DOMINGO Ť 12 Ť AGOSTO Ť 2001

HANK

Javier González Rubio Iribarren

El líder benefactor

El cacicazgo a la Gonzalo N. Santos se transformó en el poder a la Carlos Hank González, que corrigió, aumentó y mejoró el estilo de Maximino Avila Camacho. El profesor se convirtió en el arquetipo del político mexicano con la corrupción estabilizada.

Con una gran ambición política, logró satisfacerla con una gran capacidad para hacer negocios. Por eso, de humilde profesor rural y vendedor de dulces llegó a ocupar dos secretarías de Estado, la gubernatura de su tierra, la regencia del Distrito Federal, con una fortuna personal que la revista Forbes contabilizaba en mil 300 millones de dólares en 1994.

Era el político de la sonrisa y el modo suave, capaz de generar incontables lealtades, amistades, influencia y enemigos. Para los estándares nacionales, era también un político culto y bien leído, lo que ante la competencia seguramente le costó menos trabajo que acumular su fortuna. Así que como suele suceder, intelectuales y artistas no escaparon de su poder de seducción y de su mecenazgo. Eso le permitió también ser uno de los coleccionistas de arte más importantes de México y patrocinar libros y proyectos personales. Entendía las vicisitudes de los periodistas mexicanos y tuvo comprensión para muchos: a algunos les regaló terrenos para sus casas en zonas residenciales, a muchos otros, departamentos de interés social. A algunos más les dio "precios especiales" para adquirir automóviles Mercedes Benz. Estando cerca de él, o de sus colaboradores de mayor confianza, sólo no recibió el que de plano no quiso. Si Avila Camacho le mandaba caballos a la rejoneadora Conchita Cintrón, y López Portillo hizo secretaria de Estado a su amante, las personas más cercanas al corazón de Hank recibieron joyas compradas en Tiffany's de Nueva York o París.
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Hombres y mujeres llorarán su ausencia y extrañarán sus dádivas. Pero también le rendirán culto miles y miles de familias del estado de México, pues fue el primer gobernador que se preocupó genuinamente por darles seguridad en la tenencia de la tierra, en la propiedad de sus casas y lotes, en Ciudad Nezahualcóyotl o en Cuautitlán Izcalli. Para ello creó el Instituto Auris, que después desapareció alguno de sus sucesores. Durante su gobierno, diversas notarías recibían miles de legajos para que escribanos contratados ex profeso hicieran a mano las escrituras que el profe Hank repartía con la mejor buena fe del gobernante protector a la mexicana. Así, cierto es, miles de familias pudieron asegurar su patrimonio.

Pero antes llevó a su mejor época a la Compañía Nacional de Subsistencias Populares, Conasupo, pilar del Estado mexicano benefactor, con la que finalmente acabó el neoliberalismo, el TLC y el presidente Zedillo.

La mayor parte de su fortuna creció y se expandió durante el sexenio de López Portillo, personaje trágico de nuestra vida política al que acompañó de 1976 a 1982 como regente de la ciudad de México. Don Jesús Reyes Heroles no le tenía estima y a su modo particular se encolerizaba porque el hábil Hank había declarado una fortuna personal de 500 millones de pesos de entonces, lo que lo protegía de que se le acusara de usar el cargo para hacer dinero. Como regente capitalino, después de haber arrasado calles y avenidas para hacer los ejes viales, su último acto de gobierno fue municipalizar el transporte del Distrito Federal, gracias a lo cual vivimos desde entonces el subdesarrollo de las combis y los microbuses, muchos de los cuales se fabrican en sus empresas. Pero sin duda su habilidad más importante radicó en que fuera el propio López Portillo, hombre débil y confiado, finalmente de poca fortuna económica, el que cargara con todas las culpas de la corrupción en su sexenio, de la cual Carlos Hank González fue pilar indudable.

Desde luego, no es el último político corrupto, aunque su muerte sea un símbolo de 70 años de priísmo; andan sueltos muchos de las generaciones que le siguieron y que hoy son brillantes promotores de inversiones, cabilderos, espinosas villarreal al por mayor.

Pero Hank fue un político único, con estilo muy personal, y que encarnó los elementos más distintivos del poder priísta: autoritario, muy discrecional para manejar los presupuestos, paternalista, apapachador, sencillo con los pobres, cínico, sin límites para el ejercicio del poder, conocedor de las debilidades humanas ?sobre todo de las ajenas?, con capacidad para el enriquecimiento explicable, intocable e influyente.

Y fue el eje aglutinador de varias generaciones de políticos, la personificación del líder incuestionable, el padrino. Hoy no tiene sustitutos.