ISLA CANELA
Jaime Avilés
El otro sureste mexicano
1. DE IMPACTOS A IMPACTOS
Hace algunos millones de años, una piedra del cielo cayó en el mar y el golpe fue tan espantoso que modificó la posición de nuestro planeta sobre su propio eje. La consecuencia más conocida de este accidente fue un cambio climático brutal que provocó a su vez la extinción de los dinosaurios. Lo que yo no sabía es que el choque del meteorito contra la Tierra se produjo a escasos kilómetros de la costa de Yucatán, donde los siglos engendraron en el borde del cráter un maravilloso banco de corales. Pero hay más. Al tocar el fondo de lo que ahora se conoce como el Golfo de México, el asteroide compactó el subsuelo de la península y abrió grietas y boquetes por todas partes que, al entrar en contacto con el agua dulce de los mantos freáticos, se transformaron en cenotes.
Quien de todo ello me pone al corriente es don Pepín Menéndez Navarrete, el poeta del Paseo Montejo, uno de los personajes más entrañables de Mérida, cuyo hijo, Luis Fernando, estuvo preso un año y medio en Tuxtla Gutiérrez, desde que la policía y el Ejército lo detuvo en Taniperla, durante el "desmantelamiento", en abril de 1998, del municipio autónomo Ricardo Flores Magón.
Ahora Luis Fernando trabaja en Ocosingo, en el Centro de Derechos Humanos Fray Lorenzo de la Nada, y Pepín me invita a comer un boquinete en el pequeño puerto pesquero de Santa Clara, antes de iniciar un recorrido por el verde y aplanado litoral yucateco que terminará 50 kilómetros más adelante, cuando caiga el sol, frente al malecón de Progreso.
Nieto de Carlos Menéndez, fundador de El Diario de Yucatán, al que por mérito de su inmenso talento estaba destinado a dirigir, don Pepín fue expulsado del periódico en el curso de una oscura maniobra familiar, y al verse privado de una tribuna para expresarse, optó por escribir sus desacuerdos con el mundo en forma de sonetos, copiarlos en vistosas mantas y cartulinas, y colgarlos sobre las rejas de la casa que perteneciera a su padre, en la esquina del Paseo Montejo y la calle 45, una envejecida mansión colmada de libros de poesía.
Estamos aquí, hablando precisamente de poetas, cuando afuera, en el aire del verano que arde a 35 grados, se escucha de pronto un estruendo de hierros y cristales. Salimos a ver qué sucede y, al otro lado de la avenida, encontramos a un hombre que sangra junto a los restos de su motocicleta incrustada en una pared. Dos testigos nos informan que el jinete se proyectó contra el muro, desbocando el motor de su caballo y avanzando en línea recta con intenciones aparentemente suicidas. Cuando los paramédicos de la ambulancia le preguntan por qué perpetró semejante desatino, el herido protesta.
-Fue un engaño -afirma-. La culpa es de ese letrero...
Todos volteamos entonces hacia el rótulo que señala el moribundo y que en letras muy negras proclama: "Se traspasa este negocio".
2 .ACUERDO SALOMONICO
Hace algunos millones de segundos, esta página informó que el pasado 7 de marzo, por medio de un decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación, el gobierno federal ordenó la reubicación de la base naval y militar de la tabasqueña ciudad de Frontera, en el municipio de Centla. De ese cuartel, donde había cientos de marinos y soldados, la comunidad recibía una derrama económica de muchos millones de pesos al mes y en ella cifraba su subsistencia. La intempestiva decisión del presidente Vicente Fox armó una revuelta en la localidad y, por primera vez en su historia, todas las fuerzas políticas de Tabasco se unificaron para exigir que se revocara la medida. Y nunca más se supo nada.
