Ť José Cueli
Cervantes, Freud y Derrida
El encuentro de Freud con la obra cervantina tiene mucho de real y de enigmático. Si bien hay datos acerca de su lectura de El Quijote en el castellano (prólogo a la edición castellana traducida por Luis López de Ballesteros), creo que hay poco descrito del encuentro entre obras y personajes que trascendieron el tiempo y el espacio, y dejaron una marca indeleble en la cultura universal. Encuentro enigmático y trascendente que llega hasta los psicoanalistas, herederos directos del pensamiento freudiano, como a todos los demás debido a la huella universal; una lectura siempre nueva y abierta a múltiples sentidos.
Cervantes escribió su monumental obra, en mi opinión, como una escritura al margen, en los márgenes, en las fronteras, en el exilio, en la exclusión, en la tierra de nadie, en la cordura y en la locura, en la razón y en la sinrazón, entre el delirio y la pasión; flotando entre el mundo real y el onírico, deslizándose en la vida-muerte; arropado bajo el cielo de una España que -diría Zambrano- es sueño y verdad.
Freud, a su vez, libró su batalla en Viena contra la marginación que le fue impuesta por la comunidad científica y el antisemitismo por haber osado inquietar el sueño de la humanidad, por herir el narcisismo del hombre al enunciar que no era el amo de su propia casa.
Ambos libraron batallas, uno en altamar y el otro en el centro de Viena, pero ambas gestas resultaron heroicas y cinceladas con amarras de eternidad.
Si advertimos, la obra cervantina del Quijote y la brillante obra freudiana están insertadas en la deconstrucción derridiana. En este punto quisiera detenerme.
Con los discursos antecedentes de Nietzsche, Freud y Heidegger, Jacques Derrida emerge con una triangulación entre sujeto, conocimiento y luz que ya no podrán ser contenidos en un concepto. Elige una experiencia subjetiva, anunciada por Freud y presente en el cervantismo, que apunta a la experiencia signada por la intersubjetividad. Enigma metafórico que trata de expresar el correlativo enigma de un punto de vista que se coloca del lado del sujeto como ''gesto" decisivo, culminación y moderno comienzo de un viaje, diría Rovatti, en el que el viajero (nosotros) creerá elegir el camino mientras no se dé cuenta de que él mismo es el efecto del viaje.
Derrida, con su gramatología, rechaza toda centralidad y fijeza. Oposición a la coagulación del concepto que se opondría al juego diseminado del texto. Condensación dinámica y múltiple del haz del tejido, ''un poco de cruce histórico y sistemático, que es sobre todo la imposibilidad estructural de cerrar esa red, de interrumpir su tejido, de trazar en él una marca que no sea nueva". Apertura, pluralidad de sentidos; aspectos comunes al psicoanálisis freudiano y al texto cervantino. Obras ambas que dejarían de ser discursos lineales y expresivos dominados por el querer decir; textos o escrituras que ya no se dejarían regir por la ley del sentido del pensamiento y del ser sino que se despliegan en la heterogeneidad del espacio-tiempo, en un lenguaje múltiple, diseminado en una serie infinita de reenvíos significantes. Denuncia al logofonocentrismo, mutación en la historia de la escritura, en la historia como escritura.
Quizá estos caminos abiertos por Cervantes, Freud y Derrida, que aquí esbozo, podrían ser útil punto de partida ahora que enfrentamos problemas sociales como la globalización y, en el ámbito nacional, la recesión, la aprobación de la ley indígena y la pobreza extrema.
Surgen tratados y legislaciones, pero parecen soslayarse preguntas esenciales relativas al sujeto y sus orígenes, su lengua y su simbología; sus mitos y esos múltiples reenvíos significantes que se despliegan y repliegan en un espacio-tiempo sobre el que poco reflexionamos.