Sin negar la complejidad de ciertos pasajes hablo como historiador, su fraseo se liga y entreteje alrededor del enigma que da pie a Cuando el archivo se hace acto. Esta acción de escribir se realiza con suavidad, tersamente, sin más violencia que la exigida por el problema, ya que se dirige hacia ese lugar que no tiene nombre; es un lugar innombrable y, por lo tanto, va hacia la tierra del no-lugar o "grado cero" de la escritura que diría Roland Barthes, el cual, sin embargo, nos determina. Es un viaje hacia el tope de toda escritura, ese no-lugar que nos hace hablar, escribir, desear, mirar, sin saber cómo. Es el "decir es querer", una frase acuñada que he sacado del libro mismo, y que Juan Alberto tomó de Michel De Certeau en su diálogo con Lacan, aunque no sólo de ahí. Parecen sintetizarse cinco siglos de escritura en Occidente en esa frase: "Decir es querer." Después de leer este libro, que narra el viaje de Litmanovich por las tierras de Freud y de Lacan, y de cruzarse con el jesuita historiador De Certeau, se abre una de las cuestiones más inquietantes de la filosofía y la sociología contemporáneas: ¿cómo pensar el Yo, la Subjetividad, después de Descartes? De Certeau, nos dice Litmanovich: se distingue del Cartesiano porque no establece un valor de verdad; las palabras, los dichos, ya no indican el camino correcto por la vía de la iluminación, se han vuelto opacos, esa carencia de luz por el poder de las sombras, diría el historiador del arte Michael, es lo que nos induce a escribir, a hablar, a hacer. No son entonces los dichos en los que nos hemos de fiar, sino en los actos de decir; con ese pequeño giro entre lo que se dice y el acto de ese decir parece abrirse el diálogo necesario entre el acto psicoanalítico, propio del especialista, y el acto historiográfico, propio del historiador. Yo diría que, en ese sentido, la investigación de Litmanovich delineada en la última parte de su libro a partir de la distinción entre oralidad y escritura resulta no sólo apasionante sino perfectamente pertinente. Pero ¿qué significa querer pensar después de Descartes? Por supuesto no son Lacan ni De Certeau los primeros en intentarlo, en eso no radica la originalidad de sus pensamientos. Sus textos y sus referencias nos dan suficientes indicios de que la originalidad trasciende la misma noción de autoría clásica. Lo que se llama originario en el siglo xx, creo, interpreto, trato de entenderlo de esa manera, es un acto colectivo, masivo, que nos convoca a unos y otros, a historiadores y a psicoanalistas, los que están dentro y los que están fuera, y que lleva por nombre el de "horror", el de "abismo" y que horada cualquier intención de nombrarlo. Es en ese momento precisamente cuando el archivo se hace acto; el acto moderno por antonomasia, así intento entenderlo, es Auschwitz. Me vienen a la memoria mis intercambios con Juan Alberto a propósito de la verdad en la historia, que son evocados en la última parte del libro. Esa consciencia inquietante y aterradora a la vez del límite y del no-límite, simbolizada en las últimas palabras del maestro Lacan que yo desconocía: "Soy obstinado, desaparezco." Acaso sea esa experiencia la que llevó al antropólogo e historiador De Certeau, a la manera de otro filósofo, Wittgenstein, a recrear la ética clásica en el hombre ordinario de cada día, y a preguntarse por el acto que se oculta en los dichos por el maestro. En ese sentido De Certeau va tras el electo social que nos configura, más allá de la noción clásica de autoría o de la subjetividad pintada en el pensamiento de Descartes. El libro de Litmanovich contribuye, a mi juicio, a que los historiadores tengamos mayores elementos para entender que no es suficiente pronunciar un discurso sobre el pasado que se piensa al margen del acto que lo produce; que después de Freud y la condensación del Yo por el horror colectivo, ya la historia no puede pensarse más de esa manera. Si esto es así, la pérdida de lo uno, de la identidad de ese sujeto al igual que el periodo en el que la herejía se transformó en cisma es un tema querido, tocado y desarrollado por la obra de Michel De Certeau, define nuestra época como una en la que priva la melancolía. Por eso trato de entender la disyuntiva entre el duelo o la melancolía que Litmanovich plantea en su libro. Es una disyuntiva que viene a sustituir la clásica expresada por Hamlet del ser o no ser. Ahí se cuelga, me parece, en esa disyuntiva, y es lo que el relato de este libro nos deja ver en su diálogo con De Certeau: el futuro de la historiografía; y vemos a De Certeau como uno de los maestros de la historia en este difícil arte de ejercitar el duelo. Obviamente se trata de una provocación; por eso, como historiador no es fácil internarse en este tipo de cuestionamientos o de problemas. Es una apuesta que se juega en términos del futuro, pero un futuro que pasa a través de una escritura que se produce en relación a una carencia, a una pérdida, y por eso afirmo que esa pérdida que nos configura en el siglo xx tiene el nombre del horror y en particular el de Auschwitz. Lo que sigue siendo sorprendente en Michel De Certeau con el cual siento mayor cercanía y a quien, a través de este libro, me parece reconocer mejor sobre todo por el paso que da De Certeau a través de su acercamiento a la Escuela Freudiana de París en el caso de Lacan, es su capacidad de convocatoria. Me impresiona cómo De Certeau, que no es más que un hombre y en ese sentido es un ausente, en diferentes momentos va convocando a individuos que se van encontrando de manera azarosa. No conocí personalmente a De Certeau, quien comenzó a traducir su obra al español en 1981 en su primera y creo que única visita. Ese legado, esa obra de traducción, permitió que, en un momento determinado, alrededor de su obra se fueran enlazando otros encuentros fortuitos que si se hubieran programado, calculado, nunca se hubieran podido realizar; encuentros fortuitos que han ido configurando amistades, complicidades intelectuales y, sobre todo, la posibilidad de hablar de otra manera sobre el pasado. Cuando el archivo se hace acto es
un encuentro fortuito. Una llamada por teléfono es mi primer recuerdo:
Juan Alberto Litmanovich se conectaba con el lugar en donde la obra de
De Certeau estaba siendo traducida, el departamento de historia de la Universidad
Iberoamericana. Por azares del destino, el encuentro personal vino hasta
después de dos o tres años; desde entonces ya este trabajo
se adivinaba, se proyectaba. Este encuentro con la obra de De Certeau,
que pasa por Lacan, presentado de manera brillante y excelente por Litmanovich,
ha dado pie en ese sentido a otro encuentro que me permite volver a asombrarme
de la fuerza que puede tener un ausente para reunir a los libros; y este
encuentro, este acto, digamos, es otra muestra de esa potencia, de esa
fuerza. Como señalaba al principio, se adivina ya el futuro trabajo
que vendrá a abrir nuevas posibilidades para la desacostumbrada
interacción en nuestro medio entre ámbitos en apariencia
tan separados y distintos como la historiografía y el psicoanálisis
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