VIERNES Ť 27 Ť JULIO Ť 2001

Ť El repertorio fue una elegía agridulce a los amores pasados o imposibles

Elegancia y flema británica del Roxy Music en el Madison Square Garden

Ť El grupo, que no tocaba junto desde 1983, visitará Japón, Australia y varios países de Europa

LEONARDO GARCCIA TSAO ENVIADO

Para alguien que no haya estado consciente durante el auge del llamado glitter rock, a mediados de los setenta, la actual reunión del grupo inglés Roxy Music no significará absolutamente nada. En cambio, para quienes vivimos esa innovación musical y estilística, la inesperada gira mundial de esos músicos -que no habían tocado juntos desde 1983- equivale a un acontecimiento histórico.

roxymusicEs, claro, otra oportunidad de sumergirse en la nostalgia, el consuelo infalible para todo aquel que sienta el paso del tiempo como una constante traición; y de confirmar, una vez más, el escaso valor de lo que hoy pasa por música pop. Obviamente la mayoría de los asistentes al primero de dos conciertos ofrecidos por Roxy Music en el Madison Square Garden, el 23 de julio, rebasó la cuarentena. Es un público conformado, sobre todo, por personas arrugadas, panzonas y canosas (en caso de que haya cabello aún). Los escasos jóvenes deben ser curiosos sobre las preferencias de sus padres, o arqueólogos culturales.

No es el Madison Square Garden que presenta peleas de box estelares o conciertos de Madonna, sino una fracción de su capacidad convertida en teatro. Aun así, el lugar no muestra un solo asiento vacío. Una vez pasado el trago amargo del intérprete talonero -el lamentable cantautor Rufus Wainwright, cuyo amaneramiento hace ver a Donovan como Henry Rollins- se trata de disfrutar un show netamente profesional con un estrechísimo margen para la improvisación.

Aunque la figura dominante del grupo es obviamente el cantante y compositor Bryan Ferry, él mismo subraya el carácter colectivo del concierto haciendo su aparición inicial detrás de unos teclados, y no al frente del escenario, en la interpretación de Re-make/Re-model. A su vez, esa selección del primer disco deja clara otra estrategia: hacer una revisión de la influyente carrera de Roxy, concentrándose sobre todo en sus primeros tres LP, con menos atención a álbumes más populares en Estados Unidos, como Flesh and Blood y Avalon. Este no es un concierto para seguidores ocasionales. (Por eso, el gringo naco y chelero a mis espaldas se queja en voz alta de que no reconoce la mayoría de las canciones.)

De hecho, con la excepción de Brian Eno, quien renunció al grupo después de los primeros dos discos, la gira 2001 significa la reunión de los miembros primarios de Roxy. Además de Ferry están el excepcional guitarrista Phil Manzanera, el saxofonista Andy Mackay y el baterista Paul Thompson, retirado desde 1980. La siempre cambiante posición de bajista es ocupada ahora por el neoyorquino Zev Katz. La banda es complementada por el notable y veterano requintista Chris Spedding, el tecladista Colin Good, la cantante negra Sarah Brown, la percusionista Julia Thornton y la incansable Lucy Wilkins cubriendo los sonidos aportados antes por Eno y Eddie Jobson. Fieles a la imagen de Roxy, las tres mujeres son jóvenes y atractivas. Tan jóvenes que ninguna había nacido cuando se editaron los primeros discos del grupo.

A diferencia de otras giras del recuerdo, la reaparición de Roxy no es tan incongruente porque de entrada la nostalgia era una de sus fuentes temáticas, pues tomaban al cine y al rock clásicos como principales referencias. Su repertorio no es de himnos juveniles o arengas generacionales, sino una elegía agridulce a los amores pasados o imposibles, una irónica mirada atrás a una vida disipada en busca de redención. Es la decadencia como postura posmoderna; y su sentimiento fundamental, la soledad posterior al reventón, de algún modo profetizó la cruda existencial que dejaría el hedonismo hueco de la era disco.

No obstante esa melancolía temática, la actitud de Roxy esa noche fue festiva. Ferry hace gala de su categoría de Dorian Grey del rock, elegancia y flema británica a toda prueba, pero se muestra muy complacido por el entusiasta recibimiento del público: no para de sonreír y agradecer con sus acostumbradas fiorituras manuales. Aunque Manzanera no ha envejecido con igual gracia, se lleva buena parte de los aplausos con sus inventivos solos de guitarra. Mientras el inexpresivo Mackay toca el saxo y el clarinete como una figura de cera con excelentes pulmones.

Tras hora y media de concierto, se cumple un ritual consabido. Roxy concluye con Editions of you y se despide, esperando el tiempo reglamentario para volver con un bis de tres piezas: las emblemáticas Love is the drug, Do the strand y For your pleasure. La aparición de cinco bailarinas vestidas al estilo Las Vegas demuestra que todo -el vestuario, la iluminación, los movimientos escénicos-está tan ensayado como en una obra de teatro.

Después de las principales ciudades de Estados Unidos, la consumada obra de Roxy Music se seguirá representando en varios países de Europa, así como en Japón y Australia hasta septiembre. ¿Qué los compadres de Ocesa se quedaron dormidos, o temieron ganancias tan pobres como las obtenidas en México por David Bowie, otro pionero del glitter rock?