SABADO Ť 25 Ť AGOSTO Ť 2001

Ť Juan Arturo Brennan

Galileo y el estilo

Hace unos días se presentó en la Capilla del Centro Cultural Helénico el Ensamble Galileo, grupo dedicado a la ejecución de la música antigua cuya trayectoria es relativamente reciente en este ámbito del quehacer musical. Renacentistas, barrocos y virreinales fueron los compositores que guiaron la programación de ese recital que permitió apreciar que el delicado asunto del estilo sigue siendo el primer obstáculo a vencer en esta rarificada esfera del quehacer musical de hoy.

De entrada cabe anotar que la dotación con la que los Galileos se presentaron en esta ocasión es suficientemente variada como para permitirles, en el futuro, darse ciertos lujos en el ámbito de la instrumentación que, por el momento, parecen reacios a experimentar: soprano, flautas de pico, oboe, curtal, laúd, violoncello, percusiones y clavecín fueron los vehículos sonoros empleados por los miembros del grupo para la ejecución de su programa. Sobre este mismo asunto, nótese que con la excepción del laúd y el curtal, la instrumentación no es tan ''antigua" como para permitirle al grupo un repertorio realmente amplio y realmente añejo.

Si bien parece ser que el Ensamble Galileo está en el camino correcto, al menos en la resolución de algunas cuestiones básicas pertinentes a la música antigua, también es cierto que el grupo todavía no las trae todas consigo en lo que se refiere al estilo. Esto fue especialmente notorio por la diferencia entre los resultados obtenidos en distintas regiones del repertorio. La primera parte del programa ofrecido por el Ensamble Galileo estuvo dedicada a la música barroca, a través de Bach, Telemann y Sumaya.

Hoy día, cuando más y más grupos de música antigua exploran el barroco, los parámetros de ejecución de este repertorio se dirigen hacia articulaciones, fraseos, balances y colores instrumentales que tienen poco que ver con la manera en que este tipo de obras es interpretado por grupos convencionales e instrumentos tradicionales. Dicho de otro modo, en el competitivo mundo de la ejecución de la música antigua ya no es válido el estilo barroco decimonónico, como tampoco es válido (y ese parece ser el problema fundamental del Ensamble Galileo) quedarse a medio camino en la exploración de esas nuevas técnicas y nuevos apuntes estilísticos.

No deja de ser interesante, por cierto, escuchar a Rita Guerrero haciendo música antigua; sus contribuciones vocales en algunos ámbitos de la música popular moderna son bien conocidas y apreciadas, pero a su voz le faltan algunas cualidades y elementos de estilo que son indispensables para la buena ejecución de este tipo de obras. Por un lado, hay algunas aristas ásperas en su emisión vocal, que si son buenas y necesarias para el rock y similares, no lo son necesariamente para cancioneros renacentistas y cantatas barrocas.

Por otro lado, pareciera que ni la cantante ni sus colaboradores instrumentistas se sienten todavía a sus anchas con las regiones del repertorio que están explorando, por lo que parece haber entre ellos un estado generalizado de stress que contradice la intención general que suele haber en la música antigua, desprovista en general de azotes románticos y otras cargas culpígenas similares. Una buena y sintética prueba de todo lo anterior pudo ser observada y escuchada en la notable diferencia entre la primera y la segunda parte del programa interpretado.

Al dejar atrás a los empelucados barrocos y adentrarse en el mundo renacentista, el Ensamble Galileo logró una mejoría notable en su recital, particularmente en las ejecuciones de algunas de las piezas del Cancionero de Palacio; en una de ellas, incluso, un rico y breve preludio a tres instrumentos de cuerda punteada resultó el mejor momento instrumental de la velada. En esta segunda parte resultaron mejores también las interpolaciones improvisadas de la percusión, que antes habían estado fuera de estilo, de dinámica y de ensamble tímbrico.

Y al final, entrando a los terrenos de los bellos cantos anónimos de la tradición sefardita, el Ensamble Galileo logró los mejores momentos de la noche, dándose gusto con la improvisación, con largos y evocativos melismas vocales y, finalmente, soltando cuerpos y almas para mayor disfrute de ellos mismos y de sus oyentes.

Todo ello apunta claramente hacia el hecho de que, por el momento, y por razones claramente comprensibles, Galileo se siente más cómodo en repertorios antiguos de raíz popular.

Será interesante, al paso del tiempo, ver y oír si el grupo se atreve (y se acomoda) en los terrenos de la música medieval y las obras sacras, alimento indispensable para este tipo de trabajo.