miercoles Ť 22 Ť agosto Ť 2001

José Steinsleger

Todos estamos bien

Chile se ha convertido en la meca de los políticos que con estilo afectado quitan peso a las palabras. De raíz araucana, el chilenismo "meca" admite en el diccionario acepciones distintas a la de "centro importante de determinada actividad". También quiere decir otra cosa... Pero en la región andina, el vocablo "chuchumeca" se usa para señalar a la persona ruin y en Ecuador es sinónimo de político arribista.

La decimoquinta reunión cumbre de presidentes que acaba de concluir en Santiago de Chile (Grupo de Río), convocó a cientos de "chuchumecas". La mayoría de ellos ostenta una representatividad que al oscilar entre la ética y el crimen, apenas consigue disimular su desorbitada avidez de poder y de dinero en medio de sociedades abrumadas y embrutecidas por la insensibilidad "democrática".

El documento central de la agenda se denominó La sociedad de la información, e incluyó algunas flores para la democracia y los derechos humanos. Soledad Alvear, canciller de Chile, dijo: "lo importante es que seamos capaces de ver cómo hacemos frente a las amenazas en torno a la globalización en beneficio de nuestros países".

En consecuencia, se esperaba que el país anfitrión informase acerca del estado del juicio a Pinochet (declarado "loco" por la Corte de Apelaciones), emitiese opinión con motivo de la liberación en Miami de José Dionisio Suárez Esquivel (homicida del ex canciller Orlando Letelier), reclamase solidaridad con el juez Juan Guzmán (quien lleva la causa contra el tirano y mereció sanciones por haber aceptado una distinción del Colegio de Abogados de Barcelona) y explicar por qué la justicia chilena considera "inadmisibles" las peticiones de Argentina para avanzar en el caso del general chileno Carlos Prats, asesinado en Buenos Aires en 1976.

A su vez, el canciller argentino, Adalberto Rodríguez, podría haber expuesto las causas por las que fue liberado el multiasesino Alfredo Astiz tras rechazar sendos pedidos de extradición girados por Francia e Italia. Y el de Uruguay, Didier Opertti, hubiese manifestado su indignación por la negativa de las fuerzas armadas a entregar a los militares José Gavazzo, Jorge Silveira y Manuel Cordero y al policía Hugo Hermida, acusados por tribunales argentinos.

En tónica similar, el presidente Alfonso Portillo (Guatemala) hubiese reconocido que en su país el general genocida Efraín Ríos Montt ni siquiera puede ser juzgado por alterar un impuesto para gravar licores; el presidente Luis González Macchi (Paraguay) hubiese actualizado la situación de los dictadores Alfredo Stroessner y Lino Oviedo, en el exilio dorado brasileño; la presidenta Mireya Moscoso (Panamá) hubiese alertado de que el terrorista cubano Luis Posada Carriles está listo para huir de la cárcel donde está detenido y el presidente Francisco Flores (El Salvador) podría haber lamentado la absolución en Estados Unidos de los generales José Guillermo García y Eugenio Vidal Casanova, responsables del asesinato de las monjas de la orden Maryknoll y encubridores del asesinato del obispo Arnulfo Romero y de la masacre de El Mozote (Morazán), donde murieron 600 personas, la mitad niños de seis años.

Por motivos de "soberanía" (?) nada de eso ocurrió. En cambio, se suscribió una declaración que metaboliza el genocidio y avala el llamado "intervencionismo humanitario" con implícita dedicatoria a Cuba: "ni la falta de desarrollo, la hostilidad externa, el ostracismo internacional ni las particularidades culturales pueden usarse como pretexto para justificar las limitaciones a los derechos humanos...".

Después de la "fiesta democrática", las cosas volvieron a la normalidad. En Colombia, el presidente Andrés Pastrana firmó la ley que otorga poderes judiciales a las fuerzas armadas. Y en Argentina empezó el operativo Cabañas 2001 en la pauperizada provincia de Salta, maniobras en las que participaron ocho países latinoamericanos y mil 300 soldados del Pentágono.

La esencia del discurso globalizador consiste en decir "todos estamos bien", como en la película de Giuseppe Tornatore (Stanno tutti bene), en la que Marcelo Mastroianni representa el papel de un padre que prefiere engañarse ante el triste destino de sus hijos.

Todos estamos bien. En boca de Edipo ciego, en la miseria, cansado y cargado de pesares la frase manifiesta la grandeza de su alma. Pero la misma frase cobra un sentido muy distinto en boca de un joven o anciano burgués satisfecho. "A pesar de mis desdichas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me inducen a hallar que todo está bien", escribió el escritor fascista Henri de Montherlant (Carnets, 1938).

Stanno tutti bene. Al recibir a la comitiva presidencial de México, el alcalde pinochetista de Santiago, Joaquín Lavín, sintetizó el espíritu del nuevo tiempo latinoamericano: "los chilenos están muy compenetrados en la cultura mexicana... Los jóvenes chilenos crecieron viendo El chavo del ocho". Es verdad. Hacia allá nos conducen: a la meca.