TOROS
Ť Enésima mansada, ahora de José Marrón, en la Plaza México
En otra ociosa combinación, Víctor Martínez se consolida como puntero
Ť Valor, cabeza y calidad en dos faenas Ť Téllez, empeñoso; Zulaica, en retroceso
LEONARDO PAEZ
No es que el cartel de la tercera novillada careciera de interés, alguno tenía, sino que a fuerza de abusar de la paciencia de la gente, ésta acaba por cansarse y buscar otras opciones, si no de emoción siquiera de sencillo entretenimiento como, por ejemplo, el futbol.
Antes que abusar de la gente, "los actores de la fiesta" -ganaderos, empresas, toreros y autoridades- han abusado de la fiesta misma, tergiversando su esencia -mansedumbre repetidora en vez de bravura, amiguismo en lugar de competitividad, pereza como sustituto de la pasión, trampas a falta de legalidad-, por lo que salvo masoquistas y chicos de la prensa la afición prefirió atestiguar los esfuerzos infructuosos pero bien intencionados de nuestra selección nacional.
Hace varias décadas, el periodista Jaime Rojas Palacios escribió: "Si los otros elementos que intervienen en la fiesta de toros tuvieran verdadera categoría y se la supieran dar, ¿el empresario seguiría actuando como lo está haciendo en estos tiempos?". Hace décadas que los otros elementos prefieren bailar al son que las empresas les toquen, y los resultados de esa falta de categoría están a la vista.
Nuevo gerente, viejos criterios
Hace por lo menos una década que la empresa de la Plaza México periódicamente cambia de gerente, si bien con la misma óptica de la transición política: efectuar cambios para que no cambie nada.
Con estos relevos epidérmicos, de forma y apellidos pero no de fondo, los dilapidadores cuanto sospechosos socios capitalistas de tamaña aventura taurina se parecen al marido que al llegar a su casa sorprendió a su mujer con el vecino en un sofá, y ¡vendió el sofá!
Ahora el turno gerencial es del ganadero Rodrigo Aguirre, quien aparentemente se encarga de confeccionar los carteles de la tardía temporada novilleril 2001, y que ni corto ni perezoso y por inexplicables criterios se apresuró a repetir al joven que petardeó en el festejo inaugural, Mario Zulaica, sólo para que el muchacho reiterara en el tercer festejo su nivel de incompetencia, confundiendo el pegar pases con torear.
Y el otro antiguo criterio, reflejado en la tercera novillada, es el de comprar barato o comprarle a cuates, mientras otras ganaderías con tradición tienen que esperar a que las políticas gerenciales se acuerden que el campo bravo tampoco se improvisa.
Dos jóvenes dos
No es que haya estado mal Israel Téllez, por el contrario, con el mejor lote se le vio empeñoso en los tres tercios ?imaginativo con el capote, variado en quites, muy limitado con las banderillas y machacón con la muleta?, pero sin acabar de redondear y menos de convencer a los 600 espectadores que, respetuosos, no aprovecharon para ocupar las filas de barrera vacías.
Con su segundo, cuarto de la tarde, Sedoso, con 495 kilos, muy bien presentado y el único del encierro que empujó en varas, Israel instrumentó dos largas de rodillas y bella media, luego llevó al toro al caballo con el quite hacia las afueras de Ortiz y lo dejó en suerte con precisa larga. Quitó por orticinas y remató con lucida revolera invertida.
El problema de Téllez es que con la muleta ha asimilado malos ejemplos. Cuando la suave embestida del novillo pedía a gritos una faena derechista intensa, reconcentrada, ligada y estructurada, cayó en el defecto simplón de dar dos muletazos y rematar. Para colmo se cambió el engaño a la zurda, lado por el que no acabó de acomodarse, y cuando volvió al buen camino ya el novillo se había aburrido. Al igual que a su primero, lo despachó de certera estocada, pero lo que debió haber sido una oreja triunfal se redujo a tibia salida al tercio entre división de opiniones.
Víctor Martínez, sin discusión uno de los novilleros mexicanos más consistentes de la actualidad, no debió ser incluido en tan desairado cartel. Ni el público ni el ganado garantizaban, por lo que su estupenda actuación en la segunda novillada ?si nos olvidamos del ridículo regalo que aceptó? merecía una recompensa más motivadora. Ante dos mansos perdidos, Martínez volvió a estar en torero de altos vuelos, pensando en la cara, dejando las zapatillas muy fijas, colocándose bien y estructurando mejor, no obstante las lastimosas condiciones de sus enemigos de cuatro patas.