MIERCOLES Ť 22 Ť AGOSTO Ť 2001

Ť El escritor cubano promueve en México su nueva obra La noche del aguafiestas

Un artista debe tener lucidez para entender su obra, no traicionarla y resistir, asevera Arrufat

Ť Los poetas mantenemos una obsesión por las palabras y su misterio, indica

CESAR GÜEMES

Nueve años en los bajos de la biblioteca municipal de Marianao, empaquetando revistas, sin posibilidad de recibir llamadas telefónicas y mucho menos de publicar, no acabaron con la vena creativa de Antón Arrufat. Al contrario, la carrera literaria que había empezado con poemarios como En claro, Repaso final o Escrito en las puertas, y piezas dramáticas como Teatro y Todos los domingos, continuaría después de que fue sometido a un proceso de ''rehabilitación'' luego de dar a conocer en 1968 su obra Los siete contra Tebas, que al mismo tiempo le ganó un premio nunca recibido y la exclusión de la cultura de su natal Cuba. Al despuntar los años ochenta, con varios libros inéditos, salió a la superficie literaria y llegaría, el pasado año 2000, a recibir el Premio Nacional de Literatura. Está de paso en México para presentar hoy su nueva novela, La noche del aguafiestas (Alfaguara), durante un encuentro que sostendrá con Lisandro Otero y Rafael Rojas en la Casa Refugio Citlaltépetl (Citlaltépetl 25, colonia Condesa), a las 19:30 horas.

Escribir hablando

-Si dijéramos que La noche... es una novela llena de palabras, Ƒestarías de acuerdo?

-Claro, ese concepto se relaciona con haberme dedicado también a la poesía, porque los poetas mantenemos una obsesión por las palabras y su misterio. Es una forma de comunicación, la del lenguaje, al mismo tiempo lógica y oscura. Luego, he creído que la palabra es una forma de la conciencia, es decir, entendemos nuestros amores y fobias cuando escribimos, y de ahí que escribir sea una forma de lucidez.

-Aunque tu prosa se lee con rapidez, la escritura debió resultarte muy pausada.

-Escribo muy lentamente, es verdad. Nunca trabajo más de una página al día y siempre directamente a la máquina mecánica, de pie. Paseo por mi casa y me voy diciendo lo que voy a escribir. Quizá por eso la novela se lea rápido, porque en realidad viene de esta técnica de escribir hablando, así como hay otros que lo hacen en silencio, sentados y con gran facilidad. Reynaldo Arenas, de quien fui gran amigo, era capaz de hacer un cuento de 30 cuartillas en dos noches. Para mí eso es imposible. Yo en dos mañanas avanzo un par de páginas. Y no quiero decir que la espontaneidad me sea desconocida, porque la ejerzo en la poesía: los poemas me salen con enorme energía y los escribo siempre a mano, sobre una tabla y con un lápiz. Creo que hay una buena comunicación entre la sangre y el grafito, en cambio la pantalla luminosa de un ordenador me genera distancia y me oscurece el espíritu.

-Ahora que obtuviste el Premio Nacional de Literatura hubo en el medio literario opiniones encontradas. No faltaron voces señalando que en Cuba te habían levantado el castigo. ƑEs cierto esto?

-Es real en cuanto a metáfora, pero no en cuanto a mi vida y la experiencia que tuve. El castigo se había levantado hacía ya varios años. Salí del almacén de la biblioteca donde estuve nueve años, en cierto sentido confinado, realizando un trabajo muy poco intelectual. Pero ya en los años ochenta las cosas empezaron a cambiar. Volví a publicar en revistas, di a conocer una novela que hice justo en los sótanos de la biblioteca y recibí invitaciones para viajar. El que se me haya otorgado el premio nacional no sólo es un reconocimiento para mi obra completa, también es la cumbre de una ''rehabilitación'' que empezó muchos años antes. En un país socialista no se hacen las cosas de pronto, hay un proceso gradual para los cambios. Fue indispensable acostumbrar a muchas personas que me veían como un enemigo del Estado a que pensaran que no lo era. Fue necesario educar a muchos funcionarios para hacerlos entender que iba a dejar de ser esa especie de enemigo social. Así es, hablando mal y pronto, el modo en que se ''rehabilita'' a un escritor en Cuba.

Estragos de una moral pasajera

-ƑTodo provenía realmente de tu obra Los siete contra Tebas?

-Así es. Mandé la obra a un certamen y luego de ganarlo obtuve la exclusión de la cultura cubana. La obra se editó aunque se decidió no venderla y ahí empezaron los problemas. En realidad el premio, consistente en un viaje a Hungría y en un monto económico, fue un beneficio que jamás recibí porque se pensó que la obra no era aceptable por las instituciones. Y también sucede que no fui la única persona marginada: luego del llamado Congreso de Educación y Cultura, efectuado en los años setenta, se decidió que las personas homosexuales y los practicantes religiosos no podían formar parte de la cultura. Así que el actor, el músico y el pintor debían ser ejemplares de cierto modo. La homosexualidad se consideraba dentro de Cuba como un problema ideológico y resultaba inconcebible que un bailarín o un escritor tuvieran esa preferencia sexual y el público lo supiera. Pues eso terminó al cabo de unos años: los pintores, bailarines, músicos y escritores que habían sido separados de su trabajo regresaron. Finalmente el público estaba muy acostumbrado a verlos dentro y fuera del ámbito cultural y le importaba muy poco que fueran lo que fueran, pero la moral pasajera de un gobierno es capaz de hacer muchas cosas como ésa. Lo curioso es que una revolución que aspiraba a una nueva moral reprodujera morales tan viejas como la represión a las personas distintas.

-Hoy vemos que no te afectó de ningún modo ese periodo de exclusión. En La noche del aguafiestas estás entero e incluso fortalecido.

-Eso indica que acepté el estado de cosas sin resentimientos y sin remordimientos. Siempre he creído que las relaciones entre un artista y el Estado, cualquiera que sea, no son fáciles. Ya sabemos que el artista tiene a un funcionario que lo proteja o está solo. Las relaciones entre el poder y el individuo creador, lo mismo que si es un científico o filósofo, pueden ser hasta peligrosas. Hay periodos en que esa relación se hace muy transparente y hasta benéfica, pero hay otros en que se vuelve adversa para el creador, nunca para el poderoso. Lo que un artista debe hacer es resistir, tanto en el lapso del beneficio como en el de la distancia. Es preciso tener cuidado en ambos casos, porque hay beneficios que dañan tanto como las distancias. Un artista requiere de cierta lucidez para entender el sentido de su obra, no traicionarlo y resistir. Si en vida no pasa, pasará después. Y su obra ocupará el lugar que se merece, si es que se merece algún lugar.