque bien logrado, acercaba a Radiohead a grupos menores de la escena
grunge. La reunión de la apacible voz de Thom Yorke con el
escándalo de guitarrazos puntuales era el sonido característico
de la banda cuando alcanzaron la popularidad en América con el tema
Creep, incluido en el disco Pablo Honey (1993). A pesar del tremendo
éxito de este tema, poco se esperaba del grupo.
Pero el efecto de estas influencias, sumado
a su vocación incendiaria y a sus encontronazos con la fama, los
fue llevando hacia otras dimensiones. Así, en 1995 disfrazaron sus
ímpetus en el disco The Bends, donde cimentaron un sonido
más maduro que permitía la mejor transmisión de su
irónica visión de la sociedad moderna. De las bases que pusieron
aquí no sólo surgió su siguiente disco Ok Computer
(1997), sino que además lo hicieron otras bandas como Travis o
Coldplay, que retomaron el sonido de Radiohead mas no su complejidad o
su ambición.
Pero
Ok Computer en realidad iba mucho más allá. En un
momento en que todo el mundo veía con beneplácito el desarrollo
de tecnologías como internet para conectar entre sí a todos
los habitantes del mundo, Thom Yorke hablaba de la incomunicación
como una fatalidad humana. Dando un matiz críptico a frases hechas,
barriendo las palabras, arrastrándolas, y usando a una computadora
para enumerar buenos propósitos, Yorke bajaba la voz para mostrarse
más violento que nunca.
Fue entonces cuando, con el propósito
de mandar al diablo toda posibilidad de éxito comercial, Radiohead
llegó a la cima en todos sentidos.
Y es esta paradoja la que podría
explicar la edición de dos discos Kid A y Amnesiac,
tan libres de concesiones y tan oscuros que han ahuyentado a muchos seguidores
de la banda, y que parecen tener la misión de marginar al grupo.
Amnesiac viene en una edición
tan atractiva como reveladora. Se trata de un libro forrado en tela roja
que aloja al disco compacto en su interior. El libro tiene un sobre donde
se guarda la tarjeta de préstamo de una biblioteca ficticia llamada
NoSuch Library. La tarjeta tiene marcados los sellos con las fechas de
cada supuesto préstamo. Se trata de un libro muy socorrido en esta
fantástica biblioteca. Y, como sucede con los textos que han pasado
por muchas manos irresponsables, los mundos que aparecen en sus páginas
se han vuelto ilegibles debido a los dibujos, rayones y anotaciones de
sus usuarios.
Esto mismo sucede con las canciones que
contiene. Cada tema es invadido por rayones. Sus voces lastimeras son rayadas
por beats electrónicos. Sus esporádicas guitarras
son manchadas por sutiles cajas de ritmo. Sus deslavados recuerdos de rock
son cubiertos por lúgubres bocetos de jazz. Y todo esto es saboteado
por una batería de sonido tosco que suele entrar a contratiempo
(muy parecida a la usada en Rabbit in Your Headlight, tema de u.n.k.l.e.
cantado por Yorke).
Los personajes de las canciones de Radiohead
siempre han sido hombres marginados o con poca autoestima que, de pronto,
llevan a cabo actos de rebeldía, padecen arrebatos de ira o prometen
venganza. Por ejemplo, el tema Creep, donde Yorke declara: Soy un cretino,
soy un tipo raro, no pertenezco o Paranoid Android, del Ok Computer,
donde amenaza: cuando sea Rey, tú serás la primera en el
patíbulo.... El nuevo disco inicia con una referencia más.
En la canción Packt like Sardines in a Crushd Tin Box, dice: Soy
un hombre pequeño, no me molestes: una declaración de humildad
seguida de una amenaza.
Y así son los discos recientes de
Radiohead: álbumes automarginados que afilan los dientes.
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Javier
Sicilia
Poesía
y revelación
Alguna vez, Tomás Segovia,
en un magnífico curso que tomé con él en El Colegio
de México, afirmó que la poesía no ha salido del romanticismo.
