MARTES Ť 14 Ť AGOSTO Ť 2001
Roberta esta noche
Pierre Klossowski
Con motivo del fallecimiento del pintor y escritor Pierre Klossowski presentamos un extracto de la novela Roberta esta noche, traducida por Michèle Alban y Juan García Ponce, de la trilogía Las leyes de la hospitalidad, considerada la obra principal del maestro francés
Cuando mi tío Octave tomaba en sus brazos a mi tía Roberta, no hay que creer que era el único en hacerlo. Un invitado entraba, cuando Roberta atenta sólo a la presencia de mi tío, no lo esperaba, y cuando ella temía que el invitado viniera, porque Roberta esperaba a algún invitado irresistiblemente resuelto, el invitado surgía ya detrás de ella, mientras que era mi tío el que entraba, justo a tiempo para sorprender el satisfecho terror mi tía, sorprendida por el invitado. Pero en el ánimo de mi tío, eso no duraba más que un instante..., porque en última instancia, uno no puede tomar y no tomar a la vez, estar allí y no estar, entrar cuando se está en el interior. Mi tío Octave pedía demasiado si quería prolongar el instante de la puerta abierta, ya era bastante que pudiese obtener que el invitado apareciera en la puerta y que en ese mismo instante el invitado surgiera detrás de Roberta para permitir a Octave sentirse él mismo el invitado cuando, tomando prestado del invitado el gesto de abrir la puerta, viniendo de afuera, podía desde allí verlos con la sensación de que era él, Octave, el que sorprendía a mi tía.
Nada puede dar una idea más exacta de la mentalidad del mi tío que estas páginas manuscritas que había hecho enmarcar para colocarlas en la pared del cuarto reservado a los visitantes, justo encima de la cama, con unas flores de campo que se marchitaban sobre el marco del estilo antiguo:
Las leyes de la hospitalidad
El señor de estos lugares, no teniendo preocupación más urgente que irradiar su alegría sobre cualquiera que, a la noche, venga a compartir su mesa y a descansar bajo su techo de las fatigas del camino espera con ansiedad en el umbral de su casa al extranjero al que verá despuntar en el horizonte como un liberador. Y desde tan lejos como lo vea venir, el señor de estos lares se apresurará a gritarle: "Entra rápido, que tengo miedo de mi felicidad". Por eso, de antemano el señor de estos lares estará agradecido a cualquiera que, en vez de considerar la hospitalidad como un accidente en el alma de aquel y de aquella que la ofrecen, la tomará como la esencia misma del anfitrión y la anfitriona, y el extranjero mismo vendrá como tercero a compartir ese esencia a título de invitado. Porque el señor de estos lares busca con el extranjero al que recibe una relación ya no accidental sino esencial. Uno y otro no son de antemano más que sustancias aisladas, sin comunicación la una con la otra que no sea siempre sino accidental: tú que te crees lejos de tu casa con uno que crees que está en su casa, no aportas más que los accidentes de tu sustancia, en cuanto que hacen de ti un extranjero, a aquel que te recibe con todo lo que hace que él mismo no sea sino un anfitrión accidental. Pero porque el señor de estos lares invita aquí al extranjero a remontarse a la fuente de todas las sustancias más allá de todo accidente, he aquí cómo inaugura una relación sustancial entre él mismo y el extranjero, que en verdad será una relación ya no relativa, sino absoluta, como su habiéndose confundido el dueño con el extranjero, su relación contigo que acabas de entrar no fuera ya sino una relación de sí consigo mismo.
Con ese fin, el anfitrión se actualiza en el invitado, o si quieres, actualiza una posibilidad del invitado, tanto como tú, el invitado, una posibilidad del anfitrión, la más eminente delectación del anfitrión tiene por objeto la actualización en la señora de estos lares de la esencia inactual de la anfitriona. ƑY a quién incumbe ese deber sino al invitado? ƑQuiere esto decir que el señor de estos lares esperaría una traición por parte de la señora de estos lares? Ahora bien, parece que la esencia de la anfitriona, tal como se la representa el anfitrión, sería en ese sentido indeterminada y contradictoria. Pues o bien la esencia de la anfitriona está constituida por su fidelidad al anfitrión, y entonces escaparía tanto más a él cuanto más quisiera justamente conocerla en el estado contrario de la traición; ella no podría traicionarlo para serle fiel; o bien la esencia de la anfitriona está en verdad constituida por la infidelidad, y entonces el anfitrión no participará de la esencia de la anfitriona que fuera susceptible de pertenecer, accidentalmente, en cuanto señora de estos lares, a uno de los invitados. La noción de señora de estos lares se toma bajo la razón de existencia; ella no es una anfitriona sino bajo la razón de la esencia; esa esencia está por lo tanto limitada por su actualización en la existencia en cuanto señora de estos lares. Y la traición no tiene pues aquí otra función que romper esa limitación. Si la esencia de la anfitriona reside en la fidelidad al anfitrión, eso permite al anfitrión hacer surgir ante los ojos del invitado a la anfitriona, esencial en la señora de estos lares existente; porque el anfitrión en cuanto anfitrión debe jugar bajo riesgo de perder, puesto que cuenta con ella para la estricta aplicación de las leyes de la hospitalidad y puesto que ella no podría sustraerse a su esencia, hecha de fidelidad al anfitrión por temor de que, en los brazos del inactual invitado llegado para actualizarla en cuanto anfitriona, la señora de estos lares no existiera más que traicioneramente.
