POLITICA DE NO GASTO
La
economía mexicana, lejos de gozar una gran estabilidad -como lo
afirma obstinadamente el presidente Vicente Fox-, se encuentra semiparalizada.
Muestra de ello es la caída en los ingresos del gobierno federal
por más de 10 mil millones de pesos, hecho que, ante el afán
de no exceder el tope de 0.65 por ciento del déficit, llevará
a un nuevo recorte al gasto público.
No obstante, el gobierno federal concluyó el primer
semestre del año con un superávit fiscal superior a los 13
mil millones de pesos, cifra presupuestada que, simplemente, no ha sido
ejercida. Sin ambages, el gobierno ni ha logrado hacerse de mayores ingresos
ni ha ejercido el gasto programado.
Si el gobierno no gasta, se reduce el dinero circulante,
se pierden empleos, los proveedores no pueden cobrar, se aplazan proyectos...
en fin, se provoca un freno en la economía que, a su vez, afecta
también al gobierno vía una menor recaudación tributaria:
un círculo vicioso de desaceleración ocasionado por una supuesta
política de ahorro.
La estabilidad que tanto entusiasma al Presidente pareciera
tener como único fundamento anunciar bajas artificiales en los índices
de inflación o efímeras reducciones en las tasas de interés.
La verdad es que el dinero no se está moviendo y el consumo está
casi estancado. Esto explica que las proyecciones de crecimiento económico
vayan en franca picada, al grado de que el 4.5 por ciento de crecimiento
del producto interno bruto estimado a principios de año ya se calcula
por debajo del 2 por ciento.
En paralelo, la deuda relacionada con el rescate bancario
registró en el primer semestre del año un incremento mayor
a los 27 mil millones de pesos y la transferencia de recursos públicos
a los bancos supera los 58 mil millones de pesos. ¿Por qué
a ellos sí les llegan los recursos?
El gobierno privilegia a los bancos a costa de reducir
el gasto público destinado a los programas sociales, principalmente
el correspondiente a la creación de infraestructura para la atención
y el desarrollo social. Los compromisos con la sociedad están muy
por debajo de los pactos económicos con sectores como el bancario.
En realidad, estamos por cumplir un año de desaceleración
económica y nadie sabe con certeza qué tan profunda será
ésta a nivel nacional e internacional. Y tan cierto es que la economía
está semiparalizada, que el sector privado también espera
señales confiables del gobierno.
Tienen razón quienes afirman que aún en
tiempos de crisis los gobernantes se obstinan en mandar señales
positivas y mensajes alentadores a la población, con la sencilla
finalidad de no generar desconfianza y evitar una parálisis del
gasto. Pero en nuestro caso, tenemos un gobierno que dice que no hay crisis
y que además tiene paralizado el gasto.
No rebasar el límite establecido para el déficit
público pareciera ser un dogma inquebrantable -por no llamarle obsesión-
del gobierno federal, tal como lo fue durante años para otros gobiernos.
¡Viva la macroeconomía!
|