¿Pero puede ir más allá de él? No lo creo.
El romanticismo no es una escuela como lo han sido el simbolismo, el surrealismo,
la poesía pura o el iluminismo, por nombrar sólo algunos
de los movimientos vanguardistas ellos, diría Segovia, son sólo
manifestaciones del espíritu romántico, sino el reconocimiento
del sentido que desde siempre, aunque el poeta lo ignorara, ha tenido el
quehacer poético.
Antes de que Baudelaire el poeta más
consciente de su estética definiera ese quehacer como la exploración
de los misterios del alma, los románticos habían hecho afirmaciones
semejantes. Para Shelley que buscaba defenderla contra los racionalistas
que aún sostienen que a medida que la civilización progresa
la poesía está condenada a desaparecer y a dejar su sitio
a la razón y a la búsqueda de lo útil, la creación
poética es ante todo revelación del misterio y, en consecuencia,
de la perfección hacia la que debemos tender.
Pero si esta es su función, no es
ni quiere ser didáctica. Semejante a la mística, su conocimiento,
como lo he repetido a lo largo de esta columna, no es racional. Aborrezco
la poesía didáctica escribía Shelley; es vano, es
fastidioso poner en los versos lo que podría expresarse igualmente
en prosa (cuanto más aparente es su objetivo moral más declina
la poesía).
El poeta, cuando hace poesía, no
tiene por qué impartir instrucción moral, ni comunicar doctrinas,
ni defender por medio de argumentaciones sus ideas acerca del bien y del
mal qué malos poetas son el Neruda del Canto general y el
Benedetti de las peroratas izquierdosas.
La poesía no se dirige a la razón
discursiva del lector, sino a su espíritu. Tiene como deber mejorar
al ser humano, pero ese deber sólo se cumple de manera poética.
Si la poesía de San Juan de la Cruz, por ejemplo, nos hace mejores
hombres, no es porque ella exprese la ideología católica,
sino porque nos revela dimensiones del misterio de la vida. Aunque el cristianismo,
preservado por el magisterio de la Iglesia, es su clima, la expresión
poética de San Juan, trabajada por su experiencia mística,
lo trasciende como moral y doctrina para revelarnos su misterio fundamental.
Algo semejante puede decirse del Neruda
de las Odas elementales. Al cantar a las cosas más humildes,
Neruda trasciende la ideología comunista, y, al mostrarnos la grandeza
que habita en lo pequeño y lo pobre, nos revela algo de lo que en
el místico es certeza.
Siempre he aprendido mucho de los poetas
que no se proponen enseñarnos nada; de aquellos que en su quehacer
poético no nos hablan de sus ideas sobre la moral o de sus convicciones.
Las interpretaciones más personales, profundas y cautivadoras que
están en sus poemas proceden no de un ejercicio racional, sino de
una facultad intuitiva, poética.
¿Cómo trabaja esa facultad?
No es aplicando un revestimiento de imágenes y de ritmos a una idea
previamente concebida, sino a través de una percepción a
medias consciente, de la que surgen representaciones y ritmos asombrosos
en su revelación. De esas revelaciones, el lector, si así
lo desea, puede sacar una infinidad de ideas propiamente dichas tan profundas
son las capas de sentido que la poesía contiene, pero su función
no es ésa. La poesía no expresa ideas ni propone puntos de
vista racionales sobre la vida; es, ante todo, creación y revelación.
Más allá de las ideas escribe
ese gran pensador de la poesía que fue Henri Bremond, de las imágenes,
de los sentimientos, de las sensaciones [...] el conocimiento poético
alcanza realidades, une al poeta a realidades. No directamente a la realidad
suprema, Dios mismo esto es privilegio exclusivo del conocimiento místico,
sino a todo lo real creado y con ese motivo, indirectamente a Dios mismo.