Si la esencia de la anfitriona residiera en la infidelidad, por más que el anfitrión juegue, habrá perdido de antemano. Pero el anfitrión quiere conocer el riesgo de perder y considera que perdiendo más bien que ganando de antemano, apresará a cualquier precio la esencia de la anfitriona en la infidelidad de la señora de estos lares. Porque lo que él quiere, es poseerla infiel, en cuanto anfitriona que está cumpliendo fielmente sus deberes. Desea pues actualizar mediante el invitado algo que está en potencia en la señora de estos lares; una anfitriona actual en relación con ese invitado, inactual señora de estos lares en relación con el anfitrión.
Si la esencia de la anfitriona permanece así indeterminada, porque al anfitrión le parece que se le escaparía algo de la anfitriona en el caso de que esa esencia no fuese más que pura fidelidad de la señora de estos lares, la esencia del anfitrión se propone como un homenaje de su curiosidad a la esencia de la anfitriona. Ahora bien, esa curiosidad, en cuanto potencia del alma hospitalaria, no puede tener existencia propia sino dentro de aquello que parecería a la anfitriona, si fuera ingenua, suspicacia o celos. El anfitrión no es ni suspicaz ni celoso, porque es curioso esencialmente de eso mismo que, en la vida cotidiana, lo haría un señor de estos lares suspicaz, celoso, insoportable.
Que el invitado no se turbe; no vaya pues a suponer que pueda constituir en ningún momento la causa de unos celos o de una suspicacia que ni siquiera tienen un sujeto propio que pudiera experimentarlos. En realidad, el invitado es todo lo contrario; porque es desde la ausencia de causa de unos celos y de una suspicacia que no están determinados de otro modo que por esa ausencia, desde donde el invitado va a salir de su relación accidental de extranjero para gozar de una relación esencial con la anfitriona cuya esencia comparte con el anfitrión. Esencia del anfitrión, la hospitalidad, lejos de restringirse a los movimientos de los celos y de la suspicacia, aspira a convertir en presencia la ausencia de causa de esos movimientos, y a actualizarse en esta causa. Que el invitado comprenda bien su papel: que estimule pues sin temor la curiosidad del anfitrión mediante estos celos y esta suspicacia, dignos del señor de estos lares, pero indignos del anfitrión; este último invita lealmente a ello al invitado; que en esa competencia, rivalicen uno con otro en sutileza; corresponde al anfitrión poner a prueba la discreción del invitado; al invitado, poner a prueba la curiosidad del anfitrión; el término "generosidad" no viene a cuento; porque todo es generosidad y todo es avaricia; pero que el invitado cuide que estos celos o esa sospecha del anfitrión no reabsorban por completo su curiosidad; porque de esa curiosidad dependerá para el invitado hacer valer su prestigio. Si la curiosidad del anfitrión aspira a actualizarse en la causa ausente, Ƒcómo espera convertir esta ausencia en presencia, si no es porque espera la visitación de un ángel? Solicitado por la religiosidad del anfitrión, el ángel es susceptible de adoptar el nombre de un invitado -Ƒeres tú?- que el anfitrión cree fortuito. ƑEn qué medida el ángel actualizará en la señora de estos lares la esencia de la anfitriona tal como el anfitrión tiende a representársela, cuando esa esencia no es conocida sino por aquel que, más allá del ser, conoce? Induciendo al anfitrión tanto más, puesto que el invitado, sea o no un ángel, no es más que inclinación del anfitrión; sabe, querido invitado, que ni el anfitrión ni tú, ni la anfitriona misma, conocen todavía la esencia de la anfitriona; sorprendida por ti, buscará reencontrarse en el anfitrión que desde ese momento no la retendrá más; pero que, sabiéndola en tus brazos, se considerará más dueño que nunca de su tesoro.
Para que la curiosidad del anfitrión no llegue a degradarse en los celos y la suspicacia, te corresponde a ti, el invitado, discernir la esencia de al anfitriona en la señora de estos lares, a ti precipitarla en la existencia: o la anfitriona no pasa de ser un fantasma, y tú sigues siendo extranjero en esta casa, si dejas al anfitrión la esencia inactualizada de la anfitriona: o tú eres ese ángel y das con tu presencia actualidad a la anfitriona: tendrás pleno poder sobre ella tanto como sobre anfitrión. ƑNo ves, querido invitado, que tu interés superior es conducir la curiosidad del anfitrión hasta el punto en que la señora de estos lares, puesta fuera de sí, se actualice toda ella en una existencia que tú, el invitado, serás el único capaz de determinar, y ya no la curiosidad del anfitrión? Desde ese momento el anfitrión habrá cesado de ser el señor en sus lares; habrá cumplido por completo su misión. Se habrá convertido a su vez en el invitado.