martes Ť 21 Ť agosto Ť 2001
Marco Rascón
ƑLa reforma política global?
Seguramente cayó en manos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial algún texto de Jesús Reyes Heroles, lo cual les permitió descubrir el hilo negro del control político: convocar para dividir, legalizar a unos e ilegalizar a otros, porque, como diría el ideólogo priísta de la reforma política de 1977: "todo lo que resiste, apoya". De ahí la decisión de abrir un "diálogo" con los globalifóbicos para acordar con ellos un marchódromo y reglamentar sus manifestaciones.
La reforma política de los globalizadores dirigida hacia los globalifóbicos a través del otorgamiento del "diálogo" no sólo es una aportación mexicana por la cual deberíamos cobrar derechos, sino una noticia que permite recordar viejos escenarios políticos, ya clásicos, de la mediatización y el control de oposiciones.
El primero de ellos es el triunfo de los globalizadores más políticos y pragmáticos que desean tomar por los cuernos las protestas globalifóbicas. De nuevo y por sentido común, la decisión del FMI-BM venció el orgullo de los globalizadores más intolerantes que consideraban que toda protesta es minoritaria e intrascendente; ganaron bajo la condición de que una buena propuesta de "diálogo" es la mejor medicina para anestesiar; de que una buena "apertura" puede ser la mejor táctica contrainsurgente contra el amplio arco iris de la globalifobia. En una demostración de eficiencia el anzuelo que lanzaron FMI-BM no constituye una muestra de tolerancia, sino que es más bien una ofensiva contrainsurgente que buscó prevenirse del desarrollo propio de las protestas que se dan en las calles, pero sobre todo en las ideas y las alternativas.
El objetivo de la propuesta es poner a los Attac a la defensiva y dar trato distinto a una misma protesta, lo cual divide de tajo al movimiento haciendo surgir las primeras corrientes al interior de los globalifóbicos, nacidos en las calles del Primer Mundo. La meta es reconocer a los globalifóbicos, crear liderazgos y darles un espacio para controlar su desarrollo antes de que éstos construyan políticas mundiales de alternativa y resistencia.
El segundo escenario es la pretensión de los globalizadores de crear un interlocutor para negociar las próximas protestas y reglamentar las marchas, bajo el pretexto de conjurar situaciones como las que se presentaron en Génova, incluido el asesinato del estudiante Carlo Giuliani.
El tercer escenario es apelar a la parte más lúcida de los globalifóbicos, representada por los cuatro que demandaron ese diálogo (Cambio Global, Trabajos con Justicia, 50 años es Suficiente y Acción Imprescindible) a fin de aislar el anarquismo y a los grupos marginados de cada ciudad sede que, por su misma condición, tienen un nivel de enfrentamiento callejero.
El FMI y el BM lanzan la propuesta de diálogo sabiendo que eso dividirá a los globalifóbicos. Lo hacen pensando en legitimar un tipo de protestas que deslegitiman otras, que conducen a escenarios de gran impacto como fue el de Génova. Lo hacen buscando que "un diálogo" y las discusiones para llegar a éste sustituyan el protagonismo de las protestas sociales y coloque a todos bajo el dominio de una representación que surgirá de las cuatro organizaciones consideradas articuladoras de las protestas. Es decir, el FMI y el BM han decidido construir un partido de oposición global para tener un interlocutor que sustituya las protestas mismas, consideradas hoy sin cabeza.
La advertencia podría parecer una defensa a ultranza de las formas anárquicas, sin embargo, esto considera que las expresiones de repudio a la pretensión de decisiones globales y cupulares de los países poderosos son una demostración de que el mundo no va por buen camino y que la injusticia económica se profundiza; por tanto, toda iniciativa de representación que pretenda sofocar o coartar las iniciativas populares causará gran daño a la lucha por encontrar alternativas a la globalización imperialista; si las protestas de hoy son deslegitimadas y divididas, esto podría abrir otros caminos.
La iniciativa del FMI y el BM es un intento de reforma política imperialista para convertir las protestas de amplia convocatoria en oposiciones institucionalizadas y, por ende, cooptadas, pues el mundo valora las protestas y les asigna un valor, porque representa el rechazo genérico. En ese sentido, la necesidad no es tanto ser reconocidos por los globalizadores, sino que esa expectativa mundial en torno a las protestas tenga una perspectiva concreta para saber hacia dónde dirigir los esfuerzos en cada país, sea frente a cada gobierno o el trasnacional.
En homenaje a la nacionalidad de quien dio la idea, los globalizadores deberían sesionar en la ciudad de México, porque aquí encontrarían mucha experiencia en el control de oposiciones y hallarían la manera de que una revolución democrática amplia, con grandes movimientos y expectativas, se convierta en la la jauja de unos cuantos operadores que viven de prerrogativas.