extranjeros en su tierra Agustín Escobar Ledesma Maxei |
No es extraño
que lugares como Santiago Mexquititlán y la Nueva Realidad no figuren
en ningún discurso oficial, ni siquiera en los del gobernador del
estado en el que los habitantes de ésos y otros escenarios de la
marginalidad más cruda sobreviven durmiendo cobijados con cartones
y vendiendo garbanza. Aunque sólo fuera para contrarrestar ese (mal)
intencionado silencio, las palabras de Agustín Escobar Ledesma y
sobre todo las de Pascual Lucas Julián resultan fundamentales,
máxime si se toma en cuenta que las atrocidades aquí descritas
no son exclusivas de ese lugar antiguamente conocido como Anda Maxei
Antes
de la conquista europea, un otomí de Nopala, Hidalgo, comerciaba
con pueblos de filiación chichimeca que habitaban la frontera entre
Mesoamérica y Aridamérica. Francisco Ramos de Cárdenas
consignó en 1580 el suceso en la Relación geográfica
de Querétaro:
Viendo el indio Conni que los españoles se iban apoderando de la tierra y que ya tenían conquistada su provincia, acordó de retirarse a la tierra de los chichimecas con quienes contrataba, y para esto convocó a siete hermanos y hermanas que tenía y otros deudos y amigos hasta en cantidad de treinta indios con sus mujeres e hijos, e hizo asiento unas cuevas que están en una cañada por donde corre un arroyo de agua, media legua de donde está ahora poblado el pueblo de Querétaro, y porque sus juegos y pasatiempos tenían un cercado hecho de unas paredes bajas donde jugaban a la pelota con las nalgas, de un betún que salta llamado hule, y el dicho juego de pelota o cercado se llama en la dicha lengua otomí maxei y así llaman en la dicha lengua otomí al pueblo de Querétaro Anda Maxei que quiere decir "el mayor juego de pelota", y le llamaron así porque las dichas peñas adonde primero pobló el indio Conni con su gente tenían facción y hechura del cercado donde jugaban a la pelota.
En la selva de concreto, a un costado de la abandonada Central Camionera, bajo el abrigo de la cornisa de una zapatería, una tribu otomí de Amealco llega todas las noches a dormir sobre cartones, cobijados con papel periódico y plástico, sin importar la lluvia, el frío, el calor, las ratas o las cucarachas. El refugio mantiene un riguroso horario que sus integrantes han implantado de nueve de la noche a siete de la mañana; apenas se adivina el sol en el horizonte y ya niños, mujeres y ancianos recogen sus pertenencias para barrer las huellas de su estancia en el sitio; el grupo, que en algunas temporadas es de unas cincuenta personas y en otras de unos veinte, se desparrama por los cruceros de la ciudad para limpiar parabrisas, vender chicles o vivir de la caridad pública. La migración de la población indígena a la ciudad de Querétaro tiene una explicación: el cambio en la tenencia de la tierra al ser modificado el artículo 27 constitucional ha compelido a los otomíes a vender su tierra por la pobreza en la que viven; al gastar el poco dinero que obtienen por la venta quedan totalmente desamparados y sin un lugar para vivir. Según una investigación realizada por el dif nacional, en la ciudad de Querétaro existen tres mil quinientos niños en situación de calle y menores que trabajan en mercados, centros comerciales, centrales de abastos y ambulantaje. Ochenta por ciento son infantes otomíes oriundos de Santiago Mexquititlán, Amealco. La Nueva Realidad Ubicada al norte de la ciudad, en una zona marginada en la que existen varias colonias populares con calles infestadas de basura en las que los índices de delincuencia, violencia, robos, pandillerismo y drogadicción son alarmantes, está ubicada la Nueva Realidad, espacio donde viven cincuenta y siete familias otomíes en predios de doscientos metros cuadrados, aunque hay solares en los que viven dos familias más, por los hijos que se casan. Gracias a la lucha organizada de los otomíes, que conformaron la Fuerza hormiga ñhañho, la