Además opino que hay que respetar
los Acuerdos de San Andrés y liberar a todos los zapatistas presos.
Luis
Tovar
¡Viva
Mécsicou! (II)
La conocida como época
de oro del cine mexicano pudo ser llamada así, entre otras razones,
por una de bastante importancia y que hoy nos suena a quimera o a tomada
de pelo: nuestra cinematografía fue, durante unos cuantos felices
años, la segunda fuente de divisas del país. Con una producción
que solía rondar el centenar de filmes al año no tenía
mucho de espectacular, ni siquiera de especialmente llamativo, saber que
en tal sitio se estaba rodando una película. A la industria local
se sumaba un pequeño número de producciones extranjeras,
principalmente estadunidenses, que decidían trasladar sus bártulos
a México cuando así convenía a los intereses de cada
filmación en particular. La razón más socorrida, desde
luego, era la pertinencia derivada de necesidades específicas de
producción, entre las que destacaba la elección de locaciones,
ya fueran escenarios naturales o poblaciones que facilitaran la ambientación
requerida por la historia a narrar. Esto no significaba necesariamente
que la película rodada en territorio mexicano tratara un tema asociado
a México; tal vez el ejemplo más claro sea el estado de Durango,
en el que durante años se filmó una innumerable cantidad
de westerns que si incluyeron a algún personaje mexicano
lo hicieron, para no variar, asignándole el carácter de bandido,
facineroso, asesino, secuestrador, contrabandista, abigeo...
El patio de atrás
Difícilmente podemos estar más
lejos de las condiciones que se vivieron en aquella época de ensueño.
Hoy, la cara oscura de nuestra luna cinematográfica siente que un
rayito de luz le hace el favor de tocarla cada vez que alguna producción
hollywoodense se digna mirar hacia nuestro país para filmar una
película, la que ellos quieran, la que sea. En tiempos recientes,
el estado de Morelos resultó ser el más beneficiado
por los estudios que decidieron venir a filmar. Las cursivas quieren indicar
lo dudoso de las bondades supuestamente inherentes al hecho, pues habría
que preguntarse qué tiene de benéfico, en el fondo, que tal
o cual sitio del país sea utilizado como asiento de una producción
que está ahí por una única razón: sale más
barato y es menos complicado. En opinión de un servidor esto es,
cuando mucho, maquila o ni siquiera eso, pues con todo y estar a años
luz de ser un modelo elogiable de cooperación económica o
de derrama de divisas, las ensambladoras de electrodomésticos, zapatos,
etcétera, al menos le dan empleo permanente a las personas que ocupan,
mientras que una producción cinematográfica dura en cada
sitio una breve temporada, más allá de la cual no queda definitivamente
nada.
No se crea que este aporreateclas se inclina
por negarle el paso al cast & crew de una película gringa
que quiera venir a filmar en México; pensar así sería
ingenuo, por decir lo menos. Lo que su servidor experimenta son dos sentimientos
difíciles de conciliar: el primero es tristeza; una tristeza inútil,
como casi todas, porque esta situación no parece tener remedio a
corto, mediano ni largo plazo, y no puede uno menos que sentir pena por
la diferencia abismal entre los viejos tiempos y éstos, en los que
nos damos de santos cuando sólo por baratos figuramos en el mapa
cinematográfico. Parecemos condenados a ser, también en el
ámbito del cine , el patio trasero de Estados Unidos. El segundo
sentimiento es enojo, y para no abrumar a nadie, de una larga lista de
motivos explicaré sólo tres; dos en esta entrega y el restante
en la próxima.
¡Qué bonito es Rosaritou!
En 1997 la Twentieth Century Fox filmó
la que todavía sigue ostentándose como la película
más cara de todas. Se habló de doscientos millones de dólares,
aunque, como suele suceder, no faltaron los que afirmaban que
la cifra se quedaba corta. Total, que
los doscientos o quién sabe cuántos millones más de
dólares acabaron reflejados en la película que hizo de James
Cameron un estupendo motivo para recordar el título del libro más
famoso de Og Mandino.
