En una gota de agua, el cosmos
PABLO ESPINOSA
Entre muchas resonancias de lugares lejanos, se escucha un crujido del silencio: toneladas de sonido en un grito que nunca suena, sólo queda dibujado en los rostros blancos de cinco bailarines y un maestro zen. Todos ellos trazan con sus cuerpos mil metáforas en un estanque sobre el cual rezumba el estruendo de una gota de agua que cae
cae
cae
cae y nunca llega.
Teatro de Bellas Artes, la noche del miércoles 25. Han pasado dos décadas desde que el agrupamiento japonés Sankai Juku estremeció por vez primera y para siempre nuestras entendederas con un espectáculo que cultiva un sistema de vasos comunicantes con la coreografía con la que esta vez retorna a escenarios mexicanos: Hibiki (Resonancia de lugares lejanos), obra maestra de Ushio Amagatsu al frente de esta compañía dancística que ha llevado hasta sus últimas consecuencias una lectura moderna del kabuki, el noh y la danza butoh construida hace cuatro décadas por Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno.
Dividido en seis escenas, el nuevo espectáculo de Sankai Juku añade un peldaño a la escalera hacia el cosmos que han construido estos artistas fuera de este mundo pero que viven en el planeta Tierra. Nuevamente el escenario es una resonancia lejana de la Tierra baldía de T.S. Eliot, por igual que de la superficie lunar. Otra vez en escena, las bandejas de cristal que tienen forma de lente de contacto gigantesco y sobre las cuales gotea sin cesar el agua y uno de esos recipientes habrá de contener la sangre, lista para estallar en su lento, inmóvil de tan rápido, caminar por el cuerpo.
Cuerpos desnudos sin estar desnudos, epidermis blancas, el teatro de los signos de Sankai Juku confirma su vocación de desarmar el lenguaje sinóptico del cuerpo para volverlo a definir: una metáfora.
Durante 90 minutos el espectador será llevado al éxtasis y el viaje comprenderá momentos sublimes, instantes terribles, crispamientos delicados. Un estallar en mil pedazos sin moverse de su asiento. También, una música crispada que se escancia sobre cuerpos relajados. En la danza infinitesimal de Sankai Juku, el gesto humano es la síntesis y el relajamiento, el cosmos concentrado en una gota de agua, el mundo en un grano de arena, la vida en un instante que dura eternidades.
Estructurado como está el universo dancístico de Sankai Juku a partir de metáforas, las palabras siempre les han quedado cortas a quienes han intentado calificar sus espectáculos. Los términos con los que podría uno aproximarse, en todo caso, serían: alucinatorio, hipnótico, fascinante, brutal, la belleza en estado puro.
Lo que es inequívoco, en cambio, es el impacto sobre el espectador. Uno presencia Hibiki flotando, en éxtasis, en estado de gracia, de ingravidez.
La belleza despiadada de la danza Sankai Juku hace resonancias cercanas de cada músculo, cada poro, cada gota de sudor que nunca brota. Gravitan en escena, como un cosmos, cuerpos sin peso dueños de intensidades luminosas.
Venas, gritos no escuchados, uñas, pelos rasurados, la serenidad de una tormenta que anida en el bajo vientre, los músculos del alma labrados a golpe de milenios, la alucinación como una epifanía que define el siguiente paso después de lo puro, lo que sigue a lo que ya es perfecto.
Los movimientos minimales del maestro Ushio Amagatsu y sus cinco bailarines muestran en escena la desaparición de las reglas de la física y la aparición de las fuerzas de la naturaleza. Por ejemplo, su forma, su concepto y su manejo de la velocidad los hace moverse en cámara tan lenta que parecen desplazarse a cien kilómetros por hora. Como en el poema de Alberto Blanco: viajan tan rápido las montañas y el colibrí, que no se mueven.
Los movimientos infinitesimales, minimales, el éxtasis sin agonía de Sankai Juku pone en escena, en su vuelo de metáforas sin freno, el lento amargo animal que somos, que hemos sido, nuestro viaje del paleozoico temprano al postromanticismo tardado, el gesto humano que se despedaza de manera brutal y fascinante en todos los gestos y ninguno. Una sensación de infinito nos inunda entonces.
En posición fetal, flotando en útero, volando sin despegar los pies del suelo, gimiendo sin exhalar aliento, la cópula divina de la danza butoh universaliza cada músculo, cada poro, cada mirada con los ojos bien cerrados, cada penetrar -los cuerpos trenzados, la cópula loca- apenas tocándose.
La crisálida se vuelve mariposa en el mismo instante en que los cinco bailarines y el maestro zen se han movido a mil por hora, han recorrido todas las eras, todas las distancias y se han convertido en luz. Pero ninguno se ha movido de su sitio, ni un instante ni un centímetro ni una mirada, ningún grito.
Lo que ha ocurrido en cambio, en ese movimiento inmóvil y perenne, es el glorioso estruendo de los cuerpos, vueltos luz.
Guardad silencio, cerrad los párpados, permaneced inmóviles. Escuchemos, ahora que merced al silencio y el quedarnos quietos nos movemos a la velocidad de la luz, las resonancias de los lugares lejanos que están justo enfrente de nosotros.
Eso es el Sankai Juku.