colonia fue fundada en 1993, en terrenos de una ex hacienda infestada de víboras, lagartijas y escorpiones. Los nuevos habitantes provienen de Santiago Mexquititlán y San Ildefonso Tultepec, Amealco, el municipio queretano con mayor población india; los vínculos comunitarios, aunque fragmentados por las nuevas condiciones de vida, no se han perdido ya que retornan a su lugar de origen durante las fiestas patronales, pues en la colonia no cuentan con espacios para sus rituales y viven hacinados en lugares sumamente reducidos que no les permiten las manifestaciones de su cultura. El viento levanta negras nubes de polvo en las calles, sitio de esparcimiento de los infantes que juegan a la roña. En tanto, a flor de tierra, mangueras y diablitos llevan los servicios de agua y electricidad a las chozas de cartón. En un solar abandonado, propiedad de la Universidad Tecnológica de Querétaro, la malla ciclónica contiene la basura que produce la sociedad de consumo, que se adhiere al tejido de alambre formando una barrera que oculta las casitas de tablas de madera techadas con láminas de cartón en las que los otomíes se protegen de las políticas de exterminio del huracán neoliberal. En el extremo opuesto a la comunidad otomí figuran las sagradas ciudades amuralladas y resguardadas por alarmas de rayos infrarrojos, ojos electrónicos, alambradas electrificadas, perros y policías. En esos santuarios viven las familias más poderosas y ricas del estado, entre las que figuran prominentes capitalistas, políticos de alto nivel y la jerarquía católica. La garbanza y la fuerza de trabajo Una de las actividades de los otomíes tanto rurales como urbanos es la sobrevivencia por la venta de garbanza, producto que adquieren en la ciudad de Celaya en la época de temporada que va de noviembre a marzo. Tomás Severiano, oriundo de Santiago Mexquititlán y habitante de la Nueva Realidad se encarga de ir por la garbanza a Celaya para cocerla con sal y llenar una cubeta; aparte van el limón y la sal que les agrega para venderla en pequeñas bolsas de plástico por las diferentes colonias del norte de la ciudad, a bordo de un triciclo en el que transporta su mercancía que pregona a gritos. "Cuando no encontramos trabajo nos dedicamos a vender garbanza." Pascual Lucas Julián Pascual Lucas Julián es dirigente de la Fuerza hormiga ñhañho, organización otomí que lucha por los derechos de los migrantes indios en la entidad y que está integrada en el Frente Independiente de Organizaciones Zapatistas. Pascual, así como dos dirigentes más del fioz, Anselmo Robles y Sergio Jerónimo Sánchez, fueron detenidos por las fuerzas del orden a dos días de haber participado en los sucesos violentos ocurridos en 1998, en el aniversario ochenta y uno de la promulgación de la Constitución de la República Mexicana, cuando un autobús de la comitiva presidencial fue agredido con piedras y palos. "Yo me llamo Pascual Lucas Julián, nací en Santiago Mexquititlán, Amealco. Tengo veintiocho años de edad, llevo quince años viviendo en esta ciudad. Los indígenas que hemos llegado a esta ciudad es a consecuencia de la pobreza de nuestras comunidades. Venimos a ganar la vida, algunas personas vienen en busca de dinero para regresar a la siembra de trigo, maíz, cebada o haba; otros de plano buscamos la manera de arraigarnos aquí. "Desde antes de los sucesos del 5 de febrero de 1998, el gobierno panista ya nos tenía en la mira, tarde o temprano íbamos a ser aprehendidos. Desde el primer día del gobierno de Loyola Vera, el 1 de octubre de 1997, los dirigentes del entonces denominado Frente Independiente de Organizaciones Sociales empezamos a recibir amenazas. "A pesar de que como Fuerza hormiga ñhañho nos habíamos planteado no acceder a puestos de elección popular, los compañeros decidieron participar en la elección a delegado municipal de San Ildefonso Tultepec, con la finalidad de hacer llegar de manera directa nuestras demandas