Los protagonistas de esta nueva versión
de una historia cuyo interés no radicaba en la novedad ni en la
sorpresa, Leonardo Di Caprio y Kate Winslet, vieron sus carreras actorales
dispararse, como diría Buzz Lightyear, al infinito y más
allá. Los estudios Fox ingresaron a sus arcas mucho más
que los millones puestos en juego. Los medios de comunicación en
general tuvieron algo de lo cual hablar hasta el hartazgo. Y uno de los
temas preferidos al respecto fue que Titanic había sido filmada
en Rosarito, Baja California, en los estudios creados ex profeso
por la Fox para tal propósito.
Por alguna razón que se me escapa,
muchos escribidores y comentadores de cine sonaban orgullosísimos
de que Cameron y compañía hubieran filmado en territorio
mexicano; era como si por ese solo hecho a este país le correspondiera
un pedacito de cada Oscar ganado por Titanic, o algo así.
De lo que sí le tocó un pedacito, y no más que eso,
fue de las pingües ganancias. ¡Ah!, y la mención, ya
lugarcomunesca, de lo buenos y profesionales que son los técnicos
mexicanos, sin los cuales la película no hubiera bla, bla, bla.
El segundo motivo surge de una comparación:
dos años después el cine mexicano tuvo, gracias al talento
de Carlos Bolado que debutaba así como director, una verdadera razón
para enorgullecerse: Bajo California, el límite del tiempo.
Esta cinta, que no costó ni la centésima parte de lo que
Cameron se gastó en su monumental melcocha, es entre muchas otras
cosas un itinerario a través de la península bajacaliforniana
que, a fuerza de calidad, no tuvo problemas para convencer a todo mundo
de que podemos contar las historias de nuestras regiones y nuestros personajes
con nuestros recursos, nuestros actores y nuestra visión. El éxito
de crítica obtenido no se convirtió, desgraciadamente, en
un campanazo de taquilla, y las causas tienen todo que ver con los endémicos
problemas nacionales de promoción, distribución y exhibición;
algo de lo que no adolecen, ni mucho menos, las películas-burrítous
de las que hablábamos en la entrega anterior, y con las que cerrará
el tema la próxima semana.
(Continuará.)
Michelle
Solano
Por primera vez en este espacio,
la cronista se da el lujo de dividir la presente columna en tres entregas.
Por principio de cuentas, me veo en la necesidad de aclarar que esta decisión,
lejos de ser arbitraria, responde al hecho de que la propia obra está
dividida en tres partes: Las metamorfosis, ensayo escénico sobre
momentos del poema de Ovidio, es una propuesta teatral constituida
por los siguientes ejercicios: El río de la pasión, El río
de la envidia y la soberbia, y El río del sueño. Entonces
se declara necesaria otra explicación: cada uno de estos movimientos,
permítaseme llamarlos así, dura poco más de una hora,
motivo por el cual todos los espectadores que acudimos a la función
fuimos testigos de una sola parte, a elección propia, ya que el
orden, y en este caso es preciso saberlo, no altera el resultado. La Casa
Azul es el lugar en el que esta obra encontró asilo, una construcción
típica de la colonia Condesa, ubicada en Avenida México 200.
Escenificar un texto no dramático
ya supone algunas dificultades, pero hacerlo en un espacio que no es meramente
un teatro lo convierte en un enorme dasafío, tanto para el director
y los actores como para el propio espectador; esto obedece al hecho de
que no es común trabajar tan cerca del espectador y a que éste
no está acostumbrado a abandonar la pasividad que supone estar sentado
en una butaca y limitarse a seguir sólo con la vista y el oído
lo que sucede en el escenario. Aquí se trata de involucrar los cinco
sentidos, de volverse parte activa del juego teatral y de que, a su vez,
el actor desarrolle un aspecto básico de su formación: elaborar
una línea lógica y continua de imágenes y pensamientos
que den verosimilitud a lo narrado.
