LUNES Ť 20 Ť AGOSTO Ť 2001

REPORTAJE

Emporio en la frontera norte del Plan Puebla-Panamá

El Istmo de Tehuantepec, clave para la competencia interimperialista de EU

CARLOS FAZIO /I

Ťteotitlan-istmo-oaxacaEl eje Coatzacoalcos-Salina Cruz es la apetecida frontera norte del Plan Puebla-Panamá, megaproyecto subregional imperial y de conquista de cuño estadunidense, cuya paternidad se adjudica sin rubor el presidente Vicente Fox. Ambas terminales marítimas, ubicadas en el Golfo de México y sobre el océano Pacífico, respectivamente, son, a su vez, los dos polos del Istmo de Tehuantepec, cuya importancia geopolítica, derivada de su excepcionalidad como potencial puente comercial interoceánico, fue tempranamente destacada por Hernán Cortés en sus cartas al emperador Carlos V.

En torno de ese corredor transístmico, considerado por el Congreso mexicano una zona estratégica para la salvaguarda de la soberanía y seguridad nacionales, el gobierno de los empresarios que administra Vicente Fox y sus patrocinadores foráneos pretenden erigir una zona económica exclusiva al servicio de las corporaciones multinacionales. Con ello, esa área geopolítica -que servirá para comunicar los tres megamercados del mundo industrializado (Asia, Europa y Norteamérica)-, quedará bajo control de intereses supranacionales, con el apoyo del nuevo Estado interventor oligárquico de Vicente Fox, lo que agudizará la "inserción de corte colonial" de México, su economía, su mercado y sus recursos naturales en la gran estrategia estadunidense por lograr un posicionamiento global ventajoso en la competencia interimperialista con las naciones de Europa comunitaria y Asia (Japón), y frente a las nuevas potencias emergentes: Rusia, China, India.

La "teoría de la estabilidad hegemónica", tal como se aplica hoy a la economía política mundial, define la hegemonía como preponderancia de recursos materiales. Los poderes hegemónicos deben tener control de las materias primas, de las fuentes de capital, de los mercados y ventajas competitivas en la producción de bienes de valor elevado. Tal teoría sugiere que una combinación de control y liderazgo por parte del hegemón facilita los sistemas de "libre comercio". Para mantener la estabilidad, se requiere una gran concentración de poder en el hegemón. Hoy, el poder hegemónico lo sigue asumiendo Estados Unidos, quien pretende convertir "su ley" en ley mundial.

Política imperialista

La vocación por el bandidaje internacional de quienes gobiernan Estados Unidos está sustentada en una doctrina racista y en una cultura violenta con base en una pretendida "herencia divina" que, aseguran, les invistió de un "destino manifiesto" que les faculta para dominar el orbe y saquear y apoderarse de los recursos naturales de otras naciones. Lo que la cancillería estadunidense ha llamado la Doctrina Monroe (1823) es una declaración unilateral de carácter proteccionista, que desde entonces ha invadido la jurisdicción soberana de las repúblicas latinoamericanas. No sin cinismo, el monroísmo es asumido por Estados Unidos con la fuerza de un tratado internacional.

En 1904, el presidente Theodore Roosevelt -creador de la política del "gran garrote" y de la "diplomacia del dólar"-, dijo que "la adhesión a la Doctrina Monroe puede forzar (a Estados Unidos), aun contra su voluntad, a ejercer la política de policía internacional". En 1908, el canciller Elihu Root (abogado de la United Fruit Company) declaró: "La intervención se justifica como política de Estados Unidos cada vez que se trate del capital de sus ciudadanos". Root vaticinó: "Es cuestión de tiempo para que México, la América Central y las islas que no poseemos en el Caribe, queden bajo nuestra bandera". En 1912, el presidente William Taft dijo: "La intervención se justifica cuando se hace necesaria para garantizar el capital y los mercados de Estados Unidos". Otro abogado de la United Fruit, el canciller John Foster Dulles, declaró en 1956: "Los intereses de la General Motors coinciden con los de Estados Unidos". Meses más tarde pontificó: "Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses". Muchas veces, en América Latina esa política imperialista se consumó mediante intervenciones militares: Guatemala, 1954; Cuba, 1961; Santo Domingo, 1965; Chile, 1973; Granada, 1983; Panamá, 1989. México, en el siglo xix, perdió más de la mitad de su territorio.

Antecesores del "visionario" Fox

La importancia del Istmo de Tehuantepec como canal de comunicación interoceánica fue destacada por Hernán Cortés y el barón Von Humboldt. En 1824, recién constituida la nueva República, un decreto instruyó la construcción de una vía que enlazara los océanos Atlántico y Pacífico. Junto con Panamá y Nicaragua -las otras dos "cinturas" de las Américas-, el Istmo de Tehuantepec se constituyó en una región estratégica por razones militares y comerciales, anhelada por las potencias de la época, Inglaterra, Francia y Estados Unidos.