a las autoridades. De ocho candidatos que contendieron el nuestro era el único apartidista; los partidos políticos se unieron en contra del nuestro, pero aun así ganó. Sin embargo, la presidencia municipal manipuló los resultados para dar el triunfo al otro candidato. "El 3 de enero de 1998, en un acto de repudio a la matanza de Acteal, la Fuerza hormiga ñhañho tomó la presidencia municipal de Amealco, una comisión fue a Tultepec a invitar a otros compañeros indígenas a sumarse al acto, pero en el lugar las autoridades nos echaron encima a más de trescientas personas, algunas envinadas, que estuvieron a punto de lincharme. A mí me secuestraron de las cuatro de la tarde a las doce de la noche, hora en que me dejaron libre junto con mi pequeña hija. Al día siguiente, cuando estábamos preparando nuestros alimentos llegaron camiones de redilas con golpeadores. Tiraron nuestros tanques de gas y quitaron las mantas de la presidencia. Crescenciano Emigdio Rodríguez, un otomí priísta de toda la vida que ahora trabajaba para la presidencia panista y encabezaba a los agresores, dijo que nos retiráramos. Hasta que nos garantizó la integridad física de quienes estábamos en plantón nos retiramos. De Amealco fuimos a la Casa de la Corregidora para que el gobierno escuchara nuestras demandas. Nos hicieron caso hasta que falleció una de nuestras compañeras en el plantón." El teatro "Esos fueron algunos aspectos que antecedieron a los sucesos del 5 de febrero de 1998. El 7 de febrero nos avisaron que en casa de Jerónimo, ubicada en la colonia Vista Alegre Maxei, había una gran operativo policiaco, razón por la cual un grupo de veinte integrantes de la Fuerza hormiga ñhañho fuimos a ver qué sucedía. La policía me identificó como uno de los tres dirigentes del fioz y me detuvo, al igual que a Sergio Jerónimo y Anselmo Robles. Nos llevaron al Centro de Readaptación Social donde nos mantuvieron incomunicados e inventaron cosas que no dijimos. Las autoridades disfrazaron a una interna del penal para presentarla como nuestra defensora de oficio, de eso nos enteramos varios días después." La tremenda corte "Estuvimos encarcelados no por los sucesos del 5 de febrero, de los que salimos libres bajo fianza. Quedamos encerrados por la acusación de delitos del orden común; el gobernador Loyola Vera reavivó órdenes de aprehensión que teníamos desde el año de 1996 acusándonos de ser los autores intelectuales de la invasión de varios predios; a mí me incriminaban por el despojo de tierras a una familia de rancio abolengo en la entidad, la Alcocer Suzan. El juez dijo que yo no tenía derecho a caución, aunque nunca estuve ni conocí las tierras del supuesto despojo. El defensor de oficio intentó defenderme, pero el juez dijo que no tenía derecho a nada. "Aunque los internos nos trataban muy bien, ya que compartían con nosotros el lugar, la comida y la plática, la cárcel parece una cámara de almacenamiento de plátanos, es un lugar muy frío. Las autoridades carcelarias no nos permitieron salir para nada los primeros cuarenta días de prisión. El director y los custodios nos trataban mal, nos decían que no merecíamos estar con los presos comunes, pero públicamente siempre nos han dado el trato de delincuentes comunes. En la cárcel nos inculpaban de organizarnos con los otros reos para presionar a las autoridades o, según ellos, para tratar de escapar: Si arman desorden les vamos a mandar un grupo para que les rompa la madre, decían amenazantes los subdirectores y los jefes del personal de custodios. Decían que si nos portábamos mal nos mandarían a la celda de castigo, al famoso zeta que es un sitio de paredes frías y desnudas en el que no permiten cobijas y a la hora de los alimentos, como no tienes un plato nomás te quedas mirando y con hambre. En la celda también hay cucarachas que entran y salen por un retrete sin agua. "Cuando iba mi familia a visitarme, los custodios nos gritaban: ¡Órale