Aprovechando que estaba en Villahermosa para cubrir las "elecciones" extraordinarias, en las que el candidato del PRI "ganó" la gubernatura por medio de un fraude repugnante, gracias al pacto de la vista gorda suscrito por Fox, Roberto Madrazo y los presidentes nacionales del PAN y del PRD, me he subido en un autobús una tarde de estas y he venido a Frontera a conocer el desenlace y refrescarme en geografía.
Frontera queda a la mitad del camino entre Villahermosa y Ciudad del Carmen, lugar al que por las inopinadas instrucciones de Fox iban a ser trasladados los marinos y soldados de la base. Pero no he tenido que preguntar mucho para saber en qué terminó el diferendo. Luego de las protestas colectivas de todos los partidos políticos de la entidad, la Secretaría de Gobernación gestionó un acuerdo salomónico. En aras del Plan Puebla-Panamá, pero también del equilibrio económico de la zona, el personal militar fue distribuido a partes iguales entre ambas poblaciones. Así, los comerciantes de Frontera verán reducidos sus ingresos en 50 por ciento y los de Ciudad del Carmen los incrementarán en una proporción bastante menor. Se trata, en suma, de una casi equitativa distribución de la pobreza...
3. ESTAMPAS DE CAMPECHE
El autobús dejó atrás las verdes planicies del atardecer en Frontera y continuó hacia el deteriorado y audaz puente que prolonga artificialmente la línea de la costa entre las petrolíferas aguas del Golfo de México y la Laguna de Términos. Mientras recorre la vasta sucesión de pilotes enclavados a contrapelo de las inquietas mareas, el camión disminuye la velocidad, marchando casi a vuelta de rueda y desafiando los inquietantes crujidos de la arquitectura que lo soporta.
-Uno de estos días -me dirá alguien más tarde en Ciudad del Carmen-, esa madre se va a caer y te vas a acordar de mí. No sólo es un puente mal hecho, lo que ya es gravísimo. Lo peor es que nunca le dan mantenimiento.
Todo en Ciudad del Carmen exhibe el rostro del abandono. Salgo de la terminal en busca de un hotel y caigo en los dominios de un niño descalzo, gritón y aterido, que da órdenes chapoteando en los charcos de la lluvia. Varias personas nos mojamos como él, esperando a que el pequeño monstruo demente nos consiga un taxi. Cuando llega el mío, me instala en el asiento trasero de un coche destartalado junto a un obrerito, muy joven, que acaba de bajar de una plataforma de Pemex.
-Hace tres días terminó mi turno, pero no podía salir porque retrasaron el pago. Hasta hoy ?se queja el muchacho?. Cada vez se tardan más en pagarnos.
El taxi lo deja en una colonia oscura, cerca de La Manigua, pero le presto escasa atención a sus quejas porque el vehículo se desplaza con rapidez a lo largo de una trama de calles absolutamente encharcadas. Las olas cubren las banquetas y lamen las puertas de las casas y de las tiendas. Cada vez que llueve, me cuenta el chofer, Ciudad del Carmen se inunda. Ubicada en el centro de la región que genera el mayor volumen de riqueza en el país, la población da una terrible sensación de pobreza. Cuando el auto se estaciona ante la fachada de un hotel gris, de luces tristes y amarillas, comprendo que si me apeo en ese lugar no podré salir a cenar más tarde. Y para enojo del taxista pido que me lleve de regreso a la estación de camiones, dispuesto a seguir de un tirón hasta Mérida.
Falta lo mejor todavía. La corrida que se ajusta mejor a mi hambre y a mis planes de sueño parte a las 22:30, en el XL de ADO, el servicio de "lujo", que vende la idea de "viajar por tierra con las comodidades del avión". Perfecto, me digo, compro el boleto, y salgo de nuevo a la lluvia en busca de una fonda con los minutos contados. Pico a toda prisa un picadillo exquisito, vuelvo a la terminal y comienza la espera. Traigo en la mochila un librito que me absorbe y me siento a leer diciéndome cada quince minutos que mi "jet" rodante se está retrasando. A la una de la mañana me pongo de pie y veo, con asombro, que ya no hay nadie, excepto unas veinte personas que se agolpan frente a la ventanilla donde una guapa muchacha campechana, con unos ojos atónitos, explica a sus clientes que nuestro camión se estrelló en Veracruz, pero que ya mandó el reporte a Villahermosa y que todo es ya cosa de unos cuantos minutos más, por lo que nos ruega "otro poquito de paciencia".
