miercoles Ť 15 Ť agosto Ť 2001

Luis Linares Zapata

Políticos caros

La muerte del profesor Hank González y el reanuncio de Roberto Madrazo para buscar el liderato del PRI después de la elección tabasqueña, aunadas a la apropiación nepótica y grotesca de las prerrogativas del PAS (ese partiducho engendrado, en gran parte, por las reiteradas pretensiones de Cárdenas por llegar a la Presidencia) que hacen sus cuasi dueños, dan un pretexto idóneo para algunas reflexiones sobre los costos y penalidades que lastran la ruta hacia la modernidad democrática. Y lo hacen porque la cultura, prácticas y circunstancias que hacen factibles tales fenómenos, tienen que ser exploradas a detalle antes de pretender adentrarse en la ansiada normalidad de la vida del país.

Que un hombre o una mujer política combine, para su propio beneficio, los recursos públicos con sus intereses personales no es un asunto novedoso ni, ciertamente, aislado o ejemplar. Los hay por montones para desgracia de una práctica ciudadana sana y transparente. Unos lo hacen en gran escala y otros se ensartan en trapacerías de poca monta. Algunos llevan a cabo sus tropelías con chiste, ciertos más con cinismo y la mayoría con sigilo, pero todos ellos provocan y esparcen, a diestra y siniestra, elevados costos para la sociedad que los padece, cobija o tolera. En ninguna circunstancia son productivos. Menos aún pueden ser ejemplos a seguir como algunos de los beneficiados, de cualquier forma por ellos, pueden llegar a solicitar con todo el desparpajo que propicia un velorio, el triunfo electoral o aprovechando los resquicios e imperfecciones de una ley electoral en espera de su redención.

La fortuna amasada, durante años de servirse del poder, por el señor Hank González, no debe, aunque se intente, ser justificada por una bonhomía a flor de estudiada sonrisa y provocado rizo sobre la frente. Tampoco es aceptable que la disculpen por sus atingentes modales para hacerse presente en desgracias personales o en difíciles momentos de correligionarios, jueces, periodistas, subordinados o simples mortales. Menos permisible resulta el empleo patrimonial de los haberes públicos para allegarse lealtades, silencios o subordinaciones, pues tendrán siempre las falsas bases con que se forman las complicidades si no es que las francas satrapías. El serio punto a espulgar en casos como el mostrado por la historia individual, las obras, desviaciones y riquezas del profesor rural devenido magnate, se relacionan y derivan de una deformada como extendida escala de valoraciones y convenencieras actitudes colectivas que justifican, permiten y hasta ensalzan tales conductas que bien pudieron ser catalogadas como delictivas, aun bajo el criterio de laxos esquemas éticos. Más todavía si se fue un funcionario de Estado que tenía la obligación de comportarse de manera por demás escrupulosa al manejar los recursos de una nación con tantas carencias y desigualdades.

Lo que todavía más alarma causa no tiene que ver con el pasado de figuras como la de Hank, sino con la insuflada intentona de Madrazo que repite patrones de conducta similares, aunque con un toque de simulada modernidad, para encaramarse en el CEN del PRI y, desde ahí, asaltar la Presidencia de la República. El solo hecho de presentarse ante la opinión pública, y que muchos, sobre todo priístas de estancado cuño y oscuras pretensiones y sospechosas coincidencias, le concedan posibilidad a su dicho, habla de amplias zonas de atraso y perversión tanto de la cultura ciudadana como de la actividad partidaria del México actual. Madrazo es un agente que disuelve cualquier código de funcionamiento partidario, una rémora al interior mismo del PRI. Su presencia y, más aún, su parcial popularidad, le ocasiona a ese instituto decrementos de imagen ante el electorado que, por fortuna, se aleja, aunque con fieras dificultades, de aquéllos que tuercen la ley para imponer sus designios personales o para salvaguardar, con variadas triquiñuelas, sus abultados intereses.

Pero la cereza del pastel, por su novedad y primitiva rapacería, corre a cargo de la familia Riojas. Ella ejemplifica, con todo el esplendor requerido, las desviaciones que se producen cuando las luchas civiles por mejorar instituciones y cambiar los sistemas establecidos se prolongan en el tiempo y se multiplican los obstáculos a superar para llegar a la madurez. Ese fue, y sigue siendo, el caso de la dilatada como incompleta transición democrática de México. Estos señores Riojas y sus primos(as), esposos(as), sobrinos(as) o cuñados(as) usufructúan, de manera impune, rampante, desleal con el espíritu de independencia financiera de los partidos y a plena luz de los faroles que medio alumbran las regulaciones del IFE, los abundantes dineros que los contribuyentes mexicanos le invierten a la democracia. Otros partidos de membrete acompañan las correrías del PAS, pero éste es un ejemplo por demás señero de una situación que debe y tiene que ser corregida de inmediato. De no hacerlo, y mientras conserven el registro logrado, varios cientos de millones de pesos serán puestos en esas inescrupulosas manos de la trouppe de los Riojas sin posibilidad de tomarles estrictas cuentas y pararles el alto. Las penurias presupuestales se extienden por amplios rumbos del país, pero todavía campean por algunos de ellos los despilfarros, abusos y elevados costos que significan las burocracias legislativas y partidarias. Es urgente pasarlos, ya, por la despiadada báscula de la eficiencia antes de que, siguiendo con la experiencia recién pasada, se inicien tempraneras, alocadas e incontroladas campañas por el poder como ya se anuncia por ahí.