José Cueli
De campesinos y globalización
En época de la globalización el estudio del campo mexicano, la profundización del porqué de la tan sabida pobreza que se incrementa día a día con índices alarmantes es un problema apremiante y por demás complejo. Los intentos explicativos, económicos, administrativos, políticos, sociológicos e incluso la psicología ''adaptativa" son insuficientes para comprender la complejidad del campesino indígena.
El indígena, al dejar la noche campesina, llena de melancolía y misterio, de amargura y nostalgia, de creencias y magia, expulsado de su tierra y atraído por el espejismo de la ciudad (que poco tiene ya que ofrecer incluso para los citadinos), hechizado por el fuego asesino de las llantas viejas, se convierte muchas veces en vendedor citadino de todo y de nada; se le diluyen el recuerdo de las siembras y sus animales, soñar bajo los árboles y el frescor y el aroma de los pinos.
Al llegar a la urbe, los campesinos descubren que no pueden enfrentar su futuro. Se pierden en el tiempo y en el espacio, quieren ''llegar a ser alguien" pero pronto advierten que tienen escasas o nulas posibilidades. El campesino solo se siente seguro y aceptado, cuando es joven, por las pandillas. Prácticamente no tiene posibilidades de elegir en el área social, profesional, política o matrimonial. Con los años, capta que los demás no lo ven como él quisiera. El es delincuente, de acuerdo con las leyes, que lo excluyen. Su conducta no es comprendida por el sistema que lo condena a la marginación.
En la sociedad industrial globalizada, el púber requiere de 10 o 15 años para alcanzar su identidad. Pero para el campesino, las obligaciones y responsabilidades empiezan desde la infancia. Al llegar a la ciudad carece de un rol definido hasta en las más elementales situaciones cotidianas. No tiene cama propia, no hay horario fijo para las comidas, cambia de manera constante de ''casa", escuela, maestro, trabajo. Se le exige el mantenimiento de un hogar y la protección de la familia desde muy niño, situación que anhela para él mismo. Sus defensas son muy primitivas. Su lenguaje y su simbología no son comprensibles para los integrantes del sistema ni para los campesinos de otras culturas.
Cada uno organiza su lenguaje particular, similar al de los niños, global, gestual, corporal. Este lenguaje no se entiende porque además sus funciones cognoscitivas, desarrolladas para el campo, fallan en la ciudad. Sus modelos de identificación son figuras que reafirman y retroalimentan su raquítico mundo: boxeadores, futbolistas, luchadores, artistas de cine, que expresan golpes, empellones, canciones y vocerío, en los que priva el grito aguardentoso y el abandono como formas primarias de identificación. Actuar es la forma inicial de conducta, sustituida después por el alcohol. La figura materna proyecta un mundo de abortos, enfermedades infantiles, entierros, hijos en la cárcel o necesidad de conseguir dinero con urgencia para satisfacer necesidades básicas. Todo ello a costa del propio desarrollo y el de sus hijos. Figuras masculinas que aparecen y desaparecen sin contraer responsabilidad alguna hacia los hijos, que se alcoholizan para tapar el vacío y la desesperación.
Los signos del campesino en la ciudad son lo transitorio, lo inestable, las pérdidas, la imposibilidad de inserción en un sistema en desarrollo tecnológico. Al terminar su juventud, aquél no puede incorporarse a la sociedad ni al sistema. No encuentra su identidad y difícilmente la trasciende para vincularse con los otros. Sin la confianza en sí mismo no puede hacer frente y confiar en las relaciones con los demás, no puede afiliarse a grupos y menos cumplir con los compromisos sociales, económicos y políticos que trae aparejado lo que sería su adhesión a la colectividad. Lentamente se aleja y se aísla de los demás, se margina cada vez más y lo que empezó como una exclusión del sistema termina por ser una autoexclusión. Ni que decir de los índices de criminalidad y violencia en estos grupos que no hacen sino repetir, sin posibilidad de elaboración, duelos y pérdidas. Neurosis traumáticas transgeneracionales, simbologías distintas y pobreza, extrema pobreza, depresión y desesperanza. Y eso, ¿cómo se globaliza?