martes Ť 14 Ť agosto Ť 2001

Marco Rascón

Hank: la muerte de un símbolo

Vicente Fox es el primer Presidente de la República surgido de la reforma al artículo 82 de la Constitución, mismo que cerró el paso a Carlos Hank González; quizá por ello el actual mandatario rinda hoy un callado e íntimo homenaje al muerto que, como un príncipe sin posibilidades de tener todo el poder político, tomó el camino del poder económico y construyó una cultura.

No llegó a acumular los años de Fidel Velázquez, pero su influencia es política y cultural y no abarca únicamente el priísmo, sino que llega a todos los confines de la clase política mexicana. Hank González es una personalidad compleja, porque resume los idearios del contratismo, las aspiraciones de políticos priístas y panistas hacia el empresariado, pero también la de los perredistas que soñaron con la política como única posibilidad de ascenso social y económico.

Carlos Hank sí vio el fin del PRI a diferencia del líder cetemista que amenazaba con dejarlo "sólo a balazos", como decía que lo habían tomado. En ese sentido, el profesor de Santiago Tianguistenco murió más triste, aunque satisfecho, porque creó una cultura política que va más allá de transiciones y alternancias

Carlos Hank González fue además un símbolo social, porque a falta de una filosofía de las grandes oportunidades, como las que ofrece Estados Unidos, políticos como él se convirtieron en un mito, en nuestro rey Midas, que de pobre profesor de primaria se hizo de una fortuna de más de mil 300 millones de dólares, según Forbes.

Gracias a su visión empresarial en el gobierno, la ciudad de México se convirtió en un espacio entregado dócilmente para la expansión de la industria automotriz. La construcción de los ejes viales destruyó más de 15 mil viviendas en renta en las áreas centrales de la ciudad, y adelantándose a los ecologistas y a la participación ciudadana acabó con camellones y palmeras para dar un aire funcionalista y moderno a la metrópoli haciendo proliferar semáforos, lo que permitió que llegáramos al Hoy no circula.

De estas obras monumentales que fomentaron el contratismo al calor del auge petrolero, Hank y el grupo del estado de México crecieron económicamente. Desde aquel tiempo impusieron la regla de que si ellos gobernaban el Distrito Federal toda la zona metropolitana tendría un solo gobierno; de no ser así, entonces desatarían la guerra del agua, del transporte y del crecimiento, pues para ellos la sede del poder nunca radicó en el Zócalo, sino en Toluca.

Hank González sabía la fuerza electoral que tiene el estado de México y por eso reprimía y corrompía toda oposición. Sectores del PAN, del PRD, de la Iglesia y del empresariado se sumaban al poder proveniente de Toluca; eran los mismos que se concebían como legión de honor, guardia y retaguardia del poder presidencial a cambio de más poder para ellos. Oscar Espinosa Villarreal fue su último representante; Montiel, su esperanza.

Los Diablos Rojos del Toluca los convocaban y llevaban a presentarse en público para mostrarse como lo que eran: un grupo sólido y compacto. Intentaron obtener la Presidencia para Hank tratando de modificar el artículo 82 constitucional desde tiempos de Echeverría, y volvieron a intentarlo lanzando a Alfredo del Mazo contra Carlos Salinas, y luego contra Cuauhtémoc Cárdenas.

Fidel Velázquez estaba al servicio de ese poder político regionalizado. De esta manera, los cordones industriales del centro del país se desarrollaron gracias al charrismo sindical y a los poderes políticos y económicos de ese grupo que se afianzó más aún, ya que en su zona de influencia se concentraban los votos y las fuerzas para negociar posiciones frente al poder central.

La vida era para el profesor un aprendizaje y supo aprovechar bien el impedimento constitucional para tener influencia cuasi presidencial y ser un poder dentro del poder, un presidente dentro del presidente, un PRI dentro del PRI. Transmitía la idea de que el país le debía algo, por eso cobraba y hacía del servicio público una fuente de acumulación económica. Organizaba los rompimientos entre presidentes salientes y entrantes; provocaba las rupturas entre sucesores y antecesores; daba regalos envenenados, como la mansión de la "colina del perro" a López Portillo para acabar con toda su influencia futura. De esas rupturas Hank y su grupo siempre salieron fortalecidos.

Ahí estuvo en la sucesión de 1994 tras la muerte de Colosio y con toda premeditación decidió apoyar en esa crisis a Ernesto Zedillo, bajo el acostumbrado estilo de aprovechar las debilidades para hacerse fuerte e indispensable y defender sus intereses, pues sabía bien que un presidente débil lo fortalecía. Se retira en enero de 1995 para administrar su poder y tejer nuevas alianzas.

Hoy sus secretos están repartidos y fragmentados en cientos de personajes. Los nuevos políticos son la demostración del ideario hankista: "no ser políticos pobres", por eso su influencia seguirá floreciendo.

 

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