La elección de Las metamorfosis
resulta ideal para llevar a cabo este ejercicio escénico. El poema
de Ovidio acerca de los sueños colectivos y los mitos fundadores
de la civilización grecolatina sobrevive en nuestros actos más
íntimos y comunes. Después de tomar este texto como base
de un ejercicio teatral, los tres directores tuvieron que elegir el mito
que deseaban escenificar y el modo de llevarlo a cabo. La dirección
general de este proyecto corre a cargo de José Caballero, uno de
los directores mexicanos más sobresalientes y quien siempre ha apostado
por el trabajo de los jóvenes teatreros.
A continuación, la crónica
de mi recorrido por El río de la envidia y la soberbia, dirigido
por Edgar Álvarez.
A la entrada se encuentra un mapa con los
diversos trayectos y una amable guía es la encargada de iniciar
a los asistentes en el viaje; después de una suerte de prólogo,
el grupo se divide y es conducido a diferentes partes de la casa. No hay
telones, no hay butacas, la iluminación únicamente está
sustentada por algunas velas, luego oscuros, luego linternas... ¿y
para qué más?
El hilo conductor de la obra es, en sí,
el texto de Ovidio, pero aquí el texto está perfectamente
cohesionado con el trazo escénico, la propuesta de dirección
y la escenografía; es a través de estos elementos que el
discurso teatral adquiere un matiz cotidiano y vigente; uno escucha el
texto de Ovidio y a la vez está presenciando situaciones ordinarias
que forman parte del marco referencial inmediato, lo que permite una lectura
atractiva, interesante y renovada del conflicto humano plasmado en los
personajes. Esta es la principal virtud de la puesta en escena: la posibilidad
de una identificación total por parte del espectador con las situaciones
y los conflictos, con los caracteres y el devenir dramático. Podría
suponerse que el resultado sería el mismo si el montaje se hubiese
llevado a cabo en un teatro, pero el hecho de ir y venir por las distintas
habitaciones de la casa recupera el sentido del viaje. Una de las cosas
que más sorprende de este río, es el buen aprovechamiento
de cada espacio, justificado plenamente debido a la ambientación
creada ad hoc con los elementos escenográficos precisos para
el desarrollo de la obra. Las diferentes atmósferas van recreando
el marco idóneo para la narración de las microhistorias que
conforman esta especie de diáspora concéntrica, de tal modo
que, por momentos, uno es incapaz de reconocer que el cuarto en que se
encuentra es el mismo en que estuvo minutos antes, y así sucesivamente.
El espectador es atrapado en una vorágine de imágenes que
se suceden a tal ritmo que mantienen la tensión dramática
a lo largo de todo el ejercicio.
Los actores trabajan a partir de una serie
de desdoblamientos ejecutando más de un papel. Maribel Montero,
Jorge Rubio, Esther Cimet y Guillermo Iván han logrado un reparto
perfectamente cohesionado; el trabajo actoral es de una exactitud digna
del mejor de los aplausos, labor que, por supuesto, se debe también
a la dirección de Álvarez, quien supo transmitirles su propia
interpretación, sus obsesiones, su minucioso discernimiento del
texto, lo que desemboca en el mejor de sus trabajos como director hasta
la fecha, un análisis bien sustentado del que se va desprendiendo
una infinidad de discursos envolventes que al final amarran sin dejar
cabos sueltos en un conjunto armónico.
Al final del recorrido por El río
de la envidia y la soberbia, el viajero llega al punto de partida dotado
de un material precioso para ser testigo de una suerte de epílogo
que, como el inicio, es igual para todos los asistentes a los tres ejercicios
teatrales...
Las próximas dos entregas de esta
columna se ocuparán de los otros ríos, y puede anticiparse
desde ya que nos encontramos frente a uno de los atrevimientos escénicos
más sólidos y enriquecedores del teatro mexicano de nuestros
días. |