LUNES Ť 20 Ť AGOSTOŤ 2001
Ť José Cueli
Fermín el sabio
Esa tarde del Corpus de 1945 en la Plaza de la Real Maestranza de Sevilla, en la que con seis toros de Manuel González torearon Fermín Espinosa Armillita, Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez -Pepe Lui-, el mexicano al torear el cuarto de la tarde dejó pasmados a los sevillanos y a sus alternantes.
Cuenta don Rafael Ríos Mozo -Los intelectuales y el toreo- que el toro era uno de esos que se lidiaban antes de la guerra; músculos y descomunales pitones en continuo movimiento y la idea de coger lo que se pusiese por delante. Así tomó las varas con dificultad, pues no era bravo, pero si manso con casta y peligro y luego los banderilleros pasaron grandes dificultades para cumplir su cometido.
Armillita se plantó retador frente a don Juan Belmonte, ídolo de Sevilla e iniciador del toreo moderno, y le brindó la faena con la certeza de hacer algo memorable, y después de aquel brindis tan comprometido se enfrentó al difícil toro. Se dobló con él, en unos pases que hacían crujir los huesos del burel, acabando su fiereza y domeñando esa casta que tanto pavor sembró en el ruedo.
Armillita transformó la aspereza en suavidad, el continuo bamboleo de aquellas astas que llevaban en sí presagios de muerte, en la entrega total a aquella muleta manejada por el maestro de Saltillo, que había dado en el ruedo sevillano una lección de ciencia torera, sin necesidad de adornos, ni derechazos por la peligrosidad del toro, al que después de rematar los últimos pases y sin dejar que se repusiera, lo estoqueó en todo lo alto.
Por una de las lidias más perfectas de la historia del toreo, Armillita recibió las dos orejas y el rabo a una faena de "ciencia", bastante más emocionante, meritoria y torera que ese citar a pitón pasado moderno a borregones descastados que muchos consideran la suma de la perfección y el valor.
Todo esto me venía a la mente en ocasión de la despedida de Miguel su hijo en el histórico ruedo, este miércoles, en donde aún resuenan los doblones por debajo de la pala del pitón de Fermín el sabio... y la novillada difícil, áspera, musculada -lástima de pitoncitos, descaradamente manipulados del quinto- de don Manuel de Haro, con la que los novilleros no tenían ni idea.