MIERCOLES Ť 22 Ť AGOSTO Ť 2001

Javier Aranda Luna

ƑEl malestar en la cultura?

Una de las peores crisis del mundo editorial mexicano ocurrió entre 1987 y 1988. El 5 de marzo de este último año La Jornada dio cuenta de una industria editorial sin recursos, sin novedades, sin traducciones. Apenas resultaba apta para reimprimir. La situación era tan difícil que para publicar los últimos libros entregados por Octavio Paz al Fondo de Cultura Económica fue necesario que su director, el poeta Jaime García Terrés, y otros funcionarios prestaran su aguinaldo para asegurar la impresión de las obras. Publicar a jóvenes escritores, en esos años, más que una locura era la vía corta del suicidio editorial.

En 13 años la situación cambió radicalmente. Ahora se pueden comprar libros importados y nacionales en puestos de periódicos, supermercados, cafeterías, restaurantes, hoteles, tiendas departamentales y hasta en los vagones del Metro. Nuestras librerías son espaciosas, están bien surtidas y algunas cuentan con secciones de novedades extranjeras donde podemos conseguir, incluso, libros de autores mexicanos. Ese cambio es producto de la globalización del mercado.

Y es gracias a ese mercado internacional del libro que ahora les tocan la puerta a nuestros autores para publicarlos en el extranjero. Laura Esquivel, Jorge Volpi e Ignacio Padilla son tan conocidos en el mundo como escritores contemporáneos árabes, africanos, chinos o japoneses lo son en nuestro país.

Nunca ha habido un intercambio bibliográfico más intenso que ahora. Los libros circulan por tantas partes y son tantos sus temas que su sola presencia podría augurar un gran debate cultural. Desgraciadamente no es así; no, al menos, como podría esperarse. Existen muchos libros, nos advierte Neil Benton, director de Granta Books, pero muy pocas ideas. Es verdad, y eso es producto de la economía de mercado.

Conviene recordar que los estándares del mercado se resumen así: la calidad de un producto depende de su éxito de venta. Por eso, en materia de libros, el ideal es el bestseller: el libro que es gloria de hoy y polvo de pasado mañana. Son productos efímeros marcados por la moda. No digo que todos los libros publicados ahora carezcan de calidad, sino algo más sencillo: que la mayoría no fue publicado por un criterio literario sino mercantil.

La crítica literaria no ha sido ajena a ese fenómeno. La razón es sencilla: muchas veces ni es crítica ni es literaria. Con frecuencia tengo la impresión de que el gusto literario se define en los departamentos de publicidad de las grandes editoriales, más que en la lectura de los libros. Quizá por ello surjan genios literarios cada seis meses y obras fundamentales cada tres.

Hoy la presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Sara Guadalupe Bermúdez, dará a conocer el plan de cultura del actual gobierno. Una de sus columnas será, según ha dicho, la promoción de la lectura. ƑCuáles serán los criterios para hacerlo? ƑCuáles las obras imprescindibles de cada biblioteca? ƑSe incluirán las obras de Fuentes, Saramago, García Márquez en los planes de estudio? ƑTendrán cabida los libros de superación personal? ƑIncluirán en las bibliotecas infantiles los libros de Harry Potter? ƑSe hará justicia al fin a El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán, ese clásico hispanoamericano sólo comparable al Pedro Páramo de Juan Rulfo, inconseguible hoy en librerías?

Ojalá no persistan en esa apuesta por la lectura los criterios del mercado. La idea es, me parece, formar lectores y no clientes; llevar, a quienes no los tienen, libros, no productos. El escritor Augusto Monterroso lleva años diciendo una verdad que, por desgracia, pocos escuchan. Cada vez que alguien se queja del precio de los libros él, invariablemente, dice que los mejores, los que valen la pena, son los más baratos. Tiene razón: los clásicos son los libros más accesibles. No necesitan reimpresiones económicas porque ya existen, ni campañas de publicidad ni presentaciones. Ojalá los libros que pongan a circular animen la mesa de la cultura. Ojalá la apuesta sea por el lector y no por el mercado.