DOMINGO Ť 26 Ť AGOSTO Ť 2001
Ť Bárbara Jacobs
La vida se impone
No sé bien qué quiero decir cuando a cada rato me digo que la vida se le impone a uno; pero, por ejemplo ayer, a media mañana, fui a un quiosco por un periódico cuando sentí una presión en el hombro derecho. Volví la cara y vi detrás de mí, a una distancia cortés, a un joven en harapos negros que sonriente, y con un gesto de los dedos, me pedía unas monedas. Me pregunté si este muchacho habría sido siempre como aparentaba ser ahora, o si, por el contrario, de pronto la vida se le había impuesto, pero: Ƒcuándo? Ƒpor qué?, hasta orillarlo a convertirse en lo que hoy parecía haberse convertido: un limosnero, un pobre diablo; pero contento.
No dejaba de tener algo de sabio que sonriera; como quien se despreocupa del cuándo y el porqué de su situación y, sencillamente, se entrega a ella incluso con cierta gracia. Lo que envolvía sus pies no eran medias ni zapatos; el trozo de cobija que colgaba de su brazo era todo menos una capa. Sin embargo, el porte con el que este marginado se conducía no carecía de soltura y hasta de elegancia. Encima del centro de la frente se había recogido un mechón de pelo, pesado, negro, largo, sucio, con una liga amarilla. Me contagió y le sonreí, pensando, sin mayor reparo, en Horacio Quiroga. Me pregunté: Si Horacio Quiroga hubiera advertido que la vida se le estaba imponiendo durante su breve estancia en París, Ƒsu destino habría sido otro? ƑMejor? ƑPeor? ƑEn qué sentido, uno u otro?
Quiroga se embarcó de Salto a París a los 32 años hecho un dandy, con frac en la valija y una serie nutrida de ilusiones en la cabeza y en el corazón. Formaba parte del sueño hacia el que se arrojó dejar atrás a sus amigos, a un amor que recordar, proyectos literarios echados a andar; pero lo que no formaba parte de ese sueño era la realidad que lo sustituiría y que forzaría a Quiroga a regresar a su país cuando apenas lo empezaba a extrañar. Derrochó el dinero que llevaba con él y, demasiado pronto, se vio obligado a empeñar cuanto objeto podía con tal de no morir de hambre. "No tengo fibra de bohemio", anota en su diario; y, cuando en su descuido pide auxilio a casa a direcciones equivocadas, se ve forzado a aceptar limosna de sus compatriotas. "šTener que tragar de ese modo la baba y el desprecio! Tener que aceptar lo que me dan de mala gana -estoy seguro-, y enrojecer y dar las gracias y salir ligero para no insultar y llorar!"
No tendrá sangre bohemia; pero él mismo registra que, de los 2 francos que le daban al día sus paisanos, sacrificaba el apetito con tal de comprar un libro. Anota que se acercará al todopoderoso Gómez Carrillo, a pesar de haberse enemistado con él, para que lo recomiende en Garnier como corrector de pruebas. Sin embargo, va al café Cyrano; no encuentra a nadie y ahí quedan sus buenas intenciones de conseguir trabajo para quedarse, para poder vivir de lleno la experiencia parisina o, lo que es lo mismo, para aceptar que la vida se le estaba imponiendo, y que una cosa son los sueños que uno se ha hecho de su vida y, otra, la realidad que sin aviso, o con avisos engañosos, los sustituye con toda tranquilidad, sin ninguna consideración.
ƑO la angustia que padeció constituyó su aceptación del giro que estaba tomando su destino? Las oscilaciones por las que atraviesa su espíritu, son prueba de que, bohemio o no, dandy había dejado de ser; y, bohemio o no, era un "vencido da vida", según lo define Rodríguez Monegal para de paso asociarlo con Eça de Queirós. De: "Me creo notable, con un porvenir de gloria pura", Quiroga pasa a: "Me queda, y creo que por toda la vida, la desconfianza de mí mismo". Ya antes había adoptado por un tiempo el seudónimo del personaje de Max Nordau, Guillermo Eynhardt, al que la crítica ha calificado como melancólico y lamentable. Y en carta a Ezequiel Martínez Estrada, Quiroga había escrito: "Somos usted y yo fronterizos de un estado particular abismal y luminoso, como el infierno. Tal creo". ƑEntonces?
Sin embargo, hasta París, había convivido en el mismo interior, el Quiroga ciclista, que en la primera escala, en Génova, alquila una bicicleta para recorrer la ciudad, y que, ya en París, visita velódromos y asiste a carreras, orgulloso de la camiseta de su club uruguayo, y excitadísimo de ver correr a tales "titanes".
"ƑY tus valijas?", preguntó a Quiroga el amigo que lo recibió de regreso en Salto. "Las perdí en un cambio de trenes", mintió. Sin un reproche, el amigo lo abrazó "como a quien no puede andar solo por el mundo", anotan sus biógrafos. Y yo me pregunto: si la vida no se le hubiera impuesto en París, Ƒhabría regresado Quiroga al Uruguay sin su frac, sin su bicicleta? ƑTan dispuesto a internarse de una vez y para siempre en la selva?