LUNES Ť 20 Ť AGOSTO Ť 2001

Ť Alberto Dallal

El Ballet Nacional en Bellas Artes

La reciente presentación del Ballet Nacional de México en el Palacio de Bellas Artes indica la necesidad de que ciertas obras y compañías mexicanas, que requieren de producciones en serio, tengan más oportunidades anuales de usar el máximo escenario nacional. Dos re-montajes de obras de Guillermina Bravo comprueban la sólida preparación de los bailarines de la nueva ola, así como las exactas estructuras coreográficas que hacen paradigmático el talento de la Señora. Sobre la violencia vuelve a expresarnos algo de los más recónditos instintos del hombre y la mujer, un impulso que no logra dominar la especie mediante tramas culturales; sucesivos dibujos en línea, personajes-modelo, la coreógrafa llena todo el espacio mediante compactas agrupaciones, oblicuos desplazamientos, agresiones frente a frente, dancísticas luchas cuerpo a cuerpo, dúos sorprendidos, pas de troix masculinos. La violencia es, bien iluminado, cierto desequilibrio de seres en el espacio.

Constelaciones y danzantes, en cambio, nos dice que el ser humano es carne y cosmos, armonía de miembros eminentes, presente y pasado ancestral, energía y partícula. El hombre y la mujer, sentido del universo, llenos asimismo de música, irrumpidos por aquello (cuerpos en vilo): lo indígena. A-histórica, Constelaciones... es, a todas luces, actual. Nos preguntamos si estas experiencias de reposición sientan por fin las bases para la legitimación de un indispensable profesional de la danza de concierto: el ensayador o "montador", aquel que no sólo guarda la memoria coreográfica sino que la realiza en legítima defensa de sus rasgos originales más preciados y exigentes. ƑQuién es éste en el BNdeM; o se trata de un trabajo colectivo aún dirigido por Bravo?

Por su parte, los Cuatro solos y un accidente de Jaime Blanc son, en sentido estricto, cuatro interesantes, muy pensados "monólogos" melodramáticos, hechos para que, a la mitad del escenario, apoyados tan sólo por una silla e iluminación quasi cenital, luzcan los bailarines a sus anchas. Aprovechan mejor la oportunidad Jeannie Baker, con sus movimientos suaves, ondulaciones asequibles, un cuerpo maravillosamente preparado, baila como si estuviese alguien a su lado; y Raúl Almeida, quien se roba los trazos y los prerrequisitos: manejar del espacio, esencializar el papel: actúa de frente, gesticula, posa, se inventa resistencias a la sobriedad, dinamiza gestos casi imperceptibles, extrae movimientos conducidos a la más firme expresividad, todo son sutilezas de ducho, experimentado bailarín...

Equilibrando los efectos de su Alabanza (verdadero negrito en el arroz del nítido programa: endeble estructura, excesiva narración para llenar música, sobamiento pseudo religioso para un final efectista), Luis Arreguín estrena un solo firmemente concebido y tratado en el espacio, a todas luces hecho para que Citlali Zamudio mida y pruebe sus capacidades y capacitaciones: Sin salida. La música de Istuan Marta (popular escocesa, de consistencia trágica, por momentos esperanzadora), una cuerda de nudos armónicos (racionalidad, señal, conducto hacia lo alto) , iluminación funcional, quiebres de muñeca y coyunturas, esbozos de neoexpresionismo a lo Wigman, espalda que hace bailar a la respiración y a los huesos de la columna vertebral, una concha de mar (sexo, recuerdo, símbolo, fantasma para un dúo imposible), malabares reptantes, angustiados sacudimientos aéreos: todo se hace convergente en una impecable danza de Zamudio. El espectador, ante tantas intensidades, no requiere de imaginación; con su debido respeto y atención, todo se desenvuelve artística, fervorosamente ante su vista.