MARTES Ť 14 Ť AGOSTO Ť 2001

Teresa del Conde

Thomas Glassford

Hace rato que este artista, nacido en Laredo Texas en 1963, dejó la opción de los objetos, interesantes sin duda, que hacían evocar los aparatos ortopédicos o los gabinetes médicos de principios del siglo XX. Estuve al tanto de su participación en la séptima Bienal de La Habana (1997) como también de la imposibilidad de que paralelamente a la Bienal, realizara una pieza de arte público que invocaba sesgada o directamente a los balseros, como no la vi, estoy imposibilitada para comentarla.

Ha expuesto varias veces en la Galería OMR, ahora lo hace con una serie de piezas que me sorprendieron, positivamente, por su magnífica factura tecnológica, pero sobre todo porque implican una observación muy lograda sobre teoría del color, cosa que redunda en lo siguiente: el espectador se pone a pensar en gamas, acordes, intervalos, compases etc. debido a que las piezas a las que me refiero están realizadas en aluminio anodizado y ofrecen salientes, como prismas que sobresalieran de esas cortinas que en inglés se llaman blinders y que como la palabra indica, están destinadas a oscurecer o a matizar la luz.

Sólo que los blinders siempre ofrecen cierto grado de transparencia, aunque distinta de la que proporcionan las tradicionales persianas. Los objetos de Glassford exhibidos en las 3 salas del piso superior de la OMR, borran o difuminan la división entre Fine Arts y artes decorativas o de diseño, pero es precisamente el buen diseño el que priva en todo lo que presenta, además de la aportación implícita en el examen cromático.

Él conjunto se titula Desire. En el primer espacio hay un entramado reflejante, curvado, en metal, adherido al muro, de manera exenta se muestra una pieza articulada y movible, que funciona como escultura, pero se antoja que también puede servir para sostener copas de martinis sin que su superficie se vea afectada en lo más mínimo. El enbisagrado de este tridimensional es perfecto y su color va orquestado al del mármol dorado por la pátina del tiempo, al del marfil, acaso al del alabastro. Es decir, en este ámbito se entroniza el tono claro e iluminado del amarillo de nápoles o incluso de los tonos dorados y la función reflejante de la pieza adherida al muro coadyuva a ello. Pero lo que más me llamó la atención fue el modo como fue utilizando un rosa viejo, parecido al magenta, intensificándolo, "veteándolo" naturalmente (es decir, la pintura no ofrece vetas, está aplicada en forma totalmente pareja, como la pintura de un coche) y convirtiéndola en un abanico carmesí o en un arpegio que señala todas las posibilidades del rojo carmín hasta llegar al borgoña, incluyendo un rosado apenas perceptible utilizado estratégidamente a intervalos. Las estrías oscuras cumplen también la función de intensificar o paliar la intensidad cromática.

Simultáneamente a esta muestra, que no por ser escueta deja de ser suficiente, (en algo me recordó lo último que vi de Melanie Smith, aunque aquí los propósitos son otros) se exhiben obras , también basadas en el diseño, de Guy Limone. Lo que más me interesó de su autoría es el título de la muestra: "en otro lugar", escrito en volumen con figuritas minúsculas firmemente adheridas al muro.

Si bien es cierto que presté atención suficiente a los frisos de Guy Limone, la comparación entre ambos artistas me hizo preferir con mucho a Glassford. No es porque , a diferencia de lo que me ocurre con Limone, yo tuviera antecedentes respecto de su trayectoria. Simplemente me parece, y creo que es legítimo, que cuando las obras invitan a contemplar, a observar con detenimiento su estructura, a analizar la propuesta (cromático-geométrica en el caso de las piezas adheridas al muro) , la gratificación ocurre a nivel llamémosle estético. Cuando eso no ocurre uno simplemente se divierte, pero no se sorprende. La pieza exenta en algo recuerda a Arp, también eso me pareció un acierto.