Desde entonces también, y a la par de los estudios técnicos y las negociaciones diplomáticas, la intriga y la corrupción acompañaron a la historia del istmo, como parte de un juego de intereses geopolíticos entre los países que se disputaban la hegemonía comercial y militar del mundo. Era la época del auge del colonialismo y la Unión Americana comenzaba un proceso expansionista implacable. De la mano del "destino manifiesto", Estados Unidos incrementaba su territorio con anexiones, compras, colonización, invasiones o "concesiones". Eran tiempos de cañoneras y protectorados, preludio de repúblicas bananeras.

Los apetitos de Estados Unidos por el Istmo de Tehuantepec se manifestaron de manera pública a mediados del siglo xix. Luego de varios intentos fallidos para construir una vía interoceánica, en 1842 el presidente Santa Anna otorgó la concesión a un particular, José de Garay. En 1846, el presidente estadunidense James Polk declaró la guerra a México. Su ejército invadió el territorio mexicano y un año después, tras firmarse un armisticio, el secretario de Estado Buchanan, con criterio de vencedor, demandó el derecho de libre tránsito de los ciudadanos, tropas y mercancías estadunidenses a través del Istmo de Tehuantepec. Para entonces, José de Garay había vendido sus derechos a la compañía inglesa Manning, Mackindtoch & Schneider, que poco después los transfería al banquero neoyorquino Hargous. Un grupo de ingenieros estadunidenses llegó a Veracruz para supervisar los trabajos practicados, mientras en Nueva Orleans se celebraban reuniones donde se discutía sobre el "negocio" de Tehuantepec y la construcción de una línea férrea en el istmo.

Aduana del Congreso de EU

En 1858 se creó la Louissiana-Tehuantepec Railroad Company, cuyo presidente, LaSere -según consigna Leticia Reina-, era íntimo amigo del "negociador" Robert M. McLane, representante plenipotenciario de Estados Unidos en México, quien junto con Melchor Ocampo, canciller de Benito Juárez, suscribiera en diciembre de 1859 el Tratado de Tránsito y Comercio entre México y Estados Unidos que comprendía la zona del Istmo. Juárez rechazó la presencia de tropas estadunidenses, pero el tratado, aunque firmado y protocolizado, nunca logró pasar la aduana del Congreso en Estados Unidos. La compañía empezó a hacer viajes de Nueva Orleans a San Francisco. Los vapores salían de Nueva Orleans a Minatitlán y de ahí se internaban por el río Coatzacoalcos hasta Xuchi. Después seguían por tierra hasta La Ventosa, cerca de Salina Cruz, donde embarcaban rumbo a San Francisco.

En 1871 un informe oficial del capitán de la Marina estadunidense Shufeld, hizo hincapié en las ventajas comerciales y de logística militar naval (para el paso de armas y tropa) del Istmo de Tehuantepec, el más cercano a Estados Unidos y la distancia más corta para unir los puertos del Atlántico y del Pacífico. El famoso proyecto "Eje del Comercio Mundial", de Corthell y Matías Romero (1875-1888), recuperó los argumentos de Shufeldt y ponderó el carácter geopolítico del istmo como la ruta más directa para el comercio entre Europa y oriente. Ambos informes, con una proyección que recupera hoy el Plan Puebla-Panamá, argumentaban que la construcción de una vía en el Istmo de Tehuantepec significaba hacer una extensión del río Mississippi en el océano Pacífico. Lo cual, en caso de guerra, convertiría al Golfo de México en un "lago estadunidense" que impediría el paso a los enemigos.

En 1879, con aprobación de congresistas en Washington, el ingeniero civil James Eads presentó a la Cámara de Comercio de California un proyecto sobre la construcción de un ferrocarril de 12 vías para transportar buques a través del Istmo de Tehuantepec. Frente a todos esos proyectos de corte imperial, basados en consideraciones militares y necesidades de exportación-importación estadunidenses, el Congreso de México antepuso siempre la conservación de la neutralidad del paso interoceánico y la soberanía sobre el territorio.

Durante el porfiriato, cuando se abrieron las puertas al capital extranjero, el istmo no fue la excepción. En 1907, con la sangre aún fresca de los indígenas de Acayucan, Veracruz -quienes al verse despojados de sus tierras se alzaron en armas contra el supremo gobierno-, el general Porfirio Díaz inauguró el Ferrocarril de Tehuantepec, con una longitud de 310 kilómetros. La ruta fue construida con capitales de la empresa inglesa Pearson and Son Ltd. Se concluyeron también los puertos de Coatzacoalcos y Salina Cruz, y la primera refinería del país en Minatitlán, Veracruz. No obstante, debido a la Revolución Mexicana y a la inauguración del Canal de Panamá, en 1914, el sueño del emporio istmeño se desplomó. Tehuantepec dejó de ser un "negocio".