MIERCOLES Ť 22 Ť AGOSTO Ť 2001

Tres noches de magia india en Bellas Artes

PABLO ESPINOSA

Luego de la noche dueña del alma del austriaco Gustav Mahler y escanciada a todas las mentes, los corazones enteros de los afortunados bellasartianos la noche del sábado, Zubin Mehta alargó el placer durante dos noches más en Bellas Artes -las del domingo y el lunes- en una sucesión de maravillas que se pueden concentrar en la siguiente imagen:

Estamos en el clímax de la partitura de Nikolai Rimski Korsakov que lleva el nombre de una belleza: Scherezada. El punto de unción de los cuerpos en que ha devenido la música es un sistema mágico de esferas. Es el momento en el que las palabras ya no dicen y el instante en el que la música lo dice por completo todo. Es la hora de la mirada simple.

Zubin Mehta es entonces, al mismo tiempo, un corpulento colibrí porque se mueve tan rápido, al igual que la montaña, que no se mueve. También es un gladiador hindú extraído de una versión escénica del Mahbarata dirigida por el mismísimo Peter Brook. Mejor: es un tigre de bengala blanco que hipnotiza, en el instante en el que lanza el cuerpo entero hacia el objeto de su amor y sin moverse de su sitio, simplemente en el gesto humano del movimiento a punto de nacer. Se abalanza sobre la orquesta, desde las alturas de su podio, sin moverse. Lo único que viaja es el pensamiento, la mirada: dos fanales encendidos bajo el techo de las flechas de sus cejas.

Es, pongámoslo de otra manera, la intersección exacta de dos libros con las hojas abiertas y como si fueran alas de una mariposa que necesita completarse con el otro, entrecruzan sus extremidades de la misma manera como los amorosos juegan a enlazarse con sus brazos, con sus piernas. ƑCuáles libros? Las Mil y una Noches y el Rig Veda. Porque la verdad no está en uno, sino en muchos sueños.

Nueve pensadores de sonido

La verdad está ocurriendo así: durante tres noches consecutivas, Zubin Mehta hizo realidad el mundo según nueve pensadores de sonido, nueve compositores europeos, tres de los cuales son austriacos, tres de ellos decimonónicos y seis emblemas del siglo XX.

El eje austriaco: luego de la primera noche, la de Mahler (La Jornada, 20/08/01), el concierto del domingo eslabonó el pensamiento revolucionario del jefe de la Segunda Escuela de Viena, Arnold Schoenberg, con uno de los momentos capitales de la gira mexicana de la Filarmónica de Israel, la ejecución de la Sinfonía de Cámara opus Nueve del continuador, maestro de escena de la realidad, del legado mahleriano.

La segunda parte fue el agasajo entero: la Novena Sinfonía, La Grande (La Glande, diría Cabrera Infante, y Bustrófedon completaría: la Sinfonía Prepucio) del enorme panzoncito Franz Peter Schubert. Viena en el corazón, la coreografía de Maurice Bejart en el imaginario. Y al final un par de encores bonitos: El murciélago (šsantas piezas de regalo, Batmanš) del bigotudo Johann Strauss y enseguida una polka schnell (rápida, pues) de su hijo del mismo nombre y similar bigote: la Polka Trisch Trasch. Y ahí fue donde la polka torció el rabo.

Durante la noche última de tres, ocurrió en Bellas Artes otro de los momentos más interesantes musicalmente de la gira de la Filarmónica de Israel: la puesta en vida de El mandarín milagroso, del húngaro (Pez) Bela Bartok. Enseguida, James Cox dio patada e idem con la parte solista del Concierto Uno para Corno de otro Strauss, el alemán de nombre Richard y para completar el panorama a toda orquesta, Scherezada, de Rimsky, además de una piecesita como encore, bis o ñapa: un fragmento valseado de El Lago de los Pavos (en Rusia: Cisnes) de Chaikovski.

Fueron tres noches de magia india con la excelencia musical israelita y los inefables gestos de la fauna que suele acudir a esos conciertos solamente para tener de qué hablar ''en sociedad", en contraste con el gesto en estado de gracia de la minoría melómana, que la hay, es mucha y digna.