miercoles Ť 15 Ť agosto Ť 2001
Arnoldo Kraus
Odio: unas palabras inútiles
Si el odio es parte de la condición humana, se podría pensar que en los libros de medicina o psiquiatría debería haber referencias o estudios que indaguen la génesis de este "modo de ser", que desglosen su naturaleza, su fisiología, su anatomía o bioquímica. En los que están a mi alcance el tema no aparece, a pesar de que en algunas enfermedades, sobre todo de índole psiquiátrica, el odio suele ser un síntoma -entiendo bien que acerca de la agresividad hay suficientes trabajos, pero no hago del odio sinónimo de la agresividad. Este vacío no deja de inquietar, pues las ciencias médicas han logrado entender otro tipo de alteraciones como la violencia, la agresividad, la compulsión hacia la comida o la anorexia. En estas alteraciones se han definido diversas anomalías endocrinológicas, así como en el sistema nervioso. Incluso algunos han acuñado el término "cerebro violento".
En relación con el odio, desde el punto de vista científico, la información es magra: no se han descrito ausencia o exceso de sustancias, tumores cerebrales o de otro tipo ni anomalías fisiológicas asociadas a esta condición. La razón es que el odio es una mezcla de situaciones en las que las vivencias personales, las enseñanzas en la casa, en el barrio, en la comunidad y en la escuela se mezclan para crear esta conducta. La otra razón, la que no se entiende, es por qué los avances en diversas áreas del conocimiento no han sido suficientes para contrarrestar la inquina. Podría preguntarse, por qué pervive el mal por doquier en medio de "la abundancia del saber", si el fin hipotético de la información es servir, mejorar, e incluso modificar las raíces y circunstancias de lo humano. Es evidente que los caminos entre odio y conocimiento corren en forma paralela: no existen intersecciones.
El odio carece de límites y quizás por eso también de definiciones apropiadas. Adolece de tiempos, de metas, no distingue blancos precisos, se reproduce geométricamente, no aprende del pasado, es aliado del infinito y de la gloria -kamikazes y fundamentalistas musulmanes-, está arropado por la inconsciencia y por "la ausencia del otro", es impersonal, pues su éxito consiste en matar o producir daño, aunque poco se sepa del afectado, y es sordo a la razón. Es la apoteosis de la enajenación: aniquilar como leitmotiv.
El mundo está lleno de odio. El odio es fanatismo y el fanatismo es sinrazón. La posibilidad de penetrar este triángulo -odio, fundamentalismo y sinrazón- es imposible. Se ha escrito mucho al respecto, se han gastado filósofos, eticistas y sociólogos y se han apilado cadáveres en todo el orbe. ƑA quién culpar? Los políticos y la política, como siempre, han fracasado. El conocimiento y su aliada, la tecnología, no sólo han fallado, sino que se han puesto al servicio de la destrucción al crear parafernalias más sofisticadas para exterminar. La negación y el olvido han sido fieles aliados del odio.
La negación oscurece el horror de lo que sucede y sepulta la posibilidad de diálogo. Mientras lo lejano parezca siempre lejano y las fatalidades de los desconocidos sean siempre ajenas, aunque las matanzas sean continuas, la idea, la mera idea de encontrar los caminos para allanar el odio, parecen imposibles. Todo silencio actúa a favor de los perpetradores, y si éstos, cobijados por la ignorancia y por la religiosidad mal entendida ganan el cielo por matar, Ƒqué decir?, Ƒqué hacer?, Ƒcon quién hablar?
El odio como manifestación humana carece de historia. Aunque Kant afirmó que había dos cosas que llenaban su mente con admiración y con temor: "los cielos estrellados sobre mí y las leyes morales dentro de mí"; posteriormente comentó que el mal estaba determinado ontogénicamente. Si Kant está en lo cierto no hay esperanza: la presencia "del mal" ha sido espejo de la historia de la humanidad.
La razón, la lucha o la fe inician cuando la falta de esperanza asfixia y el hombre suele reconocerse más en lo que le intranquiliza en lugar de lo que le brinda sosiego. Entonces, Ƒpor qué el ascenso del odio? O más bien, Ƒpor qué no existen lecturas idénticas entre la falta de saciedad del conocimiento y el fracaso de la moral? La certeza de que el siglo XX ha sido el más cruel de todos, corrobora la idea de que la "razón pura", aquélla que se originó con los filósofos griegos, no sirve. Es muy poco probable que el genoma resuelva la génesis del odio. El mal va más allá de la bioquímica o de los genes. Es la suma de muchos desencuentros. El problema, el inmenso problema, es que, a pesar de todo, a pesar del hombre, se debe creer en el hombre.