Transcurre una hora más y, de pronto, la gente estalla. Hay 12 camiones alineados en el andén y algo nos dice que la muchachita está ganando tiempo a fin de embarcarnos en el XL de "lujo" que zarpa a las seis de la mañana. Y entonces, empujando al tímido guardia que intenta contenernos, invadimos su oficina y organizamos un escándalo, mientras la hermosa empleada llama por teléfono a Tabasco y al Distrito Federal y llora porque nadie le contesta en ningún lugar del país.
Por último suceden dos cosas. Entran 15 policías antimotines, armados con unos arcabuces del tiempo de los piratas, y un funcionario con semblante demacrado nos informa que seremos transportados en una corrida especial, pero tenemos que cambiar nuestros boletos de "lujo" por los de primera clase, que marcan una diferencia de 24 pesos a nuestro favor. Aceptamos con gusto, desde luego, pero los policías opinan lo contrario y se acercan a pedirnos que subamos a las camionetas en que nos llevarán a la delegación.
Cuando el merequetengue se resuelve, me entregan un boleto para el asiento número 22. Subo al autobús con el resto de los amotinados y resulta que no se trata, como nos habían dicho, de una corrida especial, sino de un camión de paso. En el puesto que me corresponde hay una anciana dormida con la boca abierta, cubierta con una toalla, pero descubro dos butacas vacías en la parte de atrás, encima del motor y junto al baño. No le hace, me digo. Voy, me instalo, pero el garrotero me suplica que ceda ese lugar a una campesina con tres niños sonámbulos, y entonces me conduce al asiento número diez. Antes de apoltronarme en ese hueco, un hombre se adelanta y deposita un cuadrado maletín de cuero para "ganarme", según él, la última butaca disponible. Para su desgracia, la gente que sigue envalentonada le aconseja que desista y se lo dice muy pero muy en serio...
A las nueve de la mañana, cuando llegamos a Mérida, entrego la contraseña para recoger mi mochila, pero el número coincide con la de una glamorosa maleta cuya dueña, una señora floral, contempla con horror mi sucio equipaje que el garrotero se obstina en atribuirle.
-¿De dónde vienen? -pregunta el hombrecito.
-De Campeche -contesta la dama.
-Ah, bueno, ja... Eso lo explica todo.
Y entonces, finalmente, entro en Mérida como en la carne de una novia dulce, espléndida y amada.
4. LUTOS DE MERIDA
Más allá del barrio de Santa Lucía, donde navegan contra el tiempo los bares que aún cultivan la deliciosa trova yucateca, más allá de los suntuosos palacios del Paseo Montejo, del esplendoroso atrio de su catedral, de su ritmo apacible, Mérida se prolonga en calles y casas donde el deterioro no oculta su vigencia. Ciudad de un solo piso, vacía de fábricas, la capital de Yucatán muestra las consecuencias de la política de pleno empleo que Víctor Cervera Pacheco impulsó durante diez años mediante la construcción incesante de carreteras. Y ahora que el atrabiliario cacique se ha ido, poniendo la cosa pública en manos de un joven panista que llegó al poder con el compromiso de ocultar a toda costa la profunda corrupción de su gobierno, todo está paralizado y los despidos de la burocracia, el cierre de las maquiladoras y el caos de las finanzas públicas ayudan a entender por qué, en los ocho incompletos meses de este año, 60 personas, jóvenes en su mayoría, han decidido suicidarse por causas que dejan abiertas inmensas preguntas...