CHINA Y RUSIA ENFRENTAN A EU
Los
presidentes ruso, Vladimir Putin, y chino, Jiang Zemin, firmaron ayer en
Moscú un Tratado de Buena Vecindad, Amistad y Cooperación
que difícilmente podría ser considerado protocolario; constituye,
de hecho, una respuesta estratégica a la pretensión del nuevo
gobierno estadunidense de resucitar la vieja Iniciativa de Defensa Estratégica
(IDE) del reaganismo bajo la forma de un sistema de defensa contra misiles
balísticos (NMD, por sus siglas en inglés). Es significativo
que el acuerdo entre Moscú y Pekín se firme un día
después de la prueba exitosa que el Pentágono ejecutó
el domingo pasado, en el océano Pacífico, de la tecnología
requerida por el NMD.
Tanto Putin como Jiang subrayaron que el pacto signado
en Moscú no tiene el carácter de alianza militar, pero resulta
revelador que el documento establezca la práctica de acciones conjuntas
"en caso de situaciones extraordinarias o amenazas contra la seguridad"
de los Estados firmantes.
Una de esas situaciones extraordinarias puede ser la determinación
del gobierno de George W. Bush de violar deliberadamente el Tratado de
Misiles Antibalísticos (ABM) establecido en 1972 por Estados Unidos
y la Unión Soviética con el propósito de instauar
la disuasión nuclear e impedir una nueva carrera armamentista. Ese
acuerdo consagraba el principio de la "destrucción mutua asegurada"
como forma de evitar una confrontación atómica entre las
superpotencias e instituyó un equilibrio basado en la imposibilidad
de cualquiera de ellas de defenderse de un ataque nuclear masivo de la
contraparte. En ese marco, la única perspectiva sensata era la de
un desarme progresivo y gradual que, de hecho, se desarrolló en
las décadas siguientes con los acuerdos SALT y SALT II entre Washington
y Moscú.
Estados Unidos intentó, sin éxito, apartarse
de esa lógica en la era de Ronald Reagan, cuya administración
promovió la idea de un sistema de protección contra misiles
balísticos al que denominó Iniciativa de Defensa Estratégica.
La idea, hace tres lustros, se reveló tecnológica y financieramente
irrealizable; el proyecto, bautizado por el sarcasmo popular como "guerra
de las galaxias", fue abandonado no sólo porque no se contaba con
la tecnología y con los fondos, sino porque la guerra fría
llegó a un brusco fin con el colapso de la Unión Soviética.
El empecinamiento de Bush hijo por resucitar la iniciativa,
ahora con el pretexto de prevenir supuestos --e improbables-- ataques misilísticos
de países como Irán, Irak y Corea del Norte, ha significado
un retorno a lógicas de confrontación que parecían
superadas, ha suscitado el deslinde de los aliados europeos de Washington
--con excepción de Gran Bretaña-- y ha propiciado un insólito
estrechamiento de lazos entre China y Rusia, países que han interpretado
el NMD como un intento estadunidense por reforzar su hegemonía estratégica
mundial y por situarse muy por encima de las otras potencias nucleares.
En consecuencia, Moscú y Pekín se comprometieron ayer a colaborar
en la construcción de un equilibrio multipolar que contrarreste
los empeños de Washington.
A la vista de esos resultados, puede decirse ya que, en
tanto acción de defensa y de seguridad nacional, el NMD es una de
las medidas más contraproducentes de la historia, y una de las más
torpes.
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