MARTES Ť 31 Ť JULIO Ť 2001
Ť Teresa del Conde
Butoh: una revelación
Jamás había presenciado tanto acuerdo entre espectadores de predilecciones altamente diversificadas como el jueves pasado, en que tuve el privilegio de asistir--a invitación de la pintora Irma Palacios- a la segunda función de la compañía Sankai Juku. El director artístico, coreógrafo y diseñador de lo que no es propiamente un espectáculo (porque carece totalmente de ese ingrediente ''espectacular'' que vulgariza las cosas) es Ushio Amagatsu. Butoh no es -hasta donde yo puedo entender- una danza. Es, como su autor proclama, ''un entendimiento sin palabras, una resonancia a través del diálogo de la conciencia''.
Esta resonancia se expresa en movimientos, gestos, actitudes y expresiones en un escenario sin otra decoración que las tenues luces suspendidas, los grandes platones que contienen agua (en una de las escenas está teñida de rojo) y la proyección de un cuadrado blanco que va empequeñeciendo hasta desaparecer para luego reaparecer al final de las seis escenas que integran el repertorio, sin intermedio alguno.
Sería inadmisible que lo hubiera, porque los protagonistas (seis bailarines butoh) no hacen otra cosa que mantener la atención totalmente concentrada en sus cuerpos y en lo que éstos realizan. ƑQué realizan?, sería difícil describirlo. Podría tratarse de una meditación en movimiento que ha requerido de prolongadas etapas de entrenamiento.
Yo iba preparada para enfrentarme a algo que creí ''muy japonés'' y desde luego que lo es. Pero para mi sorpresa allí estaba también, más que presente, Rodin, algo del manierismo italiano en su vertiente miguelangelesca, la figura serpentinata del Hermes de Praxíteles, algunos aires de Brahms y de Mahler, la frontalidad faraónica de la escultórica egipcia y hasta los galos moribundos del campidoglio transmutado uno de ellos, el propio Ushio Amagatsu, en arquero o lanzador de disco.
Estos hombres (en dos escenas protagonizan a mujeres) son de cuerpos esbeltísimos y a la vez fuertes; sus rostros y a veces sus torsos estaban blanqueados, pero esa reminiscencia del teatro Kabuki no canceló una cierta expresión, la propia que las facciones de sus rostros les confieren. El silencio en la sala era absoluto y total. Sólo entre escena y escena se dejaban escuchar ciertos inevitables carraspeos propios de quienes no estamos habituados a mantener la concentración que el enfrentamiento con tales métodos de expresión requieren. No hay dependencia alguna de palabras, pero las posibles palabras se sobreentienden, como se sobreentiende también en cierto momento un grito agudo.
El resultado es ''iluminador'' y la labor de iluminación contribuye grandemente a ese efecto. A la vez, por momentos, puede llegar a ser desgarrador (sin aspavientos) porque lo que allí se percibe es la génesis de la vida, tanto como la de la muerte. No sé porqué razón, al salir del teatro, pensaba con insistencia en el libro de Iris Murdoch, Message to the planet.
Excepto a través de la literatura -me refiero sobre todo a un autor que llegó a serme predilecto, Junichiro Tanisaki- no tengo más relación con las usanzas japonesas que mi gusto por ver películas realizadas en ese país. Y no me refiero a los filmes de Akira Kurosawa. Carezco de ''entraña zen'', como diría mi amigo el escritor Fernando Solana Olivares, quien escribió un compendio muy acertado acerca del budismo para la editorial Tercer milenio. Jamás me he sometido a la meditación, cosa que sí han hecho algunos pintores conocidos míos como Miguel Castro Leñero y Roberto Turnbull.
Lo que me ocurrió a m , les sucedió a todos o a casi todos los que presenciaron Hibiki esa noche. La palabra significa ''resonancia de lugares lejanos''.
Ushio Amagatsu nació en 1949 en Yokosuka y realizó su primera gira mundial en 1980. De entonces a la fecha ha logrado su objetivo: salir de Japón (diría yo que a la vez sin salir de ese país) con nuevas resonancias.
A todos los que hicieron posible que a algunos habitantes de la ciudad de México nos cambiara, en algún grado la conciencia, hay que agradecer profundamente las tres funciones que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Bellas Artes auspiciaron en el Palacio de Bellas Artes, que esta vez sí mereció con creces y en todos sentidos la denominación que ostenta.