jueves Ť 19 Ť julio Ť 2001
Sergio Ramírez
Viaje a la tierra prometida
El periodista Alan Zarembo de la revista Newsweek me ha visitado en mi casa de Managua, recién desembarcado yo de un largo viaje, y me dice que ha venido por primera vez al país atraído por una pequeña nota aparecida en un diario de Estados Unidos, donde se informa que Daniel Ortega es el favorito en las encuestas para ganar las elecciones presidenciales de noviembre de este año. Parece que sólo así Nicaragua es capaz de volver a las noticias.
El periodista tiene apenas 30 años de edad, y mientras nos sentamos para conversar en mi estudio yo hago los cálculos de que cuando la dictadura de Somoza fue destronada por la revolución triunfante de 1979, él iba a cumplir apenas siete años, y la primera derrota electoral de Daniel Ortega en 1990 ocurrió durante su adolescencia. Asuntos demasiado lejanos, o demasiado antiguos.
Lo primero que quiere saber es por qué Daniel Ortega puede volver. Esta es su cuarta candidatura, me dice, y ha perdido las últimas dos veces. Yo le recuerdo que en América Latina los caudillos derrotados tienden a regresar al escenario político con persistencia, como esos viejos autores que aplaudidos en su primer esplendor, son luego abucheados cuando fracasan, pero aquellos aplausos de antaño no dejan de martirizar su memoria. Lo cual no es suficiente. Para volver es necesario que el público enfrente las pifias del actor de relevo, que le parecen peores, y vuelva a poner los ojos en aquel otro al que ayer lanzó tomates podridos. Flaca memoria. Así acaba de ocurrir en Perú con Alan García, corrido del escenario por corrupción, pero que estuvo a punto de derrotar en las últimas elecciones a Toledo, apareciendo de pronto de la nada.
En Nicaragua, los cinco años de gobierno liberal del presidente Arnoldo Alemán, que le ganó abrumadoramente las elecciones al mismo Daniel Ortega en 1996, han representado un estrepitoso fracaso, y la gente se desespera no sólo frente a la pobreza crónica y el desempleo feroz, sino también frente a la corrupción, una olla que se destapa todos los días. Descubrir actos de corrupción se ha vuelto un deporte nacional. Y como entre Alemán y Ortega cerraron un pacto que erige a sus propios partidos como fuerzas electorales prácticamente exclusivas, en fin de cuenta los electores tendrán que escoger entre el candidato del propio Alemán, Enrique Bolaños, un hombre de edad y poco atractivo, sin voluntad de tomar distancia del actual gobierno, y que representa por tanto la continuidad de corrupción y desorden; y Daniel Ortega, que regresa del pasado vestido de profeta, camino hacia la tierra prometida bajo un cielo de arrebol, según lo presentan los anuncios de televisión.
Por las mismas razones no tengo duda de que si Menem consigue ser exculpado de los cargos de corrupción por venta ilegal de armas que pesan contra él, volverá triunfante a la Presidencia de Argentina, porque el presidente De la Rúa ha quedado ya, creo yo que sin remedio, entre la espada y la pared, cuando ha recurrido al más antiguo e impopular de los expedientes para remediar las crisis financieras: recortar los sueldos de los empleados públicos y rebajar las pensiones de los jubilados. Menem, que a su turno hizo lo mismo, y peor, volverá como el salvador, enseñando el camino hacia la tierra prometida. Es un ciclo vicioso, cruel y fatal, del que no excluyo ni aun al propio Fujimori.
Pero además de los repetidos escándalos de la corrupción y los desconciertos de un gobierno errático, hay en Nicaragua otra marca que es necesario reconocer, le digo al joven periodista que sabe tan poco de este país. Cuando a comienzos de los años noventa se proclamó entre grandes fanfarrias el triunfante reinado del mercado, remedio de todos los males de la pobreza, la revolución sandinista, que había sido un experimento socialista, llegaba a su fin. Y junto a los demás países pobres, se impuso a Nicaragua la tarea de someterse a las inflexibles cartillas del ajuste monetario, sacrificarse, porque la felicidad, desarrollo y abundancia estaban a la vuelta de la esquina. Un nuevo viaje hacia la tierra prometida.
Como el otro. La revolución sandinista se había ofrecido también como un viaje a la tierra prometida, pero por el camino opuesto al del mercado, el del estado como gran dueño, y por tanto benefactor curalotodo. Nunca aquel proyecto fue posible, pero queda en la memoria de muchos que entonces el Estado se preocupaba al menos de que los productos básicos llegaran a todo el mundo; y Daniel Ortega, como candidato, se ocupa ahora diligentemente de tocar esa fibra del recuerdo. La nostalgia por la cartilla de racionamiento.
Una misma agencia de viajes con dos paquetes de ofertas, ambos fracasados, pero de alguna manera atractivos. En estos tiempos de campaña, la televisión se llena de imágenes coloridas fabricadas por las agencias de publicidad, y los dos candidatos, Ortega y Bolaños, ofrecen lo mismo con distinto empaque, mientras detrás de los decorados electorales los campesinos hambrientos, porque no hay cosechas, bajan con sus familias hacia la ciudad de Matagalpa a acampar en los parques, un éxodo brutal que nunca antes presencié en mi vida, como tampoco recuerdo ningún otro caso como el relatado por los periódicos en estos días, el de un padre de familia de una comarca de Chinandega que decidió colgarse de un árbol porque no podía dar de comer a sus siete hijos. Es como si hubiéramos caído ya demasiado hondo en la oscuridad, y no hubiera más fondo que tocar.
El periodista quiere saber quién habrá inventado para Ortega el eslogan de la tierra prometida. No lo sé, le digo; pero es obvio que olvidaron advertirle que tras mucho errar y deambular por el desierto, Moisés nunca llegó a ella, y sólo le fue permitido verla de lejos, como un espejismo. Y tampoco sé, le digo, quién de sus sabios asesores le habrá asegurado a Bolaños que puede ganar una batalla electoral prometiendo instalar computadoras con acceso a Internet en los barrios marginales de Managua, donde ni siquiera hay letrinas, y donde la gente, para poder ver Betty la Fea en la televisión, se conecta a los tendidos eléctricos ilegalmente porque no puede pagar la cuenta de luz.
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