pinches indios, no hablen ese pinche dialecto! Dejábamos de hablar y nos mirábamos a los ojos, del mismo modo en que lo hemos hecho a lo largo de quinientos años. Sin embargo, lo peor era la revisión que las custodias le hacían a mi mujer, la pasaban a un cuarto que tenía espejos en paredes, techo y piso, ahí la desnudaban y la obligaban a abrir las piernas para que con sus mismas manos se abriera los labios para ver que no llevaba droga de contrabando. "Después de diez meses y medio logré salir de prisión porque no demostraron mi culpabilidad de la supuesta invasión de tierras. La Comisión Estatal de Derechos Humanos nunca intervino a pesar de la injusta situación. Recién que salí de la cárcel no podía ni salir a la calle, ya que sentía la sombra del Ministerio Público pisándome los talones. Al mes, el gobierno y su aparato represor, con todas las ganas de mantenernos en prisión, apeló. Me revocaron la fianza y, como no tenía experiencia en el conocimiento de la justicia que me condenaba, me amparé, pero los tribunales de Querétaro rechazaron la solicitud y me mandaron a Guanajuato, el estado más cercano. Allí dieron el amparo después de mes y medio. Cuando lo presenté al juez de Querétaro, éste dijo: ¿Por qué un juez de Guanajuato ha de decirme lo que tengo que hacer? Deja revisarlo. Entre los dos jueces revisaron el amparo y después de un año acordaron que era válido, pero algunos meses después me volvieron a acusar de los mismos delitos. Por la supuesta falta, el juez dijo que yo tenía que estar encarcelado los fines de semana durante tres años. La sentencia todavía no se cumple, está pendiente sobre mi cabeza. Los otros integrantes del fioz, Sergio Jerónimo Sánchez y Anselmo Robles, siguen encarcelados. El gobierno del estado continúa afirmando que son presos comunes, pero en la cárcel los tratan como presos políticos." Pascual Lucas Julián hace el recuento de lo que ha vivido en los últimos tres años, justo en el momento en el que el gobernador del estado, Ignacio Loyola Vera, en un alarde de racismo, pide la pena de muerte para los zapatistas, ante el inminente arribo del ezln y el Subcomandante Marcos a Querétaro. Por su parte, el Poder Judicial da muestras de intolerancia: pide que "la magistrada Celia Maya sea sancionada por sus opiniones". La magistrada afirma que los líderes del fioz son presos de conciencia. (Hace tres años el gobernador entregó, por debajo del agua, bonos a diputados, jueces y magistrados, de un dinero que "le sobró"; dos magistrados se negaron a recibir la bonificación, siendo Celia Maya una de ellas). ¿Derechos humanos? Hoy en día, en la muy noble y colonial (más lo segundo que lo primero) ciudad de Santiago de Querétaro, el tradicional juego de pelota que Conni y familia practicaban con las nalgas ha desaparecido; ahora, en el elefante blanco llamado Estadio Corregidora ya no se juega ni a la matatena; el sitio sólo es utilizado para rosarios vivientes y misas de sanación. A pesar de que Querétaro contó con algunos gobernadores otomíes y mulatos durante la Colonia y la vida independiente de nuestro país, esto no se ha reflejado en políticas que hayan impulsado el cambio en torno a la desigualdad, el racismo, la explotación y la exclusión de los indígenas queretanos que, en 1831, en el papel, fueron declarados en igualdad de derecho con las "personas de razón". En El derecho a la educación de los pueblos indígenas, investigación publicada el año pasado por la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Querétaro, se afirma que en la entidad hay un triste y desolador panorama en la educación indígena por la falta de programas que respeten la diferencia cultural de alrededor de 486 comunidades; no existe siquiera educación bilingüe en la enseñanza secundaria, ya que el sistema educativo no fue pensado y desarrollado para acoger la diversidad de los individuos, sino para la integración pasiva